Sun City. El mapa y el territorio, por Ana Llurba (Argentina, 1980)

Ana Llurba (Córdoba, Argentina, 1980). Actualmente reside en El Paso, Texas, cursando un MFA en Escritura Creativa.

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Sun City. El mapa y el territorio

Me sorprendió descubrir lo fácil que fue. Después de un viaje de eternas veintiocho horas desde Berlín, con una escala en Doha, Qatar, luego de mi ingreso oficial en Estados Unidos por el aeropuerto de Los Angeles donde una oficial de policía chequeó mi pasaporte y me preguntó cuánto dinero traía encima, las Borderlands, esa alambrada física, mental y política que delinea el pasado, presente y futuro de El Paso, Texas, se abrieron ante mí.

Abrumada por el salto de la bidimensionalidad del paisaje grabado en mi memoria por las búsquedas compulsivas en Google Street durante el último año y medio de pandemia que nos separaron, las Franklin Mountains aparecieron en el traslado del aeropuerto hasta mi nueva casa como gigantes asomando sus cabezas al borde de una mesa. Una planicie, esa larga meseta, Mesa Street, la avenida infinita, arteria corazón que marcó el ritmo de mis primeros días vagabundeando bajo el sol implacable de Sun City. Por eso, te imploro:

 

Abuela araña: llévame al Cuarto Mundo.

 

Ahora las contemplo con detalle todas las mañanas desde mi desangelado porche en el coqueto barrio de Sunset Heights. Como primas lejanas de las sierras de Fiambalá, Ancasti y Aconquija en la precordillera argentina, las cimas de las Franklin Mountains intentan acariciar ese cielo artificial de tan celeste, de tan despejado. Como si esperaran que alguien, una forastera como yo, las escalara y las dominara. Conquistar y dominar. Que Santa Gloria Anzaldúa me libre de este exceso testosterónico de medio güera, medio latina, medio confundida, entre tanto jetlag, burocracia y espejismos digitales. Por eso, lo repito:

 

Abuela araña: llévame al Cuarto Mundo.

 

Desde aquella nublada mañana berlinesa a principios  de mayo de 2020, cuando recibí la carta de aceptación al máster bilingüe de escritura creativa en la Universidad de Texas en El Paso, nada espoleó más mi imaginación que la posibilidad de contribuir con otra leyenda exagerada. Los sublimes paisajes modernistas de Georgia O’Keefe en Nuevo México. La  profundidad psicológica en los cuentos de  Katherine Anne Porter en el sureste de Texas. Las atribuladas adolescentes de Joy Williams envueltas por la arena dorada del desierto de Arizona. Lucia Berlin y sus epifanías costumbristas en El Paso.

Todas las escritoras y artistas norteamericanas que admiro fueron mujeres  independientes y nómadas. Y todas nacieron, vivieron o tuvieron una experiencia fugaz e iluminadora que marcaría el resto de sus vidas y obras en ese vasto territorio  que es el desierto del suroeste norteamericano. Pero intuyo que esta aventura será abrupta. Sé que habrá muchos desvíos, interrupciones, distorsiones, interferencias y erratas funcionales más allá de mi buena voluntad de alumna que siempre hace los deberes. En mi atribulada memoria, esta cartografía solo existe en mi imaginación.  Como en aquel mapa del Imperio que no coincide con el territorio, creado por Borges en Del rigor de la ciencia, en mi  imagen mental de Sun City, el mapa y el territorio se confunden.

Por eso, te pido:

 

Abuela araña: llévame al Cuarto Mundo.

 

Sin embargo, ya he protagonizado otras aventuras como ésta. Y como ya he vivido en tres países muy diferentes, intuyo que no existen los comienzos verdaderos. Había y no había una vez comienzan sus historias las cuentacuentos armenias: Córdoba, Argentina, my hometown; Barcelona, España, mi hogar, mi pasaporte de adopción y origen de mi familia paterna; Berlín, Alemania, el de mi familia materna. Mi derrotero vital es un cliché freudiano andante: buscar al padre en Barcelona, para terminar reconciliándome con la madre en Berlín. Para,  aún insatisfecha, seguir buscando. Por eso, de nuevo, te imploro:

 

Abuela araña: llévame al Cuarto Mundo.

 

Ahora otra cosa me perturba. Acabo de descubrir un glitch en esta fantasía de búsqueda personal. Si es cierto que todo escritor vive en una especie de autoexilio que si no es físico es mental, un fallo técnico ha ocurrido en el mío. En mi paisaje mental de Sun City. Los ladrillos de bits que contenían todo lo que sé sobre Texas y esta ciudad fronteriza aparecen pixelados. Entonces me doy cuenta de que estoy atrapada en una versión errónea del mapa, condenada al loop de una promesa imposible.

Todo comenzó con la Texploitation: cowboys, botas de cuero de víbora, rodeos, Lone Star (la película del gran John Sayles, no 911-Lone Star, la serie de televisión), música country, ese fatídico tren que llaman La Bestia, Thelma & Louise,  los wetbacks, Bush Padre e Hijo y el Espíritu Santo, trata de blancas, Dallas (la serie de los 80s), los feminicidios en Juárez, más música country, narcotráfico, El río Bravo, la frontera, Gloria Anzaldúa y Cherríe Moraga, The Dallas Buyer’s Club. Todo se acumula desordenado en mi memoria imaginada. Al volver sobre mis pasos, compruebo que se ha guardado una versión corrupta de ella. Game Over, nenita y ahora a volver a empezar. Por eso, una y otra vez más:

 

Abuela araña: llévame al Cuarto Mundo.

 

 Cuenta una antigua leyenda hopi que, muy al principio de todo, reinaba el caos y los únicos seres que vivían en la Tierra eran insectos que sobrevivían, infelices, en cavernas sin luz. Como mis tres inviernos de siete meses sucesivos de oscuridad, depresión  e inyecciones rutinarias de vitamina D  en el eterno invierno berlinés. Verificando en mi  propia experiencia la composición cíclica del tiempo,  vuelvo al inicio y cruzo el control policial y aduanero en Los Ángeles de nuevo. Espero en una desordenada cola donde agotada leo con atención “Por favor, no ingrese en el control de seguridad con sus armas de fuego”. Sin embargo, insisto:

 

Abuela araña: llévame al Cuarto Mundo.

 

Esta vez avanzo, continúo con mi misión a pesar de los errores involuntarios de esta narradora desconfiable. Pero ya sabemos que todo narrador es desconfiable. Me gustaría poder levantar la vista y hablar con ella. Interpelarla. Convencerla de que el café instantáneo con edulcorante combinado con shots de Jäggermeister y copitas vespertinas de vino blanco para controlar la ansiedad no son buenos consejeros para esta historia repleta de incertidumbre, distorsión e interrupciones. Solo deseo que la narradora, esta viajera atribulada y confundida, me deje alcanzar a mí y a mis lectores la comunión con el trofeo prometido. Para cumplir así las expectativas del relato, el mito. Un mito de origen que sigue así:

 

Abuela araña: llévame al Cuarto Mundo.

 

 No me interesa destripar aquí mi inconfesable ansiedad mórbida por atestiguar algún hecho de la crónica roja local, como un tiroteo ejecutado por fanáticos cristianos al frente de una sucursal de Planned Parenthood. O, quizás, asistir como testigo a un operativo de la Border Patrol cazando inmigrantes ilegales que acaban de cruzar el río Bravo por este lado. Un placer culpable que me confirmaría como turista hambrienta de  cualquier tipo de adrenalina que la saque de su aburrimiento primermundista. Pero lo que sí me interesa sigue así: la Abuela araña guió a los hombres-hormiga deprimidos por la falta de sol en sus cavernas oscuras hasta el Segundo Mundo, donde se convirtieron en lobos y osos. Sin embargo, no contentos con eso tampoco, ella los guió de nuevo en un largo itinerario lleno de peligros hasta el Tercer Mundo. Allí finalmente se convirtieron en personas. Y poco después estalló el mal. En septiembre de 2021 en el estado de Texas se aprobaron dos leyes con apoyo de la Corte suprema: una que prohíbe el aborto después de las seis semanas de embarazo; y otra que permite la portación de armas cortas en lugares públicos sin revisión de antecedentes. A pesar de ello, o quizás a causa de ello, insisto:

 

Abuela araña: llévame al Cuarto Mundo.

 

Una versión del mismo mito hopi dice que Tawa, el creador del mundo,  condenó por su maldad a los hombres del Tercer Mundo con una gran inundación. Sin embargo, poco antes de la destrucción total, la Abuela araña confinó a las personas más justas en juncos huecos que estas usaron como canoas. Entonces, cuenta la leyenda y repiten las cuentacuentos: las personas justas del Tercer Mundo atravesaron el desierto gracias a que la Abuela araña abrió un canal para que ellos pudieran cruzar la extensa superficie arenosa. Este era el Gran Cañón. La gigantesca garganta seca del Río Colorado.

Dicen que ahí es donde empezó todo. Aunque también podría ser que no. Quizás, como los hopi, que creen en una estructura cíclica del tiempo, quizás he llegado hasta aquí, hasta el Cuarto Mundo, solo para volver a empezar. En un lugar donde las expectativas y la realidad coincidan. Un lugar donde el exilio sea hogar. Y viceversa. Un lugar donde el mapa y el territorio confluyan no solo en mi imaginación autoexiliada sino en la peripecia de abrazar el tránsito y la contingencia. En la aventura cíclica de volver a empezar en un lugar familiar en la imaginación, pero desconocido en la experiencia vital. Game Over, nenita y ahora vuelves a empezar. Otra vez. De nuevo.

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