Hélice, por Luis Fraga Lo Curto (Venezuela)

Luis Fraga Lo Curto (Caracas, 1989). Es wikipedista y dibujante. Actualmente dirige la iniciativa @wiki_literatura, cuya finalidad es archivar, compilar y mantener vivo el legado de los autores y textos venezolanos en Wikipedia, en particular de los siglos XVI, XVII, XVIII, y XIX. Sus textos han sido publicados en Inventus. Antología de ciencia ficción (2022, José Urriola y Claudia Mauro ed.), Artificium. Antología de ciencia ficción latinoamericana (2024, María Fernanda Izaguirre y José Urriola ed.) y en la Weird Review de Panamá. Sus dibujos del poeta Eugenio Montejo aparecen reseñados en la Obra completa del autor, editada por la editorial Pre-Textos en España. Actualmente reside en Barcelona.

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Hélice


Hay en esta pared un camino de historias que se enrolla sobre sí mismo, como la serpiente que se muerde la cola.


La mano junto al muro, Guillermo Meneses

«En doble espiral ascendente, apuntando al cielo para la recordación, el recuerdo, el recordatorio, la memoria y el testimonio de tu cósmica, galáctica e inmortal figura, templo y obra del siempre valiente, tierno, vigoroso, dulce y amoroso padre y madre que fuiste, ante quien, nosotros tus hijos, en silencio ponemos las rodillas en el suelo», decía. La masa de gente gritaba eufórica, lloraba y temblaba, postrada en la tierra, mientras un militar pronunciaba el discurso frente al mausoleo. «Como cada marzo, te recordamos, y nos reunimos en tu eterna presencia, bajo tu sombra celestial, primordial y mortífera, amado y recordado padre y madre que fuiste», continuaba el militar.

El mausoleo se encontraba en la cima de una estructura helicoidal, una monstruosidad de concreto de cientos de metros de altura, ancha como una ciudad, a la que se ascendía por una avenida en forma de hélice que la rodeaba. Por la avenida subía la gente, cual peregrinos, llevando flores y ofrendas al ídolo muerto ya hace muchos años. En los muros de la estructura había pequeñas ventanitas, por las que miles de personas sacaban sus manos mugrientas y callosas, pidiendo agua o comida, hasta que algún guardia las reprendía con un palo de hierro.

Detrás de una de esas ventanitas está mi celda. Podía observar, con mi único ojo sano, el caminar de los peregrinos. Regresé a mi catre y me acosté en el colchón delgado y sucio; mi único soporte. Mis heridas están cicatrizando correctamente, me dijo cínicamente el médico. Pero los golpes me hicieron perder el seno derecho. Me han tenido que extirpar el útero y reconstruir la vejiga. En esta celda vivo debajo de una lámpara que jamás se apaga.

En realidad, la opinión del médico no hace sino mantener a raya la angustia de mi familia. Dice el médico que me encontraron un tumor maligno en el seno y que, gracias a la actuación rápida y precisa del personal del helicoide, aunque me encuentro en una situación delicada, me han salvado la vida. La verdad es otra, la verdad es que cuando muera de los golpes dirán que fue una complicación posoperatoria.

No soporto el dolor, desvarío en las noches, vomito, tiemblo. Los guardias me traen agua un día sí y un día no. La comida es cada vez más escaza y no tengo fuerza para masticarla.

Allá afuera, al bajar el helicoide, se abre paso la vida de una ciudad hermosa. Hay unos niños jugando beisbol en un parque. Hay una pareja de ancianos bailando en el cumpleaños de su nieta. Cada día abren y cierran los mercados, los museos, los teatros, las librerías, los bares y los cines, en una repetición incesante.

Si apreciamos el helicoide desde las alturas, podríamos pensar que es una espiral plana, un círculo imperfecto que no llega nunca a cerrarse, una serpiente que se enrolla sobre sí misma, una concha de caracol, o la totalidad rotunda. También podríamos pensar que su estructura tridimensional no apunta al cielo, sino que se adentra en las entrañas del mundo como un torbellino; que es una excavación sobrenatural, geológica o artificial; que es un abismo que fascina, atrae y succiona; un pasadizo que lleva al inframundo.

Dentro de esta hélice (como el movimiento de los planetas alrededor del sol, como el movimiento del sol en la Vía Láctea, como el esquema de la evolución del universo) viajo por el cosmos. Esta será mi nave espacial hasta que exhale por última vez. Ese día, mi familia depositará mi cadáver mullido, mutilado y triste en una caja de madera y lo hundirá en la tierra de esta ciudad. Ese día, en la mañana tibia, una señora se asomará por una ventana y dará de comer a las guacamayas que entran y salen de su casa, como si viviese en la selva. Ese día, unos enamorados se amarán en la oscuridad de algún estacionamiento, a escondidas de sus padres. Ese día la gente reirá, amará y soñará, como siempre lo ha hecho y seguirá haciendo.

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