Francisco Javier Montoro (Córdoba, 1990). Trabaja como experto en migraciones y derechos de la infancia. Es cofundador de Barbecho, asociación que promueve la participación real de las personas extranjeras. También traduce del y al árabe. En 2009 publicó el poemario Anatomía de las matrioskas. Ha colaborado con diferentes espacios creativos digitales, y revistas como Salmacis, Rielar, Zéjel y Casapaís. Fue finalista del I Premio de Poesía Valparaíso.
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C/ Fortuny, 11
Melilla, 2016-2019
Trabajo seis días y medio a la semana.
La ojera es del color del uniforme
que de lunes a sábado me asfixia,
casi como las aguas que dejo mansas
y a la derecha,
siempre antes de las nueve y media,
en el asiento de atrás de todos los taxis.
Comienzo cada mañana con la llamada:
vengan a recogerme donde siempre,
soy el que lame sus heridas.
No soy de aquí, y no puedo
contarle qué me dicen cuando llegan.
Usted sabe dónde está mi casa,
reconoce mi voz, valora mi dulzura.
Visito cuatro veces en semana
un puesto fronterizo cerúleo y blanco
de rejas celestes y furgones casi negros.
Visito seis veces sus habitaciones
de literas cobalto y mantas melancólicas
-un tercio de esta tristeza en cada catre-,
los veo en el cian de cárceles y comedores
y en el mar que yo no piso, que ellos han sorbido,
que ellos vomitan y aseveran.
Soy una sonrisa itinerante
en esta ciudad de rutinas inmóviles.
Soy las siete mañanas y las seis tardes
en que recorro diámetros de un perímetro
perverso:
Frontera-CETI-Oficina,
Frontera-Purísima-CETI-Oficina,
Frontera-CETI-Gota-Oficina.
Descanso medio día a la semana.
En doce kilómetros cuadrados solo puedo
desandar los domingos
doce horas de vida en el centro,
bajar todas las persianas de este piso
que me hace cubrir el cielo y me asegura
tan solo medio día a salvo
de los márgenes azules.
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Beni Enzar
Yo, que he vivido tanto, que tanto he soportado,
que proyecto de mis dientes un muestrario de penumbras;
yo que soy la terca indignación de la arruga centenaria
vengo a prolongar la línea de la mano que me tiendes
hasta este limpio folio dispuesto a afectarse de carbón
y desencanto.
Dame tu pulgar enhollinado, tú a mí, que en tantos
grises me he anulado, déjame empujarte hacia el registro
de este poema tuyo que empieza con un yo.
Vengo a difuminarte el camino y reiniciarte,
mi abrazo es el formulario que imprime tu silueta.
Empieza(s) aquí, mi sonrisa de esperanza te reduce.
Te cedo el sonido de tu nombre, te habilito este espacio,
imprimo rutinarias en el papel que te define las pautas
para que cada vez que te reescribas lo hagas sin salirte
del cerco de vida que yo, que he vivido tanto,
te delimito.
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Aquarius
Los 629 inmigrantes del Aquarius ya están en Valencia
(El Independiente, junio de 2018)
Cuando vuelvas, habré realineado los muebles de tu casa,
abstraído de ellos un plan de contingencia,
un circuito bien dispuesto para abordar, en caliente,
la llegada masiva de impulsos no deseados.
Lo tengo todo previsto: para mimar el rescate
será preciso desmembrarnos, destruir los buques de socorro,
pinchar los chalecos salvavidas con el esmero erróneo
de quien tragando agua nada a las orillas.
Entre el costado y la espiral, yo elijo
descartar la mano que sostiene en paralelo,
ahogarme en este océano aleatorio
que exhala la memoria.
Te dejo en la nevera instrucciones
para eludir la voluntad temerosa del arraigo.
Pese a la asfixia permutable, es cada naufragio
personal e intransferible.
El protocolo de actuación es claro: no compartas
mi deriva. Sálvate tú.
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Thaer
Quieres decir destornillador con las manos.
Cada pausa es un pinchazo. Luego retomas,
esta cronología cojea y en mi cadencia la recito,
se me hacen nudos en tus rodillas,
nos duelen los papeles cuando cambia el tiempo,
nos duelen
cabezazos contra la pared por la lluvia,
no nos duelen
los cortes, no las prisiones húmedas
de Libia.
Un destornillador puede
limar engranajes, confundir la estructura
de unas piernas, desordenar cimientos,
pausar las balsas de tu marcha y forzarnos
a nadar estas caderas de explosivo,
repetirte que esto le podría estar pasando
a cualquiera,
lo que nos está pasando podría
habernos pasado también a mí.
Un destornillador puede
recomponer el ordenador que te registra las pausas,
devolverte al partido de fútbol de tu barrio,
que tras él también con las manos puedas
recoger extremidades y guardarlas
en bolsas de basura.
Yo no puedo armarte las piernas.
Pero un destornillador
inmóvil en mi voz y no en la tuya
me salva porque no mueres.
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