
Caracas ya no es la última frontera
Ahora apesta a mugre
y a izquierda;
como vallas de otrora,
sus paredes y sus esquinas
(y sus personas)
están (estamos)
teñidas de negro, gris
y de rojo:
el Ávila ya no es sendero,
solo tormenta.
Perdimos el norte.
Camino a través de sus calles
por encima de los huesos de mis amigos
y los escombros de mis fantasmas;
persigo los pequeños momentos de luz,
los faros iridiscentes,
las sonrisas desesperadas y las miradas ahogadas
para no sucumbir entre la muchedumbre,
para no sucumbir,
para no sé bien qué.
La calina es un presagio hecho realidad. Es la nueva neblina.
Es la nueva realidad.
Lo perdimos todo,
hasta el poema.
Caracas ya no es la última frontera;
ahora
no la consigo.
⁂
La ciudad se levanta una vez más
sin contemplaciones,
en medio de tantos temblores nocturnos
y la taquicardia
y las convulsiones
y los asesinatos y los caídos;
a ella ya no le interesa
lo que pase mientras duerme, mientras sueña
con épocas mejores,
se ha resignado
a respirar,
mecerse un poco esperando batir la sangre y la mugre
y regalarnos otro sol
por encima de centinelas de uniforme verde y negro.
⁂
Si el poema se abriera en fidelidad y me ofreciera certeza, algo palpable como el vuelo de los jilgueros, le confesaría mi miedo al no saber cuántas veces podré volver a encender este cigarrillo hasta volvernos cenizas una vez más.
Pero el poema
dejó de hablarme
y tú de fumar.
⁂
conocí la noche
a través de mi ceguera de murciélago
pude sentir la
inmundicia
cubrir mis alas,
mancharlas de gris,
arraigar en ellas
la putrefacción
del plomo y del asfalto
en aquellos tiempos, solía saltar al vuelo
entregándome a la neblina y al olvido
sin contemplaciones,
sin balas, sin muertes,
trazaba mi camino
sin tropezar con los zamuros
ahora soy uno de ellos,
una decepción de altura,
de basura y bilis
que rapiña
mi burka está hecha de gas lacrimógeno,
no soy más que un cartucho,
fino polvo blanquecino
ahora
la ceguera
es real.
⁂
uñas negras
de tantos golpes,
uñas débiles
de mordiscos
y de anemia
uñas sucias
de labrar la tierra
sin descanso
uñas rotas,
uñas idas,
uñas siempre;
al final, todo se reduce
a cuánta tierra ensució tus dedos.
~
Andrés Ignacio Torres (Valencia, 1996). Estudiante de Ingeniería de la Computación en la Universidad Simón Bolívar, en Caracas. Escritor de poesía y ficción breve. Ganador de los premios de cuento José Santos Urriola (2016) y poesía Iraset Páez Urdaneta (2017) en su Universidad. Ha publicado poemas y cuentos en Canibalismos, Cantera, Universalia y otros medios digitales.
Es un poema de la realidad vivida en nuestra Caracas…un poema de dolor,denuncia..muy profundo….Excelente!
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Te leo y te leo..me encantan tus poemas llenos de nuestra realidad..bendiciones
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