Diorama (2021) de Ana Teresa Torres
Si pensamos en la narrativa distópica venezolana, obligatoriamente debemos remitirnos a la psicóloga, escritora y profesora caraqueña Ana Teresa Torres, quien en una de sus obras más recientes, Diorama (2021), explora el artificio de una ciudad obligada a aparentar ser feliz por un aparato violento que todo lo subyuga. Así lo dictan las reglas: el tránsito de la vida en un entorno donde llevar a cabo actividades cotidianas es, ante el ojo de la Ley y la autoridad, indicativo de una vida digna, sin que ello sea real, desdibuja y aniquila toda posible identidad de sus protagonistas y personajes “secundarios”.
El Diorama propuesto desde la opresión no es más que el mundo contrario, o acartonado, devenido de esa misma propuesta de microespacios de engaños o dobles fondos. Es aquí donde, incluso las calles, se sienten como una simple caja en la que resuena el silencio: quienes existen solo existen por y para la indigna subsistencia a la que se les somete, llegando a sentir cierta fortuna, no de tener compañía, sino de no tener ni siquiera familiares, pues estos también podrían llegar a ser una carga, hecho que nos hace preguntarnos desde nuestra sensibilidad más abierta: ¿en contextos que nos sobrepasan por su vileza, preferiríamos el vacío de la soledad para suprimir lo posible de que alguno de nuestros seres cercanos pueda representarnos problemas ante una máquina de carácter totalitarista?
Por otro lado, Diorama también nos plantea tensiones con respecto a nuestros lenguajes y sus capacidades, como lo pudiera ser la de la representación misma. Dimas, uno de sus desdichados personajes, es obligado a escribir reseñas de libros previamente catalogados como “alegres”. No obstante, nos damos cuenta de que escribir la felicidad no es precisamente alcanzar tal felicidad, sino que, paradójicamente, es descolocarse, doblegarse, romperse dentro del micromundo de lo feliz sin poder sentir su factibilidad. La misma inspección rigurosa del sistema, aunada a la inviabilidad de vivir dentro de un proyecto maquetado, resquebraja de manera constante el relato de lo feliz.
De igual manera, el tema de la descomposición social se vuelve ineludible cuando nos damos cuenta de que no solo existe la “felicidad” como norma, sino que existe la secta de la felicidad: todos cuantos puedan estarán al servicio de este fin último por encima de la condición humana, independientemente de los posibles fallos estructurales que presente cada proyecto.
Nuestros protagonistas, que parecen ser un triste espejo el uno del otro (la compañera de Dimas se llama Samid), nos ponen en duda de su propio pasado: ¿tuvieron acaso un pasado? ¿Es su presente el último recuerdo de un pasado vacío? ¿Son en presente solo la idea de una continuidad alienada en la que ninguno parece tener la certeza de su vida? ¿Habrá espacio para la esperanza de ambos en el futuro?
Toda pregunta anterior parece no encontrar nunca una respuesta. De hecho, cuando sentimos que nos acercaremos a la respuesta en la voz de Samid o de Dimas, esta desaparece para alejarse todavía más. Así, entre incesantes rutinas, fragmentos de sueños o recuerdos e indicios de conversaciones cortadas, esta pareja que padece la ciudad desvencijada transcurre sus días diluyéndose entre las ausencias y aceptando por inercia, y ni siquiera por resignación, todo suceso que, si bien no se asienta como memoria, les pone algún tipo de encargo que los haga tener la acción necesaria para que no sean simplemente figuras de plástico inmóviles en un tablero.

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Williams Enrique Linares Gelvis (Caracas, 1996). Licenciado en Letras de la Universidad Católica Andrés Bello. Finalista de la 9na edición del Concurso anual de poesía joven Rafael Cadenas. Autor publicado en el Tercer número de DigoPalabra.TXT. Actualmente alumno del diplomado de Creación y reflexión poética en La Poeteca, Caracas. Captor de fotos ocasional.
