Cinco poemas de Agustín Mazzini (Argentina, 1993)

Agustín Mazzini (Buenos Aires, 1993). Ha publicado los poemarios El cielo no termina de quemarse (suri porfiado, Argentina, 2017), Poemas de Rue Parthenais (Difácil, España, 2021), Su corazón una moneda (Aguacero Ediciones, Argentina, 2021), El perfume de la flor tatuada (Eolas ediciones, España, 2022). Ha recibido, entre otros, el Premio Nacional “Bustriazo Ortiz” Para Jóvenes Poetas, el XIX Premio Internacional de Poesía Joven “Martín García Ramos” y el III Premio Fundación MonteLeón de Poesía Joven. Finalista del I Premio Hispanoamericano de Poesía “Francisco Ruíz Udiel”, fue becado por el Ministerio de Cultura argentino en convenio con el Conseil des Artts et des Lettres du Québec para una residencia de creación en Montreal. Condujo el programa online de poesía “Puentes de papel” y ha ofrecido conferencias sobre poesía y participado de festivales nacionales e internacionales.

~

 

IV

Mujeres.
Puertas abiertas.
Carteles de prohibido fumar.
El poema comienza por las estudiantes de arquitectura
con su mochila y su flor en los labios,
y la melancolía de estar solas en medio del tiempo,
bailando con la noche, enamoradas.
Secreto,
lluvia,
el subte D con telarañas y vendedores ambulantes,
la inútil idea de buscar un recuerdo
que agujerea monedas en el paraíso
y llora sobre el vapor de las licorerías cerradas.
Alguien en mí
escribe con sangre sobre una mujer desnuda,
se moja los labios
y entiende por qué está al borde de la muerte
el color de los paisajes.
Latas de cerveza,
una voz desde los techos de las estaciones,
un libro de Walt Whitman.
Todos los que viven en un sueño
comerán un embrión oscuro que se alimenta de lágrimas,
y una luz y una mano que al tocar
se convierte en un aluvión de rosas.
Ya veo
debajo del iris de los transeúntes la misma navaja,
el mismo dolor de vida
porque en 20 segundos se habrán ido
y quedará un gusto a carta que se deshilachó
y volverán a casa con su cadáver deshojado.

Estación Congreso de Tucumán, 29 de abril.

 

 

VII

Escrito en la estación de tren de Núñez

A propósito de Alejandra Pizarnik

A una mujer la mirada se le cae por las escaleras.
Besos. Sal. Estatuas. Lamentos
y un enjambre de nieve
en maletas a medio desempacar.

Sé que rodarán por las esquinas
pequeños perros que persiguen el amor
y un sol negro que canta por los rincones,
y que veré al filo del amor y al Hombre trepar por los puentes,
aullar lágrimas en los cuchillos
frente a almacenes cerrados después de las seis de la tarde.

Hoy, en esta mañana,
oleadas de vagabundos llegarán en cualquier momento
a buscar harapos de su sombra entre palomas muertas,
así como los muertos hablarán con la boca húmeda
de cosas que dudamos por sólo existir.

Inmóviles en la música del viento los colores se duermen,
las palpitaciones de la calle hallan su infinito
y el alba cose sus labios ciegos y da pequeños
golpes a las últimas plazas despiertas.

Las muchachas calientan heridas dentro de sus abrigos baratos
y se marean al oír el tacto de una gardenia en lo nocturno,
al ser que se diluye entre las sábanas
y pregunta por el final y le agrega a los sueños raíces.

Es la estación de tren, el parque, la plaza,
la certeza de un horizonte abandonado
al borde de una cama, con los dedos en la arena
y un vino que quema horas en nuestra frente.

 

 

XVII

Tardenoche en la Recoleta
(desde el bar Büller)

Alguien busca en las voces de los muertos
un cielo recién salido de una botella,
el golpe definitivo de la yedra en el ladrillo,
el clavel degollado y el humo de la marihuana.
Alguien busca entre las latas y los sensibles cuellos de las botellas,
un cielo amarillo que ondea en los pasajes del cementerio.

Y no es que se llore por la balada de cadáveres
ni por toda forma de muerte que grita desde las arcadas,
es por el tajo en medio de la vida donde el dolor
se viste de extranjero y usa un acento imposible de entender.
Shots. Bebidas en inglés. Bóvedas. Escalones. Graffitis.
De tanto olor a muerto, los barman regaron su alma con ginebra
mientras escuchaban un vals en este invierno de ahorcados.

Una lágrima de músico de tango y un eco suave.
Las miradas pueden ser una puerta y ser un río.
Las miradas y el frío que pone azul la sombra
por la que dudamos de que todo sea real.

Me dicen muy despacio que en la muerte
hay un paño sucio para cubrir el deseo:
él duerme entre cenizas y con la almohada
rodeada por alambres de púa,
vestido como un ángel de mármol
entre el murmullo de la multitud de los bares.

 

 

XLI

Encontré una iglesia que chorreaba sangre desde las sacristías.
Encontré un recién nacido debajo de la almohada,
un muro, un día que rueda en oficinas y burdeles.
Fui un ser pálido en las casas a las que mi soledad va a morir.

Aparecí
como un hombre con las manos grises y el corazón arrancado;
llegué desde el vientre de cielos que se mezclan temblando
para no quedarse dormidos.

Así el invierno durara mil años, amor,
así se quebraran las hojas en donde late toda la naturaleza,
así los objetos sin luz me miraran desde una daga o desde la sal,
yo seguiría triste por el cristal que atardece
en mi sombra cuando me ven a los ojos.

Vengo llorando por las esquinas, amor,
repitiendo los nombres de las cosas para no olvidarlas,
en medio de la gente y con un secreto bajo la lengua.

Tanta vacilación en lo humano me aturde,
me aturde tanta pérdida y tanto Cristo sin aliento,
las barandas en donde se desmayan las pupilas del asesino
y la locura que desnuda pájaros grises hacia el Viento Norte.

Aúllo por rincones donde las ratas se comen entre sí,
recojo pétalos del vestido de una princesa dormida,
sigo camino para no ser encontrado.


Poemas de El perfume de la flor tatuada
(Eolas Ediciones, 2022, León, España)

 

 

Hotel Provincial, habitación 743

Me iré en un solo paisaje,
con el amor ahogado entre los filos
y sombras dulces que lloran un año entero frente a las gasolineras,
tratando de extraerme el corazón
para poner en su lugar una manzana.
Ya anduve por pasillos, me arrastré por alcantarillas;
me cambié el nombre cuando preguntaron
de dónde vienen los trenes cargueros
que me cruzan la mirada.
En el lobby hay hombres de brazos tatuados,
mujeres que llegan de la playa ebrias de horizonte.
En esta soledad
una máquina retiene las últimas luces de la palabra vida
y cuento las monedas para el catecismo
de músicos y artistas callejeros.
Así, sin pensarlo, me iré
porque en cada una de las camas donde me acuesto
dejo una lluvia, un rastro de ángeles caídos, botellas llenas de sangre.
Me iré bailando un vals que diga:
Amor sembrado en los huecos,
amor de un segundo,
amor de un instante,
amor ahogado entre los filos.

Poema de Magnolia (inédito)

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *