Dos poemas de Gabriela Gutiérrez (Venezuela, 1993) ~

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© Sara Andreasson
Marzo 2017

Una vez me dijeron
“estar en calma es estar muerto”
y yo pensaba: “¿muerta de qué?”
la muerte viene de diferentes maneras
y además para pagarla en cómodas cuotas
de anonimato.

Así somos nosotros:
Los desdichados
Los desinformados
Los descontentos

Con la prohibición desde niños
                                           de no poder hacer nada
donde sobra la niñez y no las ganas
de hallarse en un lápiz y una hoja

Dime tú madre general correcta
madre religiosa suprema
madre imperial volcánica
qué puede hacer uno
para
escribir escribir escribir
y que tú no llores
Para doblegarse ante hermosas
palabras cuentos historias poemas
y que tú no llores
por tantos prejuicios
tanto encierro.
Pobrecita mi madre
no pudo conocer la verdad de las cortinas
ni la de las líneas o las letras mal hechas.

Será por eso que me ha tocado sublevar
sobre toda tu preciosa agonía
y escribir escribir escribir
hasta tener 7
40
98
hasta que mis manos sangren, lloren, rían
con una calma que no se convierta
—por nada del mundo—
en catástrofe
y que mi madre
la pobrecita
pueda librarse de toda esta unidad.

***

Por qué mueren las suculentas

Lo dichoso de haber nacido entre sangre
es que el cuerpo se adapta
a sentirse mojado
por toda sociedad.
En cambio,
morirse
parece ser un juego más limpio.

Vivimos ensangrentados
por el país
por el presidente
por el guardia
por el malandro
por el señor de la bodega
por tus hijos
o los que yo quisiera tener
por los que no salimos
por las señoras frente a las tanquetas
por los muchachos y muchachas
                                               que no pudieron llegar a casa
por los que se aprovechan

Y me pregunto
cuándo se limpiará
nuestro rostro (de las lagrimas de vergüenza)
nuestra boca (de las maldiciones y el silencio)
nuestras manos (o puños contra la indolencia)
nuestro estómago (del hambre y la falta)
nuestro sexo (de la maldad de parir en un país abandonado)
nuestras rodillas (que tocan el suelo de tanto acostumbrarse)
nuestros pies (al caminar sobre esta ausencia)

Seguramente
mi muerte será tan limpia
que no la recordaré
me arrancarán de raíz
y me pondrán a nacer en otra parte
porque es posible enfurecer de tanto engaño

La indiferencia se cura con una ternura
(o amabilidad, para ustedes)
que sea honesta y rotunda.
Tan solo hace falta que nos rieguen un poco
y nos escondan de todo este desierto
de empujones
y crueldad.

*

Gabriela Gutiérrez (Barinas, Venezuela, 1993). Arquitecto. No sabe vivir sin metáforas.

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