Martín Zúñiga Chávez (Cusco, 1983). Poeta, docente y gestor cultural. Libros y artículos publicados sobre poesía, relato y ensayo, reconocidos con diversos premios tanto en Perú como en el extranjero. Candidato a magister en Ciencia de la Literatura con mención en Análisis del Discurso. Bachiller en Literatura y Lingüística en la Universidad Nacional de San Agustín de Arequipa. Docente universitario y gestor cultural de espacios culturales, encuentros literarios y festivales, como el Festival Internacional de Poesía de Arequipa y el proyecto urbanotopia.
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Anotaciones sobre la prevaricación
Loop 1.
Eso es importante. Sócrates muere joven porque no soportamos ver envejecer a quien amamos.
Platón no lo soportaría.
Grecia no lo soportaría.
Imaginamos a Sócrates: desnudo y gordo y hermoso en su celda.
Son muchos años, dicen sus amigos, los que aún puedes, si huyes.
No soportamos ver morir a quien amamos.
Sin embargo, envejecer es una forma de morir de manera muy lenta.
¿A qué huele la lentitud?
Tú, que has amado hasta el final del día, lo sabes.
Tiene olor de noche y de otoño
y de pepinillos o zapallos que se pudren.
Por eso Sócrates no huye.
Prefiere que lo volvamos a acariciar joven siempre en nuestro pensamiento,
con la mano nos abanicamos el cuerpo y pensamos en su barba fuerte y para nada blanca.
Pero una última súplica es necesaria.
Porque es preferible para nosotros que envejezca a que lo perdamos.
Solo quien sabe amar bien prefiere perder, dejar ir, antes de someter.
Tú, que has amado hasta el final de la noche, lo sabes.
Platón prefiere poner en su boca un fruto fresco. Tiene sabor dulce.
Grecia prefiere morder un pedazo de carne amable. Por eso primero lo desangra.
Luego lo embadurna en grasa y lo asa durante varios días.
¿Cuánto puedes soportar por amor?
El deseo es una cosa. El amor, otra.
Por deseo puedes quedarte quieto, sentado delante de la casa, hasta que la noche acabe.
Por amor, el día se hace corto y a las frutas hay que sazonarlas antes de comerlas.
Sócrates huele su lentitud y apura la bebida.
Loop 2.
Esto es menos importante. Soportar la vida de quién odiamos.
Soportar su vejez
sus arranques de ira,
su lento y largo invierno.
El deber contraído por la sucesión genética.
La esperanza, lo esperable, lo espantoso.
Muere rápido para que tu osamenta sirva
De comida a las flores.
Muere rápido para que tus gestos ya no te repitan.
Morir rápido es de cierta forma piedad.
Una salida al dolor que produce.
¿A qué sabe la lentitud?
El odio es un animalito agazapado contra la pared tembloroso y encharcado en sudor.
De pronto algo se mueve en la habitación, llama su atención,
mueves el rostro y te salta a la yugular.
Y así pasa día a día.
Como la cadena alimenticia, que se renueva con cada sol, y que varía cada estación, pero solo un poco.
Lo esperable, la expectativa.
Te lamerás tu sed.
Masticaras tus encías.
¿Cuánto pesa un gesto, una humillación, en el rostro de un muerto?
No pesa nada. Solo lo vivo es capaz de dolor.
Solo lo vivo es capaz de hambre y de amor.
Muero rápido (dijo) pero ya sabemos que la velocidad es relativa.
Relativa al hambre y al dolor.
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