Cuatro poemas de Erickson Bautista Espejo (Venezuela, 1992)

Erickson Bautista Espejo (La Grita, 1992). Licenciado en Artes en la Universidad Central de Venezuela, institución de la que ha sido profesor de “Análisis fílmico” y de “Teorías del cine”. Fue publicado en 2016 en la antología del “I Concurso nacional de poesía joven Rafael Cadenas”; en 2018 escribió un prólogo para el libro “Polonia en Venezuela: Historias de vida” de Inés Muñoz Aguirre, publicación preparada por la Embajada polaca en Caracas. En 2020 su primer cortometraje “Mi papá es Willy” resultó finalista del “17mo Crea Sevilla Joven” en la categoría de audiovisual. Trabaja como librero en Pamplona, oficio en el que se inició profesionalmente en 2014 en Librería Lugar Común en Caracas.

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2)

Durante la muerte del centauro niño

se aplican rituales de bestia consciente

pena por la vida que                      habiéndose formado

ya no galopa los cielos rasos

 

Ahora es todo el silencio en la arboleda

 

Sobre el suelo fangoso

aún se asienta la huella espesa

de la pequeña pezuña

con su gravedad de caballo-persona

 

ataviados con tamaño pesar

encanece el pelaje de los cuerpos torcidos

que asientan un dolmen

altar inhóspito

tallado con escritura cuneiforme

 

adornado con bayas de la estación

y flores sencillas     silvestres

de todas las primaveras por vivir

 

la herradura que no llegaron a calzarle

corona el homenaje

la huella que hace de la piedra

un templo

 

Repiten entre quejidos:

que no ha sido un pequeño

pájaro

un centauro, se ha muerto un centauro

 

 

3)

Cuando dos islas

intentan acercarse

los cimientos amplios

de arrecifes abundantes

 

chocan

bajo el agua

 

La orilla angosta no tiene arena

remanso de lava endurecida

piélago inamovible             yermo

hacho a la medida del viento

 

es necesario el tiempo de los dioses

 

y ser piedra

que llegue con la corriente

a su orilla

 

 

4)

El bosque ya no existía

para guardarse de la urbe

 

Aprendieron a repartirse

entre el escaso ramaje

de dos matas de mango

y un terreno árido

para correr

 

Hubo uno

que solo quería fruta dulce

y subía cada vez a la copa

sin saber cómo bajar

 

La cumbre que se bambolea

no es placer unánime

 

La juventud

está en otras manos

desgranan la fruta verde

sin dejarla madurar

 

La sombra

de un mango citadino

no cubre cuerpos crecidos

 

Estas manos

ya no conocen el ramaje

han dado con la raíz

para nutrirla

de inscripciones

 

 

5)

Corazón con puntos negros

madera lacerada de clavo quitado

siempre perplejo y mandando

a borbotones de coágulos

 

se sabe que en su centro

crece un azabache

que llega a endurecer / que no se seca

 

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