Cinco poemas de Jessedith García Cordero (Venezuela, 1992)

Jessedith García Cordero (Caracas, Venezuela, 1992). Es escritora y correctora. Estudió Letras en la Universidad Central de Venezuela. Fue finalista en el 6.º Concurso de Poesía Joven Rafael Cadenas con el poema «Palabras ajenas». Le gusta el cine, la literatura y la cultura pop.

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I

No soy la que me devuelve el reflejo.

 

La que está ahí no es nadie (no existe); mi forma es un molde vacío, una ausencia de algo/alguien. Apenas estoy de pie (¿cómo?), no veo más allá del reflejo (¿por qué?), no reconozco mis pies, mi torso es torpe, mi cuello, mi rostro… no lo mires.

 

Mis manos…

 

Cierro los ojos para no ver:

la forma, baja, sin expectativa; un objeto sin nombre.

 

II

Las manos que crean, anhelan, que se tuercen del dolor al menos un par de veces al mes. ¿Cómo alcanzan el otro lado? ¿Con cuáles letras comienza a definirse? Un par de manos vacilantes, que se contraen, que se mueven de derecha a izquierda. Dudan cuando se acercan a una tecla; fluyen cuando van a terminar la línea.

No soy la que me devuelve el reflejo.

La que está ahí se redibuja en sus manos cada vez que están quietas.

 

 

Clasificado: corazón

 

Se busca: corazón

casi nuevo, poco uso

con treinta años de experiencia

que no duela cuando los pulmones se expanden.

Se busca: corazón entero

sin cicatrices visibles

que no se paralice en las noches

ni que me tumbe contra el suelo.

Quiero: corazón

que no colapse ante el primer pálpito

que no vaya contra reloj

y que no choque contra las paredes de mi pecho.

 

 

El nacimiento del mundo

 

Yo comienzo con un grito al revés,

desde adentro, nace desde más hondo,

mientras las campanas suenan de fondo

con un destello traspasa el ciprés.

 

La noche se va abriendo a la gran luna

un espacio propio para ser foco.

Un rito que con mis voces convoco

y un niño que va meciendo su cuna.

 

“No sé qué más esperas de la noche”,

dice la voz más débil desde dentro

al tiempo que se llena de reproche.

 

El eco inicia desde lo profundo,

retumbando con fuerza al comenzar,

como el temblor que vio nacer al mundo.

 

 

El poema del río

 

Siempre he dicho que debemos fluir: fluir con los desgarres de la vida, fluir con la ira carmesí del desespero, fluir con el destello de la locura que se avecina de vez en cuando.

Fluir es, también, lo que hacemos para rescatar lo que vale la pena: la vida, el amor, la Tierra, las artes. Este fluir es un vaivén que se transforma en versos, en sonido, en formas que hablan sobre el color de la esperanza y la tristeza.

 

Deseo que al final de este movimiento nazca un poema: un poema que se mueva en su propio fluir, que su agite sea parte de su alma y no que viva en sus adjetivos.

 

¿No es el fluir el vaivén de la vida, un poema que busca a alguien que lo escriba?

 

 

Paso la página:

un desnudo por aquí, y otro por allá.

El empoderamiento femenino arrasa el internet, dice el titular.

Un nuevo desnudo.

Mis ojos se concentran en

la mancha que tiene la modelo

justo encima del labio.

Mis dedos rozan la mancha,

bajan por el cuello,

se empozan en sus pechos

y bajan hasta sus piernas,

mientras los míos replican el movimiento.

Mis ojos se dilatan cada vez más.

Más.

Y más.

Llego al punto cumbre.

 

Paso la página, reviso el catálogo de mis deseos,

esperando que salga el primer destello del alba.

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