[Leerse a uno mismo] Crónica sobre Marilyn Manson, por Chuck Palahniuk

10415724_10152919213675815_3101574305758267868_n

***

        Es casi medianoche en el desván de Marilyn Manson.

       Estamos en lo alto de una escalera de caracol donde el esqueleto de un hombre de más de dos metros de altura, con los huesos ennegrecidos por el paso del tiempo, permanece en cuclillas, con el cráneo humano reemplazado por el cráneo de un carnero. Se trata de un retablo de una antigua iglesia satánica de Gran Bretaña, dice Manson. Al lado del esqueleto está la pierna artificial que un hombre se quitó y le dio a Manson después de un concierto. Junto a ella está la peluca con peinado palurdo de la película La sucia historia de Joe Guarro.

Esto tiene lugar al final de diez años de trabajo. Es un nuevo comienzo. El alfa y el omega de un hombre que ha trabajado más de una década para convertirse en el artista más despreciado y temible del mundo de la música. A modo de salvaguarda. De mecanismo de defensa. O simplemente por aburrimiento.

Las paredes son rojas, y cuando Manson se sienta sobre la alfombra negra, barajando las cartas del Tarot, dice:

—Es difícil leerse uno mismo.

En alguna parte, dice, tiene el esqueleto de un niño chino de siete años, desmontado y sellado en bolsas de plástico.

—Creo que lo voy a usar para hacer una araña de luces —dice.

En alguna parte está la botella de absenta que bebe pese al miedo a las lesiones cerebrales.

Aquí en el desván están sus pinturas y el manuscrito de su nuevo libro, una novela. Saca los diseños de una nueva baraja de cartas de tarot. Él aparece en casi todas las cartas. Manson el Emperador, sentado en una silla de ruedas con piernas protésicas, un rifle en las manos y la bandera norteamericana colgada boca abajo detrás de él. Manson como el Loco decapitado, tirándose de un acantilado, con imágenes granulosas de Jackie Onassis con su vestido rosa y un póster de campaña de JFK de fondo.

—Era cuestión de reinterpretar el tarot—dice—. Reemplacé las espadas por pistolas. Y la Justicia está sopesando la Biblia con el Cerebro.

Y dice:

—Como cada carta tiene símbolos distintos, hay en ellas un elemento de verdadero ritual y magia. Cuando barajas, se supone que les trasfieres energía a las cartas. Suena un poco cutre. No es algo a lo que me dedique todo el tiempo. Me gusta mucho más el simbolismo que intentar confiar en la adivinación.

»Creo que una pregunta razonable sería: ¿qué viene a continuación? —dice, a punto de echar las cartas y empezar su lectura—. O más específicamente, ¿cuál es mi siguiente paso?

            Manson reparte la primera carta: el Sumo Sacerdote.

—La primera carta que repartes— dice Manson, mirando la carta, que está al revés— representa la sabiduría y la previsión, y el hecho de que la haya sacado al revés podría significar lo contrario, como una ausencia. Puede ser que esté siendo ingenuo sobre algo. Esta carta es, ahora mismo, mi influencia directa.

Esta lectura tiene lugar después de que Rose McGowan se marche de casa que los dos comparten en Hollywood Hills. Después de que Manson y McGowan jueguen con sus boston terriers, Bug y Fester, y de que ella le enseñe un catálogo con los disfraces de Halloween que quiere comprar por teléfono para los perros. Ella nos habla del «Boston Tea Party», donde cientos de personas hacen desfilar a sus boston terriers por un parque de Los Ángeles. Me cuentan que alquilaron una limusina Cadillac azul pastel de 1975—la única que se podía alquilar— para viajar a una granja aislada por la nieve en el Medio Oeste y allí compraron dos de aquellos terriers para los padres de Manson.

El coche de ella y su chofer están fuera esperando. Tiene que coger el primer vuelo de la mañana a Canadá, donde va hacer una película con Alan Alda. En la cocina, una pantalla muestra imágenes de las distintas cámaras de seguridad, y McGowan cuenta lo distinto que es Alan Alda en persona y lo grande que tiene la nariz. Manson le cuenta que cuando los hombres se hacen mayores, les crecen la nariz, las orejas y el escroto. Su madre, que es enfermera, le hablo de viejos a los que las pelotas les colgaban a la altura de las rodillas.

Manson y McGowan se dan un beso de despedida.

—Muchas gracias—dice ella—. Ahora cuando trabaje con Alan Alda me estaré preguntando como tendrá el escroto de grande.

En el desván, Manson reparte su segunda carta: la Justicia.

—Esto podría referirse a mi juicio—dice—, mi capacidad de discernir, posiblemente en materia de amistades o negocios. Ahora mismo eso representa mi situación. Me siento un poco ingenuo o inseguro en cuanto a amistades o negocios, lo cual se aplica en concreto a ciertas circunstancias entre mi compañía discográfica y yo. Así que todo tiene sentido.

El día anterior en las oficinas de su compañía discográfica en Santa Mónica, Manson estaba sentado en un sofá de cuero negro, vestido con pantalones de cuero negro, y cada vez que se movía el roce de los cueros emitía una especie de gruñido que se parecía asombrosamente a su voz.

—De niño intenté aprender a nadar, pero no podía soportar el agua que me entraba por la nariz. Me daba miedo el agua. No me gusta el océano. Tiene algo demasiado infinito que me parece peligroso.

Las paredes son de color azul oscuro y no hay ninguna luz encendida. Manson está sentado en una habitación de color azul oscuro con el aire acondicionado a todo trapo, bebiendo un refresco cola y con las gafas de sol puestas.

—Supongo que tengo tendencia a vivir en lugares donde no encajo. Crecí en Florida y tal vez eso es lo que me hizo ser un inadaptado. Eso fue lo que me llevó a que me gustara y me atrajera todo lo que se oponía a mi entorno, porque nunca me gustó la cultura de la playa.

Dice:

—Lo que me gustaba era mirar. Cuando me mudé a Florida y todavía no conocía a nadie, me sentaba a mirar a la gente. Escuchaba sus conversaciones y observaba. Si uno quiere crear algo que la gente quiera escuchar y ver, primero tiene que escuchar a la gente. Esa es la clave.

En casa, en el desván de su casa de cinco pisos, bebiendo una copa de vino tinto, Manson reparte su tercera carta: el Loco.

—La tercera carta representa mis metas—dice con esa voz que suena a cuero frotando contra cuero—. El Loco está a punto de tirarse de un acantilado y es una buena carta. Representa embarcarse en un viaje o dar un gran paso adelante. Esto podría representar la campaña del disco que sale ahora o la nueva gira.

Dice:

—Me dan miedo las salas abarrotadas. No me gusta estar rodeado de mucha gente, pero me siento muy cómodo en el escenario delante de miles de personas. Creo que es una forma de defenderse de esa fobia.

Su voz es grave y suave y desaparece bajo el susurro del aire acondicionado.

—Sé que es raro, pero soy muy tímido —dice—. Y esa es la ironía de ser un exhibicionista, de estar delante de tanta gente. Y es que en realidad soy muy tímido.

»También me gusta cantar a solas. Cuando canto prefiero que haya cuanta menos gente mejor. Cuando estoy grabando, a veces los obligo a pulsar la tecla de grabar y salir de la sala.

Sobre las giras, dice:

—Las amenazas de muerte hacen que la vida valga la pena, hacen todo más excitante. Son el alivio supremo contra el aburrimiento. Estar en medio de todo eso. Yo pensaba: »Sé que para transmitir lo que quiero transmitir voy a tener llevar las cosas a un extremo tal que me situaré en lo más bajo y me convertiré en la persona más despreciada del mundo. Voy a representar todo eso a lo que os oponéis y vosotros no podréis decir nada para hacerme daño ni para hacerme sentirme peor. Solamente podré ir hacia arriba. Creo que eso fue muy gratificante, sentir que nadie podría hacerme daño de ninguna forma. Aparte de matándome. Porque represento lo más bajo. Soy lo peor que puede haber, así que nadie puede decir que haya hecho nada que me haya hecho quedar mal, porque ya digo de entrada que soy lo peor. Fue muy liberador no tener que preocuparme de cómo la gente iba a intentar acabar conmigo. Si no os gusta mi música, no me importa. Es algo que no me preocupa. Si no os gusta mi aspecto, o lo que tengo que decir, todo eso es parte de lo que estoy buscando. Me estáis dando justo lo que pido.

Manson reparte su cuarta carta: la Muerte

—La cuarta carta es tu pasado lejano—dice—. Y la carta de la Muerte representa en la mayoría de los casos una transición, y es parte de lo que te ha traído hasta donde estás y cómo estás ahora. Esto tiene mucho sentido teniendo en cuenta que acabo de pasar por una transición grandiosa que ha tenido lugar en el curso de los últimos diez años.

Sentado en la sala de color azul oscuro de su discográfica, dice:

—Creo que mi madre tiene en muchos sentidos ese síndrome de Munchausen que hace que la gente intente convencerte de que estás enfermo para poder aferrarse a ti durante más tiempo. Porque cuando yo era joven, mi madre siempre me decía que era alérgico a distintas cosas a las que no era alérgico. Me decía que era alérgico a los huevos y al suavizante y a toda clase de cosas extrañas. Forma parte del elemento médico también porque mi madre es enfermera. Sus pantalones de cuero son tan largos que ocultan unos zapatos negros de suela gruesa.

Dice:

—Recuerdo que se me cerró la uretra, y me tuvieron que meter un taladro por la polla y desbloquearla. Fue lo peor que le podía ocurrir a un niño. Me dijeron que después de pasar la pubertad tenía que volver y hacérmelo otra vez, pero yo les dije: «Ni hablar. Ya no me importa como sea mi flujo urinario. Yo no vuelvo».

Su madre aún guarda su prepucio en una ampolla.

—Cuando yo estaba creciendo, no me llevaba bien con mi padre. Él no estaba nunca y por eso yo no hablaba nunca de él, porque no lo veía. Trabajaba todo el tiempo. Yo no considero que lo que hago sea trabajo, pero sí creo haber heredado su determinismo de la adicción al trabajo. Creo que no fue hasta que tenía veintitantos cuando me habló de sus experiencias en la guerra de Vietnam. Entonces empezó a hablarme de la gente a la que había matado y a contarme que había estado involucrado en cosas relacionadas al Agente Naranja.

Dice:

—Mi padre y yo tenemos una especie de trastorno cardiaco, un soplo en el corazón. De niño estuve muy enfermo. Tuve neumonía cuatro o cinco veces y siempre estaba en el hospital, siempre flaco, esquelético y listo para que me dieran de guantazos.

Suenan teléfonos en las demás oficinas. Por la calle avanzan cuatro carriles de tráfico.

—Cuando estaba escribiendo mi autobiografía— dice Manson— todavía no había llegado a la conclusión de lo mucho que me parezco a mi abuelo. Hasta que llegué al final del libro no me di cuenta. De que de niño yo lo veía como un monstruo porque tenía ropa de mujer y consoladores y todo eso y a fin de cuentas yo me he vuelto mucho peor de lo que era mi abuelo.

»Creo que no le he contado esto a nadie —dice Manson— pero lo que he descubierto durante el último año es que mi padre y mi abuelo nunca se llevaron bien. Mi padre volvió de Vietnam y como que lo echaron a la calle y le dijeron que tenía que pagar alquiler… Hay algo realmente oscuro en esa historia que nunca me ha gustado. Y el año pasado mi padre me contó que había descubierto que no era su padre verdadero. Y oír aquello fue muy extraño porque de pronto comenzó a tener sentido que lo trataran así de mal y que tuviera una relación familiar tan rara. Resulta verdaderamente extraño pensar que no era mi abuelo de verdad.

Dice:

—Sospecho que hay tantas imágenes de la muerte porque de niño, por el hecho de estar siempre enfermo y de tener tantos parientes enfermos, viví mucho tiempo con el miedo a la muerte. Viví con miedo al demonio. Con miedo al fin del mundo. Al éxtasis, que es un mito cristiano que descubrí que ni siquiera existe en la biblia. Y me acabé convirtiendo en todo eso. Acabé convirtiéndome en las cosas que temía. Así es como conseguí vencerlas.

En el desván, Marilyn Manson reparte su quinta carta: el Ahorcado.

—La quinta carta es más bien tu pasado reciente —dice—. También se supone que significa que ha tenido lugar alguna clase de cambio. En este caso, podría querer decir que he aprendido a concentrarme mucho más y que en cierto sentido he descuidado mis amistades y relaciones.

Dice:

—Nací en 1969 y ese año se ha convertido en el eje central de muchas cosas, sobre todo de este disco, Holy Wood. Es porque el año 1969 fue el final de muchas cosas. La cultura cambió por completo y creo que es muy importante que sea también la fecha de mi nacimiento. El final de los sesenta. El hecho de que Huxley y Kennedy murieran el mismo día. Para mí. Aquello abrió una especie de cisma o de portal de lo que iba a pasar después. Empecé a ver paralelismos en todas partes. Altamont fue como el Woodstock del noventa y nueve. Vivo en la misma casa donde vivieron los Stones cuando escribieron «Let It Bleed». Encontré Cocksucker Blues, una película muy poco conocida que hicieron, y aparecen en mi sala de estar escribiendo «Gimme Shelter». Y Gimme Shelter fue la canción que acabó siendo emblemática de toda la tragedia de Altamont. Y los asesinatos de Charles Manson son algo con lo que he estado obsesionado siempre, desde que era niño. Para mí, tuvieron la misma cobertura mediática que Columbine.

»Lo que siempre me ha preocupado es —dice— que está pasando exactamente lo mismo. Nixon salió durante el juicio y dijo que Manson era culpable, porque a Nixon lo estaban culpando de todos los problemas que atravesaba la cultura. Y después salió Clinton y dijo lo mismo: “¿Por qué actúan estos chicos de forma tan violenta? Debe de ser porque escuchan a Marilyn Manson. Debe de ser por esta película. Debe ser por este videojuego.” Luego mira para otro lado y tira unas cuantas bombas en otro continente para matar unas personas. Y encima se pregunta por qué los chicos tienen bombas y se dedican a matar gente…

Manson trae unas acuarelas que ha pintado: oscuros, brillantes y coloridos retratos de McGowan que recuerdan a los tests de Rorschach. Acuarelas que pinta… bueno, no tanto con pinturas como con el agua que queda de tras limpiar los pinceles.Una de las pinturas muestra las cabezas sonrientes de Eric Harris y Dylan Klebold empalados en los dedos levantados de una mano que hace el signo de la paz.

—Resulta que ni siquiera eran fans míos —dice—. Un periodista de Denver investigó lo bastante como para descubrir que yo no les gustaba porque era muy comercial. A ellos les gustaba más un rollo underground. Me cabreó que los medios se aferraran a una cosa y la hincharan hasta extremos exagerados. Y es porque soy un blanco fácil. Parezco culpable. Y en aquel momento yo estaba de gira.

Dice:

—La gente siempre me pregunta: «¿Que les habrías dicho si hubieras podido hablar con ellos?» Y mi respuesta es: «Nada. Habría escuchado». Ahí está el problema. Nadie escuchaba lo que decían. Si hubieras escuchado te habrías enterado de lo que estaba pasando.

Y dice:

—Resulta extraño que aunque la música es algo que uno escucha, creo que también te escucha a ti porque no emite juicios. Así es como los jóvenes encuentran cosas con las que identificarse. O los adultos. He ahí un sitio al que puedes ir sin que te juzguen. Sin nadie que te diga en qué tienes que creer.

Manson reparte su sexta carta: la Estrella.

—Esta carta es el futuro. Esto quiere decir un gran éxito.

Dice:

—Durante mucho tiempo no me podía imaginar a mí mismo llegando a este punto. Nunca miraba más allá porque pensaba que, o bien me iba a destruir yo mismo o alguien me iba a matar en el proceso. Así que en cierto modo he ido más allá del sueño. Y da miedo. Es como empezar de nuevo, pero eso es bueno porque es lo que necesitaba. Ha habido muchos nuevos renacimientos por el camino, pero ahora siento que he vuelto a nacer en el mismo sitio donde empecé pero con una interpretación distinta. En cierto modo he ido atrás en el tiempo pero ahora tengo más munición y más conocimientos para afrontar el mundo.

Dice:

—Lo natural sería que me metiera en el mundo del cine, pero realmente tiene que ser yo poniendo las condiciones. Creo que estoy mejor dotado como director que como actor, aunque me gusta actuar. Estoy hablando con Jodorowsky, el que hizo El Topo y La Montaña Sagrada. Es un director chileno que trabajó con Dalí. Ha escrito un guion titulado Abel/Caín que es fantástico. Hace como 15 años que lo tiene y quiere hacerlo, y se ha puesto en contacto conmigo porque yo soy la única persona con la que quería trabajar. Y el personaje es muy distinto a lo que la gente conoce de mí y esa es la única razón por la que me interesa, porque la mayor parte de la gente que viene a mí quiere que interprete distintas versiones de mí mismo. Y eso no es ningún desafío.

En la primavera del 2001 Manson planea publicar su primera novela, titulada Holy Wood, un relato que abarcará sus tres últimos discos. En el desván, sentado en el suelo e inclinado hacia la luz azul de su ordenador portátil, me lee en voz alta el primer capítulo, una historia mágica, surrealista y poética, trufada de detalles y sin ningún parecido con la narrativa tradicional y aburrida. Fascinante, aunque de momento alto secreto.

Reparte su séptima carta: la Suma Sacerdotisa.

—Esta… — dice—, no sé qué pensar de esta.

A la gente que viene a entrevistar a Manson, su publicista les pide que no publiquen el hecho de que se pone de pie cada vez que una mujer entra o sale de la sala. Después de que una lesión de espalda dejara a su padre invalido, Manson les compró a sus padres una casa en California y ahora los mantiene. Cuando se registra en un hotel usa el nombre de «Patrick Bateman», el asesino de la novela American Psycho de Bret Easton Ellis.

Reparte su octava carta:

—El Mundo —dice—. Colocada aquí de forma adecuada, representa los factores ambientales o externos que pueden neutralizarlo a uno.

Dice:

—Tuve una experiencia enormemente interesante en Dublín. Como es un sitio tan católico, hice una actuación allí dentro de mi gira europea. Tenía una cruz de televisores que estallaba en llamas y luego salía yo, que básicamente estaba desnudo salvo por la ropa interior de cuero. Llevaba el cuerpo pintado como si estuviera quemado. Salí al escenario mientras la cruz estaba en llamas y vi que la gente de la primera fila apartaba la cara y miraba en otra dirección. Así de ofendidos estaban, y es increíble que alguien pudiera estar tan ofendido, que apartaran la cara y miraran para otro lado. Cientos de personas.

Manson reparte su novena carta: la Torre.

—La Torre es una carta muy mala. Representa la destrucción, pero de la forma en que esto se lee, figura que voy a tener que luchar básicamente contra todo el mundo. Va a ser una lucha revolucionaria y se va a producir alguna clase de destrucción. El hecho de que el resultado final sea el Sol quiere decir que es probable que el destruído no sea yo. Será probablemente la gente que se interponga en mi camino.

Sobre su novela, dice:

—Si coges toda la historia desde el principio ves que es paralela a mi historia, pero está contada con metáforas y distintos símbolos que he pensado que otra gente puede utilizar. Trata sobre ser ingenuo e inocente, en parte como estaba Adán en el Paraíso antes de caer en desgracia. Y sobre comprender algo como «Holy Wood», que es usado como metáfora para representar lo que la gente cree que es, un mundo perfecto, el ideal con el que todos hemos de compararnos, la forma como se supone que tenemos que actuar y el aspecto que debemos tener. Y trata sobre querer, durante toda la vida, formar parte de un mundo que no considera que encajes, al que no le caes bien, que te machaca cada paso que das, y a pesar de todo tu luchas y luchas y luchas hasta que lo consigues y entonces te das cuenta que toda la gente que te rodea era la gente que al principio te machacaba. Así que automáticamente odias a todo el mundo que te rodea. Los detestas por hacerte formar parte de este juego en el que no te dabas cuenta que te estabas metiendo. En cierto sentido has cambiado una celda por otra.

»Esa acaba siendo la revolución—dice—. Ser lo bastante idealista como para creer que puedes cambiar el mundo, y descubrir que lo único que puedes cambiar es a ti mismo.

McGowan llama desde el aeropuerto y promete llamar otra vez cuando aterrice su avión. Dentro de una semana, Manson partirá rumbo a Japón. Dentro de un mes empezará su gira mundial en Mineápolis. La primavera que viene su novela cerrará la década anterior de su vida(*). Y después de eso volverá a empezar.

—En cierta forma es como… no como una carga pero sí como si me quitara un peso de encima al dejar reposar un proyecto a largo plazo. Eso me da libertad para ir a cualquier parte. Me siento, en gran medida, como hace diez años cuando monté la banda. Siento el mismo impulso, la misma inspiración y el mismo desprecio por el mundo que me da ganas de hacer algo que haga pensar a la gente. El único miedo que tengo es el miedo a no ser capaz de crear, a no tener inspiración—dice Manson. Puede que fracase y que esto no funcione, pero por lo menos soy yo quien elige hacerlo. No es algo que haga porque no me queda más remedio.

Manson reparte su última carta: el Sol

Los dos boston terrier están encogidos, durmiendo sobre una butaca de terciopelo negro. Y me dice:

—Este es el resultado final, el Sol, que representa la felicidad y el cumplimiento de grandes ambiciones.

(*) El libro permanece inédito debido a problemas de publicación

*

Del libro «Error Humano» (Debate, 2006) de Chuck Palahniuk

One thought on “[Leerse a uno mismo] Crónica sobre Marilyn Manson, por Chuck Palahniuk

Comenta aquí ~

Fill in your details below or click an icon to log in:

WordPress.com Logo

You are commenting using your WordPress.com account. Log Out /  Change )

Facebook photo

You are commenting using your Facebook account. Log Out /  Change )

Connecting to %s