12:00, por Naydelin Carbajal Camarena (México, 2000)

Naydelin Carbajal Camarena (México, 2000). Egresada de Pedagogía y gran entusiasta de las letras. Ha participado en múltiples talleres de Ensayo y Creación Literaria. Participó como ponente en el Congreso Nacional de Género y Curriculum donde reivindicó al ensayo literario desde las pedagogías feministas. Le gusta compartir sus pomas en el gran océano que es internet y componer canciones desde su pequeño gran rincón: su cuarto.

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El temblor de las manos persistía y el hecho de no haber desayunado tampoco ayudaba. Eran las doce del día, su hora favorita para viajar en Metro. A veces le gustaba imaginar que ella había abierto ese pequeño espacio-tiempo donde entre tanto bullicio de gente, cuando ella pasaba, no se encontraba nadie; sólo esos nuevos policías con uniformes verdes y una decena de estudiantes con sus mochilas atiborradas de quiensabequé y esos contenedores de agua de tres litros que se habían puesto de moda y odiaba tanto.

Le gustaba creer que era por ella, y el pretérito ahora acompañaría siempre esta oración.

Tocaba el transbordo, nada fuera de lo habitual, excepto que los verde uniformados no se encontraban en ningún lado, pero su ausencia pesaba menos que su presencia, así que hizo caso omiso de esa señal.

Momento de ir a los vagones, con paso apresurado, pero con suficientemente cuidado para no tropezarse y evitar sonrojos incómodos. No se escuchaba el típico crujir de las vías cuando el tren anuncia su arribo o deja el recuerdo de su paso. Eran las doce del día y todo estaba muy oscuro, como si ese místico portal que se abría con su llegada hubiese consumido el tiempo, y con él toda memoria de luz a su paso.

Las manos seguían temblando, pero la abstinencia de café tampoco ayudaba. Los estudiantes seguían ahí, así que tal vez sólo era un fallo eléctrico, pero ¿no el servicio de transporte también estaría cerrado? Tal vez haya plantas de luz, pero ¿no abastecerían también la de los pasillos? En ese momento deseaba que su amigo Jesús se encontrara con ella, en preparatoria estaba obsesionado con saber todo sobre el metro y eso incluía la forma en que los servicios se le abastecían. Era un nerd de ciudad, y ella lo quería por eso.

Sintió que la tardanza perduraba mucho y el tren no llegaba, tampoco más personas.

Ahora como envidiaba esos mini galones de tres litros. De la prisa no había podido echar ni su agua, ni su café, ni su tupper con las sobras de la cena del día anterior. No entendía por qué todo se veía tan distinto si sólo salió un minuto tarde de su casa. Un minuto después de la apertura de su portal.

Sacó su celular para darle skip a la canción que sonaba en ese momento, se dio cuenta de la hora, 12:01 pm, marcaba mientras the Traveller de Beach House sonaba en sus audífonos que compró con su primer trabajo.

Sus manos seguían temblando, pero ya no por su desespero ante su propia impuntualidad, ya no por su ayuno, ya no por la abstinencia. Todo se había vuelto borroso a su paso: los pocos estudiantes con sus mochilas no parecían más que una mancha desdibujada de un recuerdo a punto de diluirse entre memorias. Sus caras se alargaban y sus facciones se pudrían; se alcanzaba a ver que sus bocas se abrían, como si frío de ese instante haya congelado su lengua y con ella se haya llevado cualquier plegaria mal lograda. Ya nada parecía estar en su sitio, pero ahí estaba. También, ahí estaba ella, lo sabía porque podía verse directamente desde lo bajo de las vías.

Todo se desbordaba a su alrededor, pero las manos permanecían: grises, pálidas; buscándola. No quería mirar, pero no podía moverse, como si su cuerpo se rehusara a seguir órdenes y prevalecer en ese espacio, en ese lugar que la llamada.

Sintió sus ojos pesados mientras las lágrimas marcaban la última cicatriz en sus mejillas.

­­­-Hay alguien allá abajo, alcanzó ahogar en un grito.

Pero en eso la estática de los radios de los policías empezó a molestar, el charloteo de quienes esperaban se hizo más claro. Se empezó a escuchar el característico sonido de las vías anunciando la llegada del tren, la luz se intensificaba en el túnel cada vez más. Todo estaba en su sitio.

En eso, Elena siente unas manos empujándola desde la espalda.

Su celular, en la línea amarilla, marcaba las 12:02 pm.

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