Todo para mí, de Oscar Gamboa (Caracas, 1987) ~

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Xuan Loc Xuan

Oscar Gamboa (Caracas, 1987). Estudió Idiomas Modernos en la Universidad Central de Venezuela. Es profesor de lenguas desde 2008. Su iniciación temprana en este ejercicio le ha llevado por rutas particulares y lúdicas con el lenguaje y, supongo, con su performatividad. Comenzó a dedicarse a la escritura con asiduidad en 2012, fecha desde la cual mantiene plásticos diarios íntimos. En 2013 emigró a Francia. Actualmente cursa un doctorado en la Universidad París III donde investiga sobre género y sexualidad en ciertas obras de la literatura venezolana, en especial contemporánea. Le cautiva la exploración tanto del lenguaje como de diversas prácticas que constituyen la condición humana, incluidas la ficción, la interpretación de textos, la traducción y sus modalidades. Las estilizaciones del cuerpo constituyen su actual centro magnético. Su predilección por el cuento no ha implicado la ausencia de la narrativa, el poema, y el ensayo en su proyecto estético y ético.

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Me despierto tarde. No tengo hambre. Me muevo. Salgo de la cama. Camino. Un juego de luces y opacidad decoran el cuarto de baño. No sé qué hacer… Lleno la bañera… entro. Miro el agua, pero no veo bien mi reflejo. Veo el techo como sepia, con líneas extrañas. Entro en la bañera y miro hacia abajo. No sé ve bien mi cuerpo. Las olas me muestran fotos movedizas de mí. Me sumerjo. El agua caliente me acompaña. Floto. Mis cabellos también. Veo el techo mejor. No es sepia, ni logro precisar lo que es. Floto y escucho como sirenas en la calle. Algo pasa, pero no tengo ni las energías ni las ganas de detenerme. Salgo. Escucho mi respiración. Veo pedazos de puntos transparentes cayendo de mis ojos. “Una canción… sí, pon algo”. Suena una canción que va como en cámara lenta. Los sonidos de un melancólico violín fluyen en el agua que se escurre por mi cuerpo. Delgado, cuerpo. Una voz como juvenil narra y a la vez pide algo. Deben ser como las once de la mañana. No he desayunado. La idea del suicidio me visita, como una vecina que viene por un cafecito y se queda un largo rato, instalada, observando la casa, comentando el acontecer.

La música me acurruca. Corre lento, como el agua caliente. Las sirenas suenan como más lejos. Yo apenas puedo escuchar partes de la canción. Floto boca arriba. No me quiero salir. No me quiero mover. No entiendo bien porqué pero me levanto. Contemplo las luces del cuarto de baño y la música, vuelta el único sonido, me invita a salir o a secarme. Busco la toalla, procurando no tumbar las de los compañeros de piso. Tomo la toalla blanca, la predilecta, la que uso todo el tiempo, ignorando las otras. Solo me acompaña la voz: It would mean everything to me if we could take a holiday. Comienzo a secarme el cabello. And even our smallest dream is getting lean, never sees the light of day.

Me seco y al fondo sigue el canto como una ola suave que se escucha desde el balcón de una casa al borde del mar Caribe. A veces me imagino aquel mar, el de antes. “Ya no importa. Sécate”. Continúo y la toalla me da sensación de realidad…seca. Miro en el espejo. El violín se permea:

There are days I would pay anything just to leave it all behind.

Creo que el espejo comenzó a aclararse. Por primera vez en mucho tiempo veo partes de esa imagen. Creo que sonrío por la mitad. Oigo el violín. Pienso en mi diario. “¿Quisiera anotar algo?” Caigo en cuenta de mi mirada. Llevo varios minutos mirándome. “Pero… solo se ve uno de mis ojos, como arisco, menos abierto que antes. La mejilla derecha es una pendiente sin montaña… creo que veo una cicatriz. No. Es una gota transparente.” La sigo hasta el cuello. Me voy cuenta de que se perdió en el vapor. Alzo la mirada. Me volteo. La música se detuvo. “No veo la boca”. Le dije a alguien, no sé a quién. “Qué extraña mi cara”. Del otro lado solo veo la oreja izquierda. “¿No hay frente? Creo que he adelgazado”. Sonrío pero me siento raro, la verdad, sin poder ver la sonrisa. Me imagino que existió. Aparecen islas de cabello negro. Escucho el silencio. Mi cabello está cambiado. ¿Cuándo se puso así? El espejo mostraba bellas islas.  Después de tanto tiempo, mi cabello tenía un estilo que siempre había buscado en mi ciudad de origen. “¿No era así que lo quería?”. Lo toqué y volví al presente. “Acaba de pasar, pero me siento lejos de ese momento. Hay como un hueco…La canción, busco el teléfono. Regresó el violín. Vuelvo al espejo. Islas nítidas y una media cara deforme. Delicado, monstruoso, el reflejo sin boca canta la melodía de Lips. Mi memoria saltó rápidamente a la bella jungla caraqueña. “¿Por qué veo todo esto? Bosques, el Ávila, monstruos, Caracas. Ahorita debe hacer calor allá. Creo que mi cabello ha cambiado con el frío”. Ah, la música se volvió instrumental. Creo que la rellené con calles tenebrosas y colinas verdes. Me inundó la memoria de nuevo, en una lucha desigual. “¿Qué tengo yo aquí? Aquí y ahora, tan lejos, viviendo con extraños en este suelo alquilado, en un cuarto provisional. Mi memoria contempla restos, ¿qué pueden estos restos contra la memoria? La memoria no para, pero yo solo quiero irme de vacaciones como Lips, irme a escribir. Llevo meses queriendo escribir. Pero todo queda por la mitad. Los pasajes líricos se transforman en quejas, en decepción. ¿Y mi narración corta?, ¿quizás cuenta como completa? Pero no logro escribir nada nuevo. Atrapado en mis restos. Así me siento. Quiero leer. ¿Te acuerdas de la poeta?”

En tu recuerdo nace el bosque
el bosque y el recuerdo
nacen en ti
quítale los labios al recuerdo
y verás la muerte cara a cara 
pero no eres árbol
aún así naces en el bosque

Sin que lo invitaran, el pasado me bañaba como el agua que acababa de sentir. Yo era la fuente de su agua, amada y odiada en aquel húmedo cuarto de tristeza en otoño. “¿El mundo está medio mojado? Como un terreno tras la lluvia de la mañana, vivo y a la vez movedizo, ¿o como seco? como débil. Arréglate. Me voy a poner crema en el cabello, como aprendí en la vida anterior”. Escuché el violín de nuevo. Me peinaba y el vapor se mantenía. Intenté escribirme una palabra en el espejo. Una de esas frases con las que uno sueña, que cierren un diálogo, una historia. Se esfumó ahí mismo. Solo se oía el coro, You can fight, but you won’t always win. Seguí peinándome, resistiendo. Somehow life finds a way to beat you. Pero terminé de peinarme y no sabía que pensar. “¿Qué le quiero decir al espejo?” Busqué una crema, busqué perderme entre mis rituales con ese extraño cuerpo y la canción: Well I’ll come join you in the ring/Guess it shows just how much I need you. Y con la melodía del violín mis manos acariciaron mi cuerpo, lo acompañaban en la resistencia. El baño era crucial. Un momento para limpiarme. En el fondo yacía esa herencia, la idea de que aquel momento me daría los ánimos, ánimos tan ausentes al despertarme por la mañana o al verme en el espejo. Como aquella tremenda novelista, la que quería escapar a la desintegración, yo era reticente al espejo. A veces pasaba días evitándolo. Pero renovar el cuerpo era un arma… contra el vacío. Se supone que el espejo ayudaría a lograrlo, que sería mi aliado principal. Ya no estaban los demás, los de siempre. Ese reflejo me recordaba que existía, que había sido alguien. Alguien completo. “Quizás ha ayudado un poco el espejo. Aún no me he metido piedras en la ropa para ahogarme. Pero mírate. Esa imagen como cadavérica. Restos de lo que fuiste. No he debido mirar”.

La canción terminó. Me sequé una mano lentamente, busqué el teléfono y apreté una flecha que daba consigo misma. La canción comenzó a sonar de nuevo, como una ola que vuelve. Yo quería escribir. Acababa de escribir una corta novela. Busqué explorar algunos fragmentos personales, cambios de consciencia en los protagonistas, conflictos de identidad, extrañamiento, vacío existencial. “Qué cliché soy”, le dije a aquel reflejo sin boca. Recordé a mi amiga. “Si yo me quejo del frío en Francia, ¿qué le quedará a ella en Escocia? Creo que el frío le ayuda a escribir con esas texturas extrañas. Ha escrito que le pasa algo así. Que ya ni se reconoce. Y que va al parque. Ojalá yo tuviera un parque cerca. En estos días leí su cuento. Me dio angustia. Estaba en el parque y se perdía felizmente en el bosque. De repente vio a un niño y pensó que el niño se estaba ahogando, pero no lo pudo ayudar. Al final, nadie lo buscaba ni ella dijo nada. Yo creo que ella se imaginó al niño. ¿Pero por qué un niño? Después andaba toda paranoica. Que si no hizo nada, que si no ayudó a un niño imaginario. Total que la historia le quedó buenísima. El río personificado fue mi parte favorita. Ahora que lo pienso, la historia que escribí se me parece un poco. Bueno, sea como sea, eso he hecho con algunas de mis eternas interrogantes”. Comenzaba yo a darme cuenta de lo del esfuerzo creativo. Todas las noches cuando leía a la poeta o los soliloquios de mis novelistas preferidas pensaba en sus grandes esfuerzos, en lo que era una vida dedicada al arte, al lenguaje, a la escritura. Luego caía en cuenta de mi realidad. Melancolizando con música en inglés mientras criticaba mi trabajo en español, encerrado en un cuarto de baño en Francia. Media sonrisa melancólica. “Mi vida es una intención, nada más, no es ni un laberinto, es como una intención indefinida, entre pedazos de algo. ¿Acaso mi trabajo saldrá de aquí? ¿Le ofrecerá algo a alguien? Hacía meses me había decidido a compartirlo, a someterlo a la mirada ajena, al oído ajeno. Quizás con ello me vacié de sentido; poco me queda que ofrecerme. Pero no me decido ni a despedirme”.

Comencé a vestirme, como por reflejo, sin saber qué haría una vez cubierta mi desnudez. Me puse un pantalón morado como de textura elástica y una franela de rayas heredadas de mi familia. De aquel proyecto que una vez hubo para mí. La extraña impresión me llevó a garabatear en mi computadora: “Me pregunto cuantas plumas/puedo drenarle a mi almohada/sin que los sueños de ayer y hoy/se golpeen, en seco/con el suelo de hoy/este suelo prestado”. Volví al espejo. Miré mis cabellos. ¿Habrá alguna señal de aliento? Me pregunto si flotarán estos cabellos más tarde en algún río, yo boca arriba. “¿Me vacié? Cualquiera cree que ya escribí mi gran novela, ¿pero no tengo derecho a irme a la mierda y ahorrarle mi presencia al mundo? ¿Acaso tengo que escribir la gran novela para sentir que merezco la calma? Qué asco el imperio de la productividad. Aún no me atrevo a disponer como sea de mi vida. Odio excluirme de la propiedad de mi futuro cuando solo yo sé lo que es cada minuto dentro de mi mente. Son las 11:27 de la mañana y ya he pensado en tres argumentos de historias, cuatro momentos de vergüenza, formas variadas de fracaso, y en cómo irme. Ajá, sí, mi familia, algunos amigos… sí, me quieren, quizás me amen, pero no me pueden apagar el cerebro. Terminé mi novela y todavía no lo logro. Cómo espero que algún lector se dé cuenta de la mente problemática de mi protagonista. Nunca descansa buscando las palabras correctas para expresar un momento que apenas vive en fragmentos y que no es posible plasmar para nada por completo. Quiero insinuar actitudes raras, pistas de locura y de suicidios en mis capítulos. Que los lectores aprendan a prevenir una existencia tan asquerosa como las mentes que duelen al mediodía solo por haberse prendido”. Mi historia personal fue diferente allá en el mundo pasado. Yo disfruté aquella existencia silvestre de mi ciudad natal. Ahora, raptada aquella persona de ese lugar verde y letal, podía imaginarme historias, pero todas hablaban de un desmembramiento, de momentos oscuros en los se pasa noches enteras buscando una frase. Fui como una vela, me prendí para alumbrar los oscuros senderos de la partida. El cambio me ha consumido. Solo quedan partes de mí, columnas de cera esperando derretirse.

La computadora me sacó de mi trance. El antivirus habló: se ha detectado actividad virulenta en su ordenador. “Qué asco de día. Ahora tengo que ver si mis archivos de “literatura” están enfermos. Aparecieron ventanas de lenguaje misterioso sobre virus y malwares. La ventana de internet solo se veía por la mitad. “¿Ajá, y ahora qué hago? ¿Cómo encuentro a alguien que me ayude a leer esto en español y a arreglarlo por un precio barato? Será que voy a casa del señor francoasiático de la esquina. Siempre es amable pero, ¿me entenderá? ¿Qué va a entender lo que representan para mí archivos de Word en español que tienen los cuentos de una amiga sobre una tarde de caminata en el parque? Una que se pierde y ve fantasmas durante sus caminatas diarias, ¿qué va a entender él eso?” Llamé a un conocido venezolano que lleva años aquí. Se ha integrado, lleva una vida vivible, tiene amigos útiles y a veces me ayuda”. Reinicié la computadora. Puse la canción de nuevo con mi teléfono. Sesión abierta. Parecía estable. Alerta correo. Gmail, abriendo. Mientras se cargaba la bandeja de entrada miré el pasillo. La casa estaba sola, los compañeros de piso estaban en el trabajo. Cómo amaba no actuar como alguien “normal” por ellos, ni tener que buscar adaptarme a su humor francés, ni tener que explicarles el mío con peroratas que solo confirman mi obsesión con el lenguaje.

Cargó la Bandeja de entrada. El editor me respondió: ¿Cómo le va? Buenas noticias, terminamos las últimas correcciones. Hemos decidido publicar su novela corta en la serie narrativa Nuevas Ifigenias. ¡Felicitaciones! Seguiremos en contacto para los detalles estipulados en las bases del concurso. Las adjunto de nuevo por si acaso. Nuestro editor lo contacta pronto.

Me paralicé. Miré mi pared llena de fotos y respiré. “No es la gran novela. Lo sé. Pero por fin, ¡por fin! Todo eso lo harán en Venezuela. Mi familia tiene un poder para actuar en nombre de esa persona que ya no existe. Creo que lo pueden hacer. Creo que Dani tiene lo mismo con su familia. Bueno, ¿quién de mi generación no tiene lo mismo? A ver, ¡concéntrate!”. Me consumía un estado de alerta. Me levanté, caminé. El único texto que había terminado, ¡el único!, me lo iban a publicar. ¿Esta es la oportunidad? Sí. Durante mi trance, Youtube reprodujo un remix de la canción. Al principio me embelesó la música. El remix de la canción de Lips me devolvió la ola melancólica de mis mañanas, pero como con percusión elektro. La melancolía ahora era una máquina. Las voces se habían multiplicado. Ahora pedían menos y afirmaban más. Una versión bella melancólica de lo anterior, pero a una velocidad distinta. Todo se volvió confuso. Me imaginé luchando de nuevo, pero con monstruos que habían adoptado imágenes. Buscaba salvarme, pero al final, después de luchar e intentar rescatarme, solo veía imágenes pasadas e imposibles de mí. En ese momento supe que no podría seguir escribiendo más versiones de lo mismo. “¿Qué más necesito? Más nada. Nos vamos. Quiero ir a un bosque, quiero meditar en lugares silenciosos. Ya, ya toca”.

Le envié un breve correo de agradecimiento al editor. Le adjunté mi aprobación,  mencioné a mi familia apoderada de mi antigua identidad en Caracas. Luego procedí a enviar otros correos. Pensé en escribir cartas, pero no tenía ni el ánimo ni el dinero para enviarlas a países distintos. Al final, el email era la mejor opción. Algunos familiares, muchas amistades, ex amantes, los restos de lo que había sido mi vida, desperdigados por el hemisferio occidental. No tenía sentido enviarle cartas postales a cada persona. Pasé toda la tarde enviando correos, llorando pero con una nueva tranquilidad. Escuchaba a Aerosmith, Alanis, a Debussy. El último lo escribí oyendo a Lykke Li. En medio de aquella melancólica pseudo-carta se colaron partes de la letra: Don’t ask me when, but ask me why/Don’t ask me how, but ask me where… Su correo ha sido enviado.

Metí unas cosas en un bolso de espalda y mi último diario, que se iría conmigo. Decidí salir. Le dejé una nota a los compañeros de piso: “Hay algunos libros de una amiga en la biblioteca por si quieren aprender español.  A plus”. Miré por la ventana del apartamento una última vez. El patio del vecino estaba solo. Nunca se me ocurrió socializar con esa gente. No tenía sentido este intento mío de comunidad. Salí a la calle. Olía a hojas con frío. Sonreí, fui a la estación de trenes, utilicé el poco dinero que tenía y agarré un autobús al sur. Escuché Everything to me y me imaginaba aquel ser que se había desintegrado. Luego me había tocado imaginarlo. Después de saber sobre la publicación y de dejarle textos inéditos en la computadora a mi amiga-hermana, consideraba que había hecho bastante. “Mi amiga sí parece que se está integrando. Creo que ahora tiene pareja y están creando una familia. Hasta intenta escribir sobre los vecinos. Pero hay algo en mí que no la entiende bien. Antes se la pasaba perdida en parques y aislada como yo. Ahora se está integrando de repente. Creo que una parte de mí la ve en ese momento anterior de su historia, como yo ahora, en un lugar extraño y gigante sin saber quién es. Así la veo: imaginándose en un cuerpo ambiguo que ya ni reconoce. Pero yo me voy. Ya basta de tanta descomposición, del estado de alarma. Esta cárcel la dirijo yo”. Sin embargo, pensé en llamar a mi antigua casa familiar en Caracas. El suscriptor que usted ha llamado, no puede ser localizado. Sublime. Le dejé un mensaje de voz con la noticia, con algunas palabras de cariño y la indicación de que leyeran mi correo electrónico. Bueno, supongo que fue con cariño. Ya no sé bien lo que dije ni cómo lo dije. A los otros seres importantes ya les había escrito. Camino y siento como un escalofrío. Me dirijo hacia un bosque que encontré por google maps. “Quiero recorrerlo con los sentidos abiertos. Ya llevo un rato que no lloro.  Me gusta caminar. Mi bolso pesa más de lo que pensaba”. Solo dos veces cuestioné mi decisión. La tercera fue la vencida. “Ajá, ¿piedras? no… no te lo pongas tan difícil”. Intento reunir toda mi voluntad para entrar al bosque. “No quiero volver a los restos de Venezuela, no quiero errar más. Recordé que había resistido en el cuadrilátero de la familia, del colegio, de la universidad, de Caracas, del exilio, de la escritura… de todo”. Lo había hecho todo por mí, para mí. Escuché la canción de nuevo. Prescindí de todos los espejos y ataduras. Recordé que cargaba fotos viejas de mí y de otros tiempos en el bolso. Las lancé al agua. Creo que miré a la vida a la cara. No sé si hubo paz inédita. En todo caso, logré irme. No quedó nada.

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