Tres poemas de José Luis Álvarez Escontrela (Venezuela, 1995)

José Luis Álvarez Escontrela (Venezuela, 1995). Licenciado en Letras por la Universidad Central de Venezuela con mención Magna cum laude (Caracas, 2021) ha publicado poemas en revistas literarias en inglés y español, incluyendo Juste Milieu, Rigorous, Queen Mob’s, Pamplemousse y Sonder Midwest. José Luis fue seleccionado como ganador del tercer lugar en el VI Premio de Poesía Joven Rafael Cadenas (Caracas, 2021) y es egresado del Diplomado en Reflexión y Creación Poética (La Poeteca, 2021-2022). Vive en Santiago de Compostela.

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Habitación

 

Nunca he visto un paisaje con pájaros amarillos,

pero puedo reconocer el trinar de los gorriones engullidos tras del ruido.

 

Aquí aprendí a construir una celda,

con sus paredes de blanco roto,

los capullos secos de cuando era oruga.

 

Escucho las bombas caer afuera,

anclas de hierro tanteando el lecho marino.

 

Adentro, bien adentro de mí,

se derriten los clavos espesos

que cerraron este ataúd llamado casa.

 

Lo que queda en mi pecho

es cuerpo cavernoso poblado por arañas flacas.

 

Más arriba, quedan los ojos bañados en salitre

un escarabajo verde siendo comido por larvas rojas.

 

 

Piélago

 

De estar tanto tiempo aquí, aprendí a construir las paredes de la cárcel.

Perdida en la umbría de estas montañas trepanadas por las sombras.

Reconozco la cal de las paredes porque es lo que exhalan mis pulmones.

 

Abre tu mano y muéstrame el pequeño lirio

que guardas con tanto recelo.

De tenerlo tan apretado se han doblado los pétalos;

tu mano era cobija bañada en agua de romero y citronela,

y ahora es yeso quebrado que pisa una flor sin quererlo.

 

No hagas lo mismo con mi mano,

que tanto teme al frío.

 

Sea su cobijo la penumbra que arropa a los búhos,

en la que bien sabes caminar.

 

Guía, eso sí, la punta de tus dedos en mi palma

y déjalos recorrer las heridas talladas por la lluvia de siglos.

 

Enséñame un nuevo lenguaje

en el que cárcel sea refugio

mientras la sábana de lino que nos cubre

se quema en sus esquinas.

 

 

Las formas del fuego (una despedida)

 

tienes la soledad llena de soledades,
y tu corazón tiene la forma de una lágrima.

Pablo de Rokha

 

Las tormentas de tu cara igualaban las mías

y las casas en llamas se posaban en nuestras pupilas.

 

En tus ojos veía los cuadros negros,

llenándose lentamente del brillo de las casas en llamas,

una amapola plegada.

 

A veces nos sentábamos a contemplar las formas del fuego,

pequeñas telas en el vestido de una novia

o grandes sábanas cubriendo los muebles que se pudren en una casa olvidada,

junto a nosotros.

 

A veces nos besábamos y simplemente ardíamos,

porque hay muchas maneras de arder

y esa era nuestra favorita.

 

Nos quedábamos allí viendo,

pasmados ante lo que iba a ser un mueble,

pero terminó en cenizas.

 

Tú sí sabías manejar la madera,

conocías su peso, la manera de convertirla en otras cosas,

ante tu mano era simplemente arcilla,

pero prefería verte junto al fuego,

consagrando los errores de tu mano ante la llama.

 

Ahora ya no puedo ver las llamas,

llevan consigo la luz que lo ilumina todo de nuevo

como un premio antes de la quema,

y no quiero recordar tu reflejo

porque el fuego ya no es lo mismo.

 

En lo que arde está tu cara

y temo verla de nuevo

como un cuchillo teme al cortar una manzana pulcra,

con la certeza de que ninguno de los dos será igual después del juego,

porque la navaja ya ha tenido práctica y la manzana ha perdurado lo suficiente.

 

Tú reías mientras fumabas

y era irresistible moverse de allí.

Nos recordaba lo frágil de las cosas,

esperando como dientes de león

a un soplo de aire pequeño que se lo lleve todo.

 

Arder no es más que una palabra,

pero yo sé que nombrar es crear,

y nombrar lo que arde también es recordar lo que se destruye,

como tu nombre.

 

Por eso me alejé del fuego,

porque también es cierto que lo que se ve existe

y dejar de ver tu cara en el fuego es difícil.

 

Ahora hasta las palabras arden,

como el “te amo”

mientras tu cuerpo pesaba sobre las sábanas,

un submarino hundiéndose

con gravedad y aplomo.

 

El fuego está volviendo a reclamar lo que le pertenece,

como las olas del mar con cada bocanada,

pero mis manos no son las tuyas

y todo lo que habíamos construido ya se quemó.

 

Lo dejaré morir lentamente.

~

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