Cuatro poemas de Mark Strand (Summerside, 1934 – Nueva York, 2014) ~

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Mark Strand (Summerside, Isla del Príncipe Eduardo, 11 de abril de 1934 – Nueva York, 29 de noviembre de 2014. Poeta, ensayista y traductor estadounidense nacido en Canadá. En 1981 fue elegido miembro de la Academia Americana de las Artes y las Letras. Ha recibido numerosos premios, incluyendo una beca MacArthur en 1987 y el Premio Pulitzer de Poesía en 1999. Tradujo poesía en español, portugués, italiano y quechua (Rafael Alberti, Carlos Drummond de Andrade, Dante Alighieri.

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Mancha lunar

                     a Donald Justice

La azulada, pálida
faz de la casa
asciende sobre mí
como un muro de hielo

y el distante,
solitario
aullido de un búho
flota hacia mí.

Entrecierro los ojos.

Sobre la oscura
humedad del jardín
flores se mecen
de un lado a otro
como pequeños globos.

Los solemnes árboles,
cada uno sepultado
en una nube de hojas,
parecen perdidos en sueños.

Es tarde.
Me recuesto en la hierba,
fumando un cigarrillo,
sintiéndome cómodo,
fingiendo que el fin
será así.

La luz de la luna
cae sobre mi piel.
Una brisa
circunda mi muñeca.

Vago.
Tiemblo.
Sé que pronto
vendrá el día
para lavar la mancha
blanca de la luna,

que caminaré
bajo el sol de la mañana,
invisible,
como todos.

 («Nada ocurra», Bid & co. editor, 2011.
Traducción de Beverly Pérez Rego)

Dejar las cosas intactas

En un campo
yo soy la ausencia
de campo.
Esto es
siempre así.
Donde sea que esté
yo soy lo que falta.

Cuando camino
parto el aire
y siempre
el aire ingresa
a llenar los espacios
donde ha estado mi cuerpo.

Todos tenemos razones
para movernos.
Yo me muevo
para dejar las cosas intactas.

(Traducción de G.A. Chaves)

Carta

                    A Richard Howard

Los hombres corren a través de un campo,
de sus bolsillos caen lapiceros.
La gente que sale a caminar los recogen.
Esa es una de las formas en que se escriben las cartas.

¡Cómo caen las cosas en los otros!
El ser ya no me pertenece a mí, sino que duerme
en la sombra de un extraño, y le da vestido
a ese extraño, e incluso lo guía.

Es mediodía cuando te escribo.
La vida de alguien ha llegado a mis manos.
El sol emblanquece los edificios.
Es todo lo que tengo. Te lo doy todo. Tuyo.

 (Traducción de G.A. Chaves)

Comiendo poesía

La tinta corre desde las comisuras de mi boca.
No hay felicidad como la mía.
He estado comiendo poesía.

La bibliotecaria no cree lo que ve.
Ella tiene los ojos tristes
y camina con las manos adheridas a su vestido.

Los poemas se han ido.
La luz es turbia.
Los perros están en las escaleras del sótano y suben.

Sus globos oculares dan vueltas,
sus piernas rubias arden como maleza.
La pobre bibliotecaria comienza a patalear y llorar.

Ella no entiende.
Cuando me pongo de rodillas y lamo su mano,
grita.

Soy un hombre nuevo.
Yo le gruño y le ladro.
Correteo con alegría en la libresca oscuridad.

(Traducción de Manuel Naranjo Igartiburu)

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