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Jesús Montoya (Tovar, Mérida, Venezuela, 1993). Actualmente es estudiante de Letras mención Lengua y Literatura Hispanoamericana y Venezolana en la Universidad de Los Andes. Es fundador del grupo literario Los hijos del lápiz. Ganador en la mención de poesía por la obra Primer viaje del XXIII Concurso de cuento, poesía y ensayo (2013). Con el libro Las noches de mis años obtuvo el premio en la mención de poesía de la edición XII del Concurso para Autores Inéditos de Monte Ávila Editores (2014). Primer lugar del XVII Concurso Nacional de Poesía Joven Lydda Franco Farías por la obra Fueron las olas (2014).
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Fumo sin parar desde la mañana, si paro me abrazarán las rosas.
GIORGOS SEFERIS
Amo la pérdida. Amo mi absoluta desaparición. Mis ojos despegando con el viento, enredados, enraizados con la luz de la tarde. Camino sobre la lluvia escribiendo el poema. Escribo el poema en mi alma y la lluvia lo aplasta. Fumo y escribo el poema inagotable. Lo escribo desde mi rostro, este rostro sin movimiento que nadie ve, este rostro de co- lores abandonados, colores, que ningún labio toca, que ningún labio arranca, este rostro que es ojera y risa, grito y muerte, azul y sangre. Mis besos son canciones. Diré que no sirvo para nada. Diré la verdad. Diré que soy niebla entre la niebla, y yo amo mi insondable desaparición. Tengo vacíos los cuadernos y la casa y mi esperanza tam- bién está vacía, esperanza viento, esperanza humo. Rezo porque olvido. Fumo y escribo el poema, lo conozco. He conocido el poema como una plegaria. Lo he conocido desde el charco, desde el hielo enamorado de mis manos. Amo como nadie y a nadie amo. Amo la pérdida. Amo desde el aire y desde él escribo el poema. He escrito el poema y lo he perdido. He escrito el poema y lo he matado. He escrito orilla y mano, quebranto y olvido. Me sé de memoria esta infinita pérdida.
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Una tarde con la mirada perdida en los baños del bar
empañé mi rostro con mi aliento
y se extendió en el espejo,
nunca pude recordar qué me dije,
las palabras van apagándose
velozmente en mi memoria
y la soledad de aquella tarde
no es más que un hecho invisible
que seguirá siendo invisible,
transformando mi voz
enredada en mis labios,
las cancioncitas contraídas
en el tiempo que hablan del tiempo
y marchan sin él con tanta dulzura.
Les juro que me hacían llorar
y enseguida reír
mientras me cantaba en el espejo
las heridas ardiendo,
ardiendo los recuerdos
que no me quedan de esa tarde infernal.
A lo mejor, las palabras que se apagan
son canciones que, encandiladas,
venían a vararse en mis labios;
porque cantar también es una forma de estar solo,
quizá la más bella que he conocido,
quizá la más bella que recuerdo.
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Yo escribí para darle consuelo a este infierno, para que ustedes, como yo, también se quemaran. Escribí mi vida con los ojos cerrados. Escribí violentamente para obedecer a una vana ilusión que rescataría mi alma, trazando los gestos y la plenitud de esta historia, su imposibilidad, su moribundo color. Arden estos ojos, arden las veces que me persigné al salir de casa pensando en la sonrisa de mamá. Arden dentro de mí infinitos cuerpos, infinitos cantos patéticos que compuse sin salvarme. Escribí mi vida y encontré una fisura mucho más clara, mucho más honda. No existe el gozo, el triunfo o el sufrimiento anticipado, solo estas palabras. No existe la desgracia, ni la mirada de mi padre en la cárcel, solo estas palabras. No existen los amigos, ni el inútil sacrificio del tiempo, solo estas palabras. No existe en esta noche, les juro, algún consuelo, algún abrazo, sólo estas palabras.
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Gran poeta, el más importante para mi en estos momentos en esa Venezuela convulsa.
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