Cuatro poemas de Victoria Santos (Venezuela, 1992)

Victoria Santos (Valencia, Venezuela, 1992). Estudió periodismo queriendo ser editora, ha trabajado para los periódicos El Carabobeño (Venezuela) y Arteria (Colombia), también ha colaborado con publicaciones digitales escribiendo artículos sobre literatura, cultura y género. Lee mucho y escribe no tanto como debería, tenía un blog que cerró en un impulso infructuoso de reinventarse; ahora intenta escribir una novela que parece nunca avanzar y el newsletter Noticias de casa.

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Selecto inventario de olvidos

 

I

 

Mamá

soñé que yo también era madre.

Tenía una niña de ojos grandes

en los brazos

y en mis pechos no había suficiente leche

para nutrirla.

 

Veía brotar las gotas amarillentas

una, dos, tres

caían escasas sobre sus labios hambrientos

mi cuerpo incapaz de saciarlos.

 

Mamá

no sé de dónde salió la niña

si fue concebida en el ansioso vientre de mis deseos

si flotaba en el turbio líquido de mis carencias

si se abrió camino desgarrando los músculos y el tejido

de la mujer que ya no soy.

 

Mamá

Te dijeron: la niña está sufriendo

hay que sacarla.

 

Mamá

la niña no estaba sufriendo

la niña quería resguardarse

en el mullido cobijo de tu adentro

lejos del tumulto y del ruido.

 

Mamá

mi cuerpo es una mina

atravesada por la opacidad

de la luz

enséñame a ser suficiente.

 

 

II

 

Escupo con egoísmo

que no puedes darme la vida

y acabar con la tuya.

 

El resentimiento es la cruz más pesada

que he llevado sobre los hombros

no me hables de muerte en presente tenso.

 

Quizá el amor

sea la deuda insaldable

de no debernos nada.

 

III

 

Miré hacia atrás

se te había quebrado el semblante

en el espejo la cara desfigurada

la mueca de dolor

la mano batiente

una sonrisa inerte te adornaba los labios

quise prometer que volvería siempre.

 

La casa se fue apagando

las habitaciones se encogieron

se llenó de polvo la alacena

se vació el ropero

hay cosas maravillosas

y tan hermosas

que tienes tú.

 

Prométeme que no vas a morirte

antes de cantarle a mis hijos aquello

con lo que me hiciste crecer.

Mi vientre árido la urgencia

el abuelo ya no está

y esto es una súplica:

no te vayas sin haber posado un beso

en lo blando de mis semillas.

 

IV

El cuerpo se desangra

en los recovecos (/las aristas)

la filosa sumisión

supurante

me dice que grite

que patee, que enseñe los dientes

muerde, desgarra, escupe

y vuelve a empezar.

 

Crece moho en los pulmones

como una enredadera

baja hasta pudrir

cualquier intento de redención

quiero humedecer el lenguaje

hacer suturas con palabras rotas

despojarlo de su solemnidad

quiero que la rabia

haga de mi silencio un volcán.

 

Lo que callo es la sepultura

de lo que ya no espero de nadie.

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