Minerva Vitti (Caracas, 1986). Periodista egresada de la Universidad Católica Andrés Bello. Ha trabajado en la cobertura de asuntos indígenas, conflictos socioambientales y migración forzada. Publicó La fuerza del jebumataro: historias de despojo y fortaleza de la Venezuela indígena (Abediciones, 2019) Editó Salvar la vida en la Tierra (Ediciones Gumilla, 2023) y Más fuertes, más rebeldes, más alegres (Ediciones Gumilla, 2024), donde también escribió algunas crónicas. Por sus investigaciones periodísticas ha recibido distintos premios nacionales e internacionales. Ha realizado talleres de poesía con Carla Santángelo, Luciana Reif, Maria Negroni y Raquel Abend van Dalen. Actualmente escribe Legna verde, un newsletter donde reflexiona sobre el desarraigo, la naturaleza y su experiencia de maternidad. Puedes seguir su trabajo en su Instagram.
*
Nel profondo la luce è voce
para mi abuelo Onorio Vitti
Nunca escuché la voz de mi abuelo
solo gorgoteos
una grieta que empezaba en su labio superior
y seguía hasta el paladar.
Las palabras se hundían
en aquella caverna de la zona hadal.
A más de 6000 metros de profundidad
estaba todo su amor por mí.
Cuando sonreía podía ver
como la hendidura se ensanchaba más y más y más.
Intentaba atrapar un te quiero
tocarlo
al alcanzar la superficie
pero volvía a hundirse
entre peces caracol rosados
-babosos ciegos-
y corales de 4000 años.
Abajo donde no llega la luz
-y algunos machos viven adosados a las hembras toda la vida
por temor a no encontrarlas más-
vi a mi abuelo
un casi mudo
dejando a mi abuela
para cruzar el Atlántico
en 1956.
El barco silbando ronco y prolongado
por el mismo agujero de paladar
Italianos llorando sobre un puerto.
El equipaje se humedece.
Pequeños peces de colores saben tu nombre:
ONORIO.
¿Qué es lo que nos impide ahogarnos en una guerra?
Ya es tarde cuando te despiertas
como un ave acuática migratoria
dentro de la pregunta.
¿Por qué tu corazón se vuelve invisible?
¿A qué le temes?
Al invierno sentado
en la mesa de la cocina
las balas pesan lo mismo
que un trozo de pan remojado
por eso es fácil confundirlas
la misma salchicha sumergida
infinitamente en la polenta
pierde su sabor
el hambre, el mayor miedo, el hambre.
Yo no había nacido
y él, bioluminiscente callado
apoyado en la baranda de aquella embarcación,
cristalizó en mi oreja una voz de sal:
nel profondo
la luce è voce
i pesci si illuminano con
luce propria
Mi abuelo una chispa
justo antes de saltar
de su esmeril de herrero
al Nuevo mundo.
Mi abuelo su propio fondo
todas las algas respirando en su paladar.
*
La casa de mis abuelos
La casa de mis abuelos era triste
y tenía zancudos.
Las paredes se desconchaban por la humedad
clavada de retratos
de nuestros familiares
muertos.
En el centro, el primer ancestro
un anciano negro como el piso de granito de la casa
cabellos blancos, nariz afilada.
El primer Vitti, tal vez árabe.
El vidrio de la vitrina empañado
por el polvo y la grasa
no reflejaba las copas
empegostadas en la madera.
Junto a la ventana una mesa de planchar curtida
enmarcando los helechos goteantes
que aferrados a las vigas
no tocaban el patio gris
ni el chevette amarillo estacionado de siglos.
Aun así,
cuando humeaban los espaguetis
nadando en la salsa roja de la abuela
un vapor lo irradiaba todo
era la magia del pomodoro y la albahaca
que recordaban
los tiempos mejores.
*
El idioma paterno
I
Cuando iba a la bodega
la abuela hablaba un español no autorizado
si pedía aceto, le daban aceite
en vez de vinagre.
Hoy también me confundí en el supermercado
abarrotado
con productos importados
en esta “nueva” Venezuela.
Buscaba un aceite de oliva
y entré al pasillo degli aceti.
Qué mal me sentí paseando el error en el carrito.
Y odié la falta.
Y entendí a la abuela viviendo
un italiano descontextualizado
desde el primer día
en que confundió mangos con caquis
y casi perdió los dientes.
II
Más de una vez mi abuela y mi padre
hablaban en dialecto.
Cuando le pedía a mi padre
que me enseñara italiano
comenzaba a dictarme las groserías.
No sé si le daba fastidio
o no quería que aprendiera
la doble manera de enunciarse
de mi familia paterna.
¿Cómo había sido crecer entre dos idiomas
el de la casa, el de la calle?
La abuela lloraba en italiano
La abuela insultaba -se defendía- en español
El abuelo tenía su propia lengua nasal
atada al fondo
Mi tío buscó la formalidad
en un instituto
Papá prefirió, como la abuela,
lo bárbaro y tierno,
las palabras llenas de tierra
y yo sigo aquí,
al borde de este alfabeto truncado
mi lengua tullida nadando
un vaffanculo.
III
Desde que mamá murió
comencé a morder mi lengua.
Me levanto asustada
pensando en la mutilación
como aquel escarabajo negro que patas arriba moribundo
enderecé con mi pie en el medio de la avenida
mi madre en la muchacha negra
que deambulaba por la misma calle
las dos mirándonos, sonriendo
yo abrazando un libro de Morábito.
Lo que muerdo es mi idioma materno.
Lo que anhelo son las otras palabras que me conforman
las que aun no he aprendido a pronunciar
las que aletean en mi pecho
Ucello, farfalla,
Senza confini.
*
Animal de carga que no puede pensar en lo espiritual
I
A veces veo a mi padre correr
cual potro por una sabana abierta
como si la vida fuese infinita
con siete trabajos encima, veinte horas
de jornada diaria,
una nueva familia y 60 años.
No te miento si te digo
que no puedo respirar
ni pensar
esta situación te obliga
a dar respuesta cada segundo
los últimos seis o siete años
me ha tocado muy duro
para sobrevivir y alimentar a los chamos.
Hace 20 años con un trabajo
le alcanzaba a uno para todo.
Confío en que esto mejorará.
Otros países lo han hecho.
Esta tarde espera mi llamada
hija,
como a las 3pm.
No llama
Y no me molesto, ya sé:
Un beso y calma que todo mejorará
Papá.
II
Al día siguiente me llama.
Mi papá se siente
como un animal de carga
que no puede pensar en lo espiritual.
Me habla de la carretera de El Tigre,
pudiera ser recta
pero le ponen curvas
para que el conductor no se duerma.
Y agrega otra de sus parábolas:
En la Fórmula 1
cuando el conductor va de primero
y el que lo sigue va lejos,
comienza a manejar errático,
se desconcentra,
necesita la presión del otro.
Me abro paso entre la multitud
en algún monte de la Biblia.
Toco su manto, le pregunto
¿por qué no te jubilas?
y entonces me dice que ahora no hay
personal capacitado y no lo dejan ir,
es a discreción del supervisor,
además, está cerca el censo.
Uno se siente trabajando para los malos,
comenta y se ríe
con tristeza, con vergüenza…
III
Mi papá trabaja oficialmente desde los 23 años
y extraoficialmente desde los 7.
Con su papá aprendió a usar el esmeril,
soldar, pintar, frisar.
A los 11 o 12 años
-cuando no llegaban las mujeres
que ayudaban a mi abuela
en el Café Lunch Vitti-
cocinaba
luego se montaba en su bicicleta
y entregaba las empanadas en las fábricas.
Tengo 53 años trabajando
aprovecha que tienes tiempo libre para pensar
no te sientas sola,
uno siempre tiene su ángel de la guarda.
Si necesitas algo me dices.
Es que a mí me enseñaron
que cuando uno es el hermano mayor
no pide.
IV
Los días que descansaba mi padre eran así:
Él acostado en una camita individual,
la de toda la vida en la casa de mi abuela.
En una de sus manos un libro gordísimo
de programación.
Leía los algoritmos en el cielo
mientras masticaba el único centímetro de uña
que le quedaba en su dedo pulgar.
Por las madrugadas alguna carrera de Fórmula 1.
Por las tardes algún partido de futbol
o una película en The Clasic Movie
las mismas de siempre, las italianas,
que lo hacen recordar.
Antes mi papá llevaba un diario
escribía cartas, cuentos
pero si hoy le preguntas por un autor
te habla de los del boom latinoamericano.
Su diario es de 1978
tenía 18 años
luego la ingeniería
o la culpa italiana del incansable lavoro
o este país
lo aplastaron
adentro
de sus páginas.
*
Mi tercer viaje a Italia
Tuve miedo
parecía que mis ancestros querían hablarme
en aquella casa de piedra
pero yo no conocía su idioma
entonces hacían crujir la madera
y lanzaban puertas.
Estuve siete días sin dormir.
Deambulaba por la campagna italiana
intentado atrapar las esporas
que caían de la cesta de mimbre
de la zia Benedetta
me conformaba con perseguir su dialecto
ayudarla con el peso del idioma
tampoco podía distinguir los champiñones
venenosos de los comestibles.
*
Mar Mediterráneo
Tampoco quisiera que el mar Mediterráneo fuese una fosa común. Pero enciendo la radio y hoy fueron tres niños los que se ahogaron. Cada día entre dos y cinco. Es la estadística. Voy a la clase de italiano y mis compañeros son de Brasil, Marruecos, Ucrania, Gambia, Bangladesh, Albania, Rusia, Ghana, Venezuela. Conozco el nombre de los que pudieron llegar. De los niños ahogados solo sé que yacen en tumbas sin nombres en los cementerios de Italia.
Hace un mes me bañé por primera vez en el mar Mediterráneo. Era tan cálido y quieto desde la orilla. Pero el cielo siempre estuvo gris. En ese mismo instante un barco hacía operaciones de rescate, entre los tripulantes un bebé de una semana y una mujer que al desembarcar dio a luz. Uno de los cadáveres tenía un bolsillo cocido a su camisa. Adentro una bolsita de plástico con un polvo negro, arena de su pueblo.
