
Como en las viejas fondas a los juglares, se ofrecen de nuevo el pan y la sopa a la sal de la tierra, la Poesía.
Llegué a St. Andrews amparado por la novedad. Ningún discurso es completo, nada parece haber sobrevivido indemne a las luces replicantes de Gödel. Sin embargo, la sal vivió primero, la iglesia del lenguaje. Pude encontrar en Escocia otro extremo del mundo en muchos sentidos. Dibujó Torres García que para los americanos nuestro Norte es el Sur. Con intuición y creatividad, pueden unirse los confines de la tierra, como las paralelas en el centro del plasma. Ahora, me consta a mí también. StAnza me dejó ver también otro extremo, la sencillez. No la ausencia de complejidad, sino la humildad del homenaje que se le hace allí, sin estridencia, a la palabra. Un firmamento Ad Hoc, reunido bajo el techo del Teatro Byre y sus espacios correlativos. Imposible verlo, y, menos, sentirlo todo. Más que bastantes fueron, al menos para mí, los eventos que pude presenciar.
Rilke y Lao-Tzu, ofrecidos por Martyn Crucefix, para que entendamos que la falta de ambición retiene a la palabra en su prístino poder. Quizás un hexagrama inmutable. A su lado, en otra versión de la oportunidad, escuchamos a Pascal Petit sonreir abiertamente celebrando similitudes. De Tomas Tranströmer fue la glosa. De su memoria emergieron escolopendras de corcheas, y, se me antoja, por su reiterado y holográfico valor metafórico, que en una corriente que brota del ojo de un águila fluimos todos, para encontrar el poder de nuestros más profundos habitantes. En su Fauverie susurran lo dioses a las almas encontradas. Frutas, exvotos de La Casa Azul, y colores del cadáver incinerado de Frida, como relatara Rivera en su testimonial sobre la muerte de la genuina surrealista, me untaron la memoria por leer Lo que el agua me dio. Pascal Petit, su palabra, sus hechos, son desde todo punto de vista considerables, especialmente si entiende que considerar es ser, estar o actuar conforme con lo sideral.
En un momento cualquiera, elegido por la causalidad, fue posible que Ben Gwalchmai se acercara a mi pequeña mesa con sus Caballos y que la enorme equinidad de los humanos transmutara con mi complicidad. Tiene razón, todos los hombres son voces.
Afortunada, igualmente, la posibilidad de asistir a la exposición de la excelente fotografía hecha por Magz Macleod, necesariamente no menos poética, que busca en las puertas del subsuelo un discurso paralelo a la sensibilidad de los textos de Heiki Winter, en cuya letra encontramos algo que coadyuva en la definición del sentido propio del festival: se pierde el estilo libre de la realidad, y se pertenece, más bien, a los imperativos de la libertad volitiva, para ” morir de mil palabras ” Siento en su quietud la indicación de Tolle, la importancia de Gurdjieff. La infinita humanidad de su abrazo, fue un acto de fe, un instante proferido naturalmente.
Mathew Sweeny, para algunos extenuante, para mí insoslayable, como también su intersección temática con Omar Jayam: la celebración de la savia constante de las viñas e igualmente de La Luna, incluso de la única verídica y segura, la de los astronautas. Su relación con el mundo editorial dicta un manual para sobrevivir al snobismo. Cohabitante del movimiento punk, acudió a San Francisco cuando Haigh-Ashbury disminuía su contraluz. Puede leerse en la contraportada de Inquisition Lane que las cosas pasan sin razón en su poemas, pero creo más bien que en Sweeny se cumple aquello de llamar azar a la ignoracia de la causalidad. Imponente alegoría del lenguaje su humanización de las cotorras. A cualquier otro poeta le habría resultado una alegoría desechable, por manida. Lo mismo habría ocurrido si una consciencia decidiera entregarse a la pesquisa abstracta de un helicóptero rojo, como sucedió en uno de sus textos durante el festival. Riguroso y sencillo su lenguaje, valiente y temible su seguridad. Me despido de mis observaciones sobre su genio reiterando, en nuestro favor, lo que expresa una canta popular argentina, la misma Argentina hacia la cual nada uno de sus caballos desde el Mar del Norte, en otra justificada inversión cardinal. Espero que siempre podamos encontrar a Sweeny en “el corazón del vino, donde nace la primavera”
Thomas Lynch estuvo en el festival para ofrecernos parte de su dosis de días, para hacernos caminar entre el movimiento y el descanso. Ve ciencia en todo, como Neruda en los peces. En sus líneas se recuerdan los días de otro marzo, en los que todo lo que pudo salir mal, salió mal. Expone la sumisión de las vacas, y retorna a la totalidad de la observación. Con audacia diría, es un confiado empirista de la fe, que espera y dice, que vive y cuestiona. Encontré en sus Walking Papers algo que designa la figura, ésta que nos refiere, el excurso que nos exige : estar entre tantas voces elegantes, nos lanza hacia todas las direcciones posibles y permite, a la vez, quedarnos con algo de la reminiscencia de nosotros mismos. Lamentablemente, su talento pone en evidencia que Dios tiene preferencias. Generalmente afortunadas y políticamente incorrectas.
Jo Shapcot y su delicada poesía, observadora de las abejas, la calvicie, de los más raros animales de la selva y la muerte, hizo que otra voz femenina, la de Fiona Benson me hablara. Todavía la escucho.
Nora Gomringer buscó y encontró poesía en lo paralinguístico; vocales alargadas, casi irreconocibles, silencio. Como en la famosa pieza de John Cage. Su palabra escénica, palabra serial, iterativa, su recuerdo de la poesía concreta, me hicieron recobrar citas hasta hacerlas presentes en este texto. El decálogo para adiestrar a los perros es el resultado de una indagación estética que extrema sus temáticas. Complejo, breve y denso su deseo de hacerse comprender más allá de lo aparentemente humorístico. Sus permutaciones de mujeres, flores y amantes en Barcelona, son la canta celebratoria, discreta y sensual de una desbordante mujer que asume el riesgo escénico para hacer del texto una experiencia más viva y llamativa. Bravo por ella, lo repito, tal y como lo hice al terminar su performance. El peso de su mano sobre la mía me hizo saber que, además, es real.
Me correspondió leer en StAnza un texto escrito en la lengua que le canta al polvo enamorado. Entiendo que, también con la intención que pretende celebrar una prosodia ecuménica, tuvieron oportunidad para hacerlo en la suya los que viven hoy la tragedia que Panagulis desveló al escribir con su sangre, los presos, que de algún modo, siempre son políticos.
Harry man practicó en la ocasión de nuestra lectura la profunda y gestual alteridad que puede obtenerse de una computadora, e hizo lo propio en el taller de improvisación. Veloz, quiso hacernos ver la apresurada secuencia que podemos ser.
Estas parcialidades quieren ser nada más que un apunte, lo que mi memoria resta a la realidad creada en St. Andrews para bien de los amantes de la poesía, y de nuestra versión de Kayros, nuestro tiempo oportuno. La antropofagia nos une, apenas filosóficamente; pero StAnza nos reitera el sentido de ser un antídoto, crea la oportunidad para desalojar a la semántica de su claustro habitual, la conveniencia, cuando no la plusvalía, y otorga a los juglares pan y sopa, para que puedan detener sus auroras, como las Northern Lights hace poco en St. Andrews, donde tendrá lugar el próximo encuentro entre las privilegiadas voces de la estirpe de la segunda palabra.
En la Cornisa Cantábrica, marzo de 2016.
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Jesús Sánchez (Buenos Aires, Argentina, 1960). Obtuvo el 1er lugar en el Concurso “Letras en Libertad” de Un Mundo Sin Mordaza (2015)