Silvia Plath: a cinco brazadas de profundidad, por Ophir Alviárez (Venezuela)

Ophir Alviárez (Caracas, 1970). Autora de tres libros de poesía: Escaleno el triángulo (Editorial La Escarcha Azul, Asociación de Escritores de Mérida, Venezuela 2004), Ordalía o La pasión abreviada (Fondo Editorial del Caribe, Venezuela 2009) y Rojo prodigio (Kalathos Ediciones, Madrid 2023). Sus textos han sido incluídos en obras colectivas en Argentina, España, Líbano, México, Venezuela, Estados Unidos y han sido traducidos al inglés, al portugués y al árabe. Ha participado en eventos en distintos lugares del mundo: el XX Festival de Poesía de Medellín, Mujeres Poetas en el País de las Nubes en México, el 5to Festival Mundial de Poesía de Caracas, las Ferias del Libro Eugenio Ma. Hostos en Puerto Rico, los Encuentros de Escritores Letras en la Frontera en San Antonio-Texas y el Festival de Poesía de La Habana. Desde el año 2000 vive en Estados Unidos. ophir_alviarez@icloud.com

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Sylvia Plath: a cinco brazadas de profundidad [1]

 

«Un árbol valiente/ nunca muere si su raíz es fuerte y su resolución firme»

S.P

Hablar de Sylvia Plath es casi una irreverencia que requiere un permiso mágico como el que mentalmente se solicita cuando uno se adentra en territorios sagrados. Nos enfrentamos a un reino habitado por palabras potentes, enigmáticas, únicas, en el que se vive la escritura como pensamiento, pulsación, elixir. Plath le insufla un hálito inigualable a sus escritos y es posible trazar entre sus líneas el compendio de sus angustias vitales. El avasallador impacto de la cotidianidad, lo raudo del hecho poético, la constante confrontación de la identidad femenina, la condición misma del ser, todo grita a lo largo de sus páginas; su historia íntegra está volcada en las letras: la brillante escritora obsesionada con la muerte, la súper mujer criada en el conservador Smith College, terrible y talentosa cuya memoria se debate en lo que debe ser y no es: «Esta es la luz de la mente, fría y planetaria./ Los árboles de la mente son negros. Su luz, azul»[2] Versos en los que se podría definir el mundo plathiano, un mundo sombrío que la domeña y que es simultáneamente un rayo luminoso que la mantiene a flote.

Sylvia, una de las altas exponentes de la poesía norteamericana del siglo XX, una de las voces más representativas de la poesía confesional es la artífice de un registro potente, de alto nivel en el que logra momentos insuperables gracias al lenguaje místico, visionario y al tratamiento dado a los traumas del yo. He ahí su contribución literaria: la inigualable capacidad para versificar un yo agobiado por medio de poemas que nos alertan de la opresión social. Plath proyecta sus experiencias traumáticas sobre las heridas de la historia y le proporciona al sufrimiento personal una magnitud que lo vuelve universal.

Es imposible entender la contribución de Sylvia a la poesía sin considerar las categorías mí(s)ticas de su poética que delimitan el efecto de sus trances y visiones. Sus poemas presentan gran cercanía con el pensamiento mágico religioso en el que la muerte da paso a una regeneración. Lo divino permea aspectos de su obra, así como la manera de concebir la naturaleza y las experiencias estrictamente femeninas, ser madre o dar a luz. La poética de Plath desafía los valores de la sociedad patriarcal y se inserta en un alarido reivindicativo que la hace tambalear. En sus letras hay el encuentro con la alteridad y se presenta un yo amenazado y oprimido por una sociedad coercitiva que viola y constriñe la intimidad del ser. Sylvia refleja la dinámica de las relaciones familiares y de las estructuras de poder. Su primer intento de suicidio, por allá por 1953 la zambulle en el psicoanálisis y de él toma elementos que vuelca en las letras. Así nos dice: «Qué alivio puede extraerse de una roca para conseguir que un corazón asolado reverdezca?»[3] o en Jack el hojalatero y las esposas pulcras: «“Venga señora, traiga esa olla/ Negra de tan deslucida que está,/ Y cualquier otra cazuela a la que el maestro remendador/ Pueda devolver su forma y su aspecto relucientes// Venga señora, traiga ese rostro/ Que ha perdido su lustre./ Los ojos que el tiempo ha ofuscado con su hollín/ Volverán a centellear/ Por unas pocas monedas…»[4] Textos en los que se empieza a develar la voz que la acompañará más tarde y en los que no es difícil distinguir el clamor de la mujer-objeto que en definitiva no quiere ser.

Después vendrá El Coloso y otros poemas con su «Nunca conseguiré recomponerte del todo, /Armarte, encolarte y ensamblarte adecuadamente»[5] y entre las páginas se afianza el conjunto de símbolos plathianos que vertebran su obra, presentan una nueva libertad y recrean una poética que se pronunciará con la fuerza y la concisión metafórica conseguida en Ariel, su libro más celebrado.

De factura surrealista y onírica, los textos de Ariel son dramatizaciones líricas que se decantan en rituales de venganza, intriga y victimización. Se revela entonces una realidad solapada que ahora es contada a todo pulmón y se pone de manifiesto el triunfo de una mujer sobre sus opresores lo que convierte el texto en un documento emblemático de su generación.

Las heroínas plathianas vencen la falta de autenticidad, la hipocresía y el confinamiento de las estructuras de poder que las doblegan y se rebelan ante los personajes masculinos. Así, en Purdah leemos: «Suya, yo/ Giro en mi/Vaina de imposibilidades,/ Inestimable y callada/ Entre estos periquitos, guacamayos./ ¡Oh, parlanchines/ Criados de la pestaña!/ Pero me liberaré/ Soltando una pluma, como el pavo real./ ¡Cridados del labio!/ Me liberaré soltando una nota/ Que destroce/ El candelabro/ (…) Desataré/ a la enjoyada muñequita/ Que él guarda como un tesoro,/Y soltaré a la leona,/El grito en el baño,/ El manto de agujeros.»[6] O en los certeros versos de 40º de Fiebre: «¿Pura? ¿Y eso qué significa? /Las lenguas del infierno/ Son necias, necias y aburridas (…) Soy demasiado pura para ti o para cualquiera. /Tu cuerpo/ Me hiere como el mundo hiere a Dios. Soy un farolillo// Siento que me elevo,/ Siento que podría ascender:/Las bolas de mercurio caliente vuelan, y yo, amor mío, yo/ Soy una virgen/ de puro acetileno/Asistida por rosas…»[7] Y, una vez que han ganado la libertad, esas mujeres laceradas pero aún vivas, ratifican su grito y advierten: «Cuidado, mucho cuidado,/ Porque yo, con mi cabellera roja, resurjo de la ceniza/ y me zampo a los hombres como si fueran aire.»[8]

Uno de los ejes sobre los que pivota la obra plathiana está dado, en definitiva, por las relaciones entre los géneros, masculino, femenino, oprimido y opresor que le suministran la leña para escribir versos incendiarios que retan al status quo y al patriarcado, dice Janice Markey en su extenso estudio y añade: «Plath se enfoca en las deficiencias masculinas y en cómo establecen relaciones heterosexuales problemáticas. Sus poemas estás relacionados específicamente con el masoquismo solapado en dichas relaciones, demostrando que ella veía el amor romántico como un mito llano que trivializaba la vida de las mujeres y les restaba poder…»[9]

A propósito de las relaciones desventajosas y siguiendo con los versos de Purdah, observamos que la voz se empeña en el ruego de la esclava del harem, la muñeca viviente occidental y la transforma. Ella, en posesión del amo, es incapaz de vivir su propia vida: «Incluso en ausencia/ Suya, yo/ Giro en mi/ Vaina de imposibles.»[10] No existe nada más para esa ella que aún con las puertas abiertas, no es capaz de huir ni de dejar de ser lo que no quiere ser, lo que le enseñaron y le pesa como el plomo. Los versos reflejan el renacimiento de un ser que transita un proceso de transformación o muerte y da paso a una vida rehabilitada. En ese transcurso, una mujer se libera del cautiverio al que se ha visto sometida y re-crea una personalidad independiente, autosuficiente, vigorosa. Y esa mujer se vuelve la emancipadora, se vuelve todas las mujeres, se hace universal.

La objetivación de la hembra en manos del varón predador es también evidente en el poema Papi en donde la idealización del hombre/padre/esposo es indudable, así dice: «Y entonces supe lo que tenía que hacer./ Creé una copia tuya,/ Un hombre de negro, tipo Meinkampf,/ Amante del tormento y la tortura»[11], no sin antes dejar claro que esa relación padre/hija anidó en la psique de la autora y trajo consecuencias con las que lidiará —lidiaremos—, a lo largo de la vida: «Toda mujer adora a un fascista,/ La bota en la cara, el bruto/Bruto corazón en un bruto como tú.»[12] Sentencia y dedo, estigma del que la voz debe deshacerse, del que debemos deshacernos todas; el cómo es la misión.

La cosificación es una herida que se refrenda en las letras, que se combate y que tiene mil cabezas. De eso nos cuenta Sylvia previo a la lectura de El pretendiente en una trasmisión de la BBC, donde dice: «En este poema quien habla es un ejecutivo, una especie de vendedor exigente. Quiere estar seguro de que el aspirante a comprar su maravilloso producto tiene la necesidad de él y sabrá cuidarlo.»[13] Entonces lee: «Ante todo, ¿eres nuestro tipo? / ¿Llevas un ojo de vidrio, / una dentadura postiza o una muleta (…) ¿Vacía? Sí, vacía. Pues aquí tienes otra/ Para llenarla, y deseando/ servirte una taza de té, disipar tus migrañas/ Y hacer cuanto le digas. / ¿Quieres casarte con ella? Tiene garantía»[14]

Es obvio que el «maravilloso producto» no es más que una mujer ofrecida como mercancía barata, completamente sumisa, a la espera de ser «comprada» y que en este intercambio la mujer/objeto/esposa es un algo que —además—, se puede moldear, que se puede rehacer a expensas de los requerimientos del comprador/verdugo/marido; ¡habrase visto semejante osadía!: «Y ahora bien: la cabeza la tiene vacía, con perdón./ Dispongo de remedio para eso./ Ven aquí, bombón, sal del armario./ Bueno, qué te va pareciendo la cosa[15]?/ Está, para empezar desnuda:/ pero dentro de veinticinco años será de plata,/ de oro dentro de cincuenta:/ una muñeca viva la mires por donde la mires./ Puede coser, puede cocinar,/ Puede hablar, hablar, hablar».[16]

La imagen de la muñeca, de la mujer perfecta y precisa que espera, que sirve y que calla, la que es primeramente esposa, madre y luego, mucho pero mucho más tarde, un ser sintiente, pensante, capaz de dejar el armario y ser. Una muñeca dulce y permisiva que —irónicamente— abandonará la caja de música y rebasará el dominio opresor gracias a la ira y al hastío. Sylvia se abstrae para dar paso y forma al decir, insiste con la fachada de señora, mujer de su casa, amante del marido y de los hijos, obediente al status que se aferra a la vida con las uñas, pero no lo logra.

Una vida que proyecta desde diversos ángulos en una escritura que reinventa y reescribe constantemente. En su versos, prosas, diarios y cartas crea distintas personas poéticas que reiteradamente de-construyen y re-construyen su destino. Ésta es una de las características más llamativas de su poética y la que la sitúa junto a Sexton, Loewell y Moore entre los grandes exponentes de la poesía confesional. Ted Hughes, que además de su esposo fue uno de sus mejores críticos, dijo: «Detrás de esos poemas hay una naturaleza fiera y un ser que no da concesiones. Hay también una niña desesperadamente encandilada por el mundo y una extraña musa, calva, blanca y salvaje “oculta bajo su capuchón de hueso”[17] flotando sobre un paisaje como aquellos de los pintores primitivos…»[18]

Esa pintora fiera dibuja imágenes que nos arrastran a aguas turbulentas de las que es casi imposible salir indemnes. Las hadas madrinas de las fábulas infantiles en las que al nacer la criatura le son otorgados dones preciosos, se transmutan en Las musas inquietantes, una recreación casi aterradora efectuada por Plath. A propósito, en la antesala a su lectura en un programa de la BBC, The Poet’s Voice, Sylvia dice: «Un poema no puede tomar el lugar de una ciruela o una manzana, pero al igual que una pintura, puede recrear por la ilusión…En la mayor parte de los poemas que leeré en los próximos minutos, intentaré recrear —a mí manera— situaciones concretas y paisajes de este mundo, y cuando digo este mundo, incluyo por supuesto, los sentimientos como el miedo, la desesperación, la esterilidad, el deleite en la naturaleza…Estas emociones más oscuras bien pueden ponerse la máscara de cosas bastante no mundanas como fantasmas, duendes o dioses antiguos…»[19]

El poema es —evidentemente— un lamento dirigido a la madre por no haber convocado a alguna tía o prima a su bautizo, desliz que tuvo como consecuencia que la ofendida enviara musas malvadas en su lugar. El género fantástico adquiere un tono fatídico, las madrinas se tornan brujas, musas no sólo no contratadas sino agraviadas. Sin embargo, la voz reivindica el conocimiento, —el don—, otorgado por las hadas, una experiencia que se traduce en la separación del cordón umbilical de la matriz, siempre dolorosa: «Pero aprendí, querida madre, aprendí en otro lugar/ Y de otras maestras: de esas musas que tú no contrataste.»[20]

«Solo los poetas, no los novelistas son solidarios de la representación», exclama Hélène Cixous en La Risa de la Medusa, el célebre texto sobre escritura femenina, «sólo los poetas lo logran: porque la poesía consiste únicamente en sacar fuerzas del inconsciente, y el inconsciente, la otra región sin límites, es el lugar donde sobreviven los reprimidos: las mujeres, o como diría Hoffmann, las hadas»[21]

Hay en los versos —ya sean dirigidos al padre como los de Papi, a la madre como los que acabamos de leer o en aquellos para Ted Hughes— una increíble presencia del miedo. Miedos todos relacionados claramente a los roles femeninos que la acompañan, el miedo de una mujer/hija/esposa/madre vinculado con el inconsciente colectivo, pero también con la realidad en la que está inmersa, que la ubica y la estremece. En su papel de hija, Sylvia tiene la tendencia obsesiva de retratar al padre como un hombre intimidante al que describe como una estatua extraordinaria a la que hay que acercarse haciendo acopio de una gran energía física y mental. Miedo a la muerte del hombre acaecida cuando ella tenía ocho años, miedo a haberla causado y sobre todo, terror de ser incapaz de liberarse a sí misma de la dominación y la influencia de ese ser con el que en definitiva, ya no puede hablar: «En cuanto a mí, a partir de los ocho años me quedé sin el amor de un padre, el amor de un familiar varón…el único hombre que me había querido toda la vida…era un ogro, pero lo extraño»[22], escribe en su diario el 12 de diciembre de 1958.

Miedo también a la madre, a no satisfacer las expectativas en ella depositadas, a decepcionar y no ser capaz de cumplir con lo que se espera de una mujer de la época a la que le está prohibido siquiera anhelar algo más allá de un buen matrimonio o de una casa donde atender a la visita. Y miedo —por supuesto—también al amor que se transformará en marido, a la ausencia del regazo donde enjugar sus angustias vitales, donde refugiarse y seguir siendo la huérfana que ahora tiene un contrincante que es a la vez, verdugo y objeto de adoración.

Sylvia vive ansiosa ante la decisión de ser esposa y progenie. En sus diarios iniciales se ve reflejada la inquietud que le causa estar en desacuerdo con los dictados sociales, se pregunta si será capaz de soportar y se dice a sí misma: «¿De veras me gusta escribir? ¿Por qué? ¿Sobre qué? Tal vez renuncie y diga: «Satisfacer los deseos insaciables de un hombre y criar a sus hijos me tiene ocupada. No tengo tiempo para escribir…»[23]

Ya antes, en alguna de las entradas que lo preceden se increpa: «Me voy calmando, me siento satisfecha, estoy interpretando un papel. Lo deseo; sin embargo, oigo una voz que me recuerda que “en cuanto una mujer empieza a tener relaciones sexuales ya nunca se siente satisfecha”, que “para obtener pleno placer son precisos tiempo y seguridad y que se acabó el Smith.»[24]

Sylvia lucha contra sí misma y contra lo estipulado en una sociedad que demanda cómo y por qué ser una dama de su época. Apenas se hablaba de feminismo entonces, diríase más bien que el ambiente en donde se está gestando esa voz potente que luego nos regalará incontables versos, es una sociedad puritana que la reduce y que pretende torcerle las muñecas. No en vano en el discurso de graduación del célebre Smith College, presidido por hombres y que Sylvia tiene miedo de truncar por un embarazo no deseado, Adlai Stevenson, su director, insiste en que la mayor aspiración de una mujer es lograr un matrimonio creativo, o como recuerda Nancy Hunter, amiga y analista de su obra: «ser esposas y madres solícitas, juiciosas, que debíamos usar lo aprendido sobre gobierno, historia y sociología para llevar a nuestros maridos e hijos por el camino de la razón. Los hombres, dijo Adlai, sufren muchas presiones y adoptan visiones estrechas: nosotras debíamos ayudarlos a resistir dichas presiones y a educar a los niños para que sean razonables, independientes y valientes…»[25]

Entonces Sylvia, la frágil pero incendiaria, la poeta, se aferra con furia a lo único que la mantiene a flote y le permite respirar, se agarra a las letras como tabla de salvación, como noria, como fuga y tal vez, —por qué no—, como un clamor en el que no es difícil escuchar el grito de alguien que sabe —o intuye— que su desenlace será dramático y pide ayuda. La escritura no es el acuerdo universal de Sylvia pero mantiene con ella una relación simbiótica como la que la une a la madre y a Hughes: no puede vivir sin la posibilidad de escribir ni de tenerlos o no cerca y contra ese vértigo de las identidades en las que se despliega, la mujer construye una «campana de cristal», un refugio donde se expone a la vista de todos y desde donde puede observar el mundo separado por lo fino del vidrio que le sirve de mampara.

Somos esa imagen que hacemos de nosotros mismos, insiste Sylvia, esa fachada que procuramos sea compartida y aceptada por los otros; lo que hagamos con ella es también responsabilidad de cada uno, añado yo. Mientras tanto, dejemos que sean los versos los que hablen, los que sigan hablando.

[1] Título de el poema Full Fathom Five en Plath, Sylvia. Poesía Completa. Edición de Ted Hughes. Traducción y notas de Xoán Abeleira. Edición Bilingüe. Bartleby Editores Madrid 2008. p. 163

[2] Versos de The moon and the yew tree: “This is the light of the mind, cold and planetary/ The trees of the mind are black. The light is blue” Ibíd. p. 313

[3] De Winter landscape with rooks: “¿What solace/ can be struck from rock to make heart’s waste/grow green again?” Plath, Sylvia. Poesía Completa. Edición de Ted Hughes. Traducción y notas de Xoán Abeleira. Edición Bilingüe. Bartleby Editores Madrid 2008. p.32

[4] De Tinker Jack and the tidy wives: “Come lady, bring that pot/ Gone black of polish/ and whatever pan this mending master/ Should trim back to shape// Come lady, bring that face/Fallen from luster./ Time’s soot in bleared eye/Can be made to glister/ For small charge…” Ibíd., p.53

[5] The Colossus: “I shall never get you put together entirely,/ Pieced, glued, and properly jointed…” Ibíd., p. 228

[6] Purdah: “I am his./ Even in his// Absence, I/ Revolve in my/Sheath of impossibles,// Priceless and quiet/ Among those parakeets, macaws./ O chatterers/ Attendants of the eyelash/ I shall unloose/ One feather, like the peacock./ Attendants of the lip/ I shall unloose/ One note/ Shattering/ the chandelier…” Ibíd., p. 439

[7] Fever 103º: “Pure? What does it mean?/ The tongues of hell/ Are dull, dull as the triple/ tongues of dull, fat Cerberus//I am too pure for you or anyone/ Your body/Hurts me as the world hurts God. I am a lantern// I think I am going up,/ I think I may rise-/ The beads of hot metal fly, and I, love, I/ am a pure acetylene/ Virgin/ Attended by roses…” Del libro Plath, Sylvia. Poesía Completa. Edición de Ted Hughes. Traducción y notas de Xoán Abeleira. Edición Bilingüe. Bartleby Editores Madrid 2008. p.420.

[8] Lady Lazarus: “Beware/ Beware./ Out of the ash/ I rise with my red hair/ An I eat men like aire…” Ibíd., p. 442.

[9]Plath focused on men’s deficiencies and how they made heterosexual relationships problematic. Her poems, specifically related to the sado-masochism underlying such relationships, show that she saw romantic love as a shallow myth which trivialized women’s lives and rendered them powerless. It is also clear that she regarded the patriarchal structure of society to be inimical for both sexes…” Markey, Janice. A journey into the red eyeThe poetry of Sylvia Plath – a critique, The Women’s Press, Londres. 1993

[10] De Purdah: “Even in his// Absence, I/ Revolve in my/Sheath of impossibles”. Ibíd., Del libro Plath, Sylvia. Poesía Completa. Edición de Ted Hughes. Traducción y notas de Xoán Abeleira. Edición Bilingüe. Bartleby Editores Madrid 2008. p. 440.

[11] De Daddy: “And then I knew what to do./ I made a model of you./ A man in black with a Meinkampf look/ And a love of the rack and the screw…”  Ibíd., p. 408.

[12]  “Every woman adores a Fascist,/ The boot in the face, the brute/ Brute heart of a brute like you…” Ibíd., p. 408

[13] The Poet’s Voice fue un programa realizado por la BBC, en donde los poetas iban a leer. Sylvia Plath aplicó más de una vez y no la aceptaron. No obstante, entre 1960 y el 10 de enero de 1963 – apenas cuatro semanas antes de que se quitara la vida – se realizaron al menos 17 emisiones conocidas para la BBC, en los que Sylvia leyó entre otros “Las musas inquietantes.”

[14] De The applicant: “First, are you one sort of person?/ Do you wear/ A glass eye, false teeth or a cruch…// Empty? Empty. Here is a hand/ To fill it and willing/ To bring teacups and roll away headaches/ And do whatever you tell it./ Will you marry  it?” Ibíd., p. 404

[15] Es interesante confirmar que el pronombre personal usado en el poema original es “It “que denota un animal y/o una cosa, en vez del her asignado al género femenino.

[16] De The applicant: “Now your head, excuse me, is empty./ I have the ticket for that./ Come here, sweetie, out of the closet./ Well, what do you think of that?/ Naked as paper to start/ But in twenty-five years she’ll be silver./ In fifty, gold./ A living doll, everywhere you look./ It can sew, it can cook, / It can talk, talk, talk…” Ibíd., p. 404

[17] Las comillas son del original de Hughes, haciendo referencia a un verso del poema Edge que dice: “The moon has nothing to be sad about/ Staring from her Hood of bone”

[18] Ted Hughes, en un ensayo sobre Ariel: Behind these poems, there is a fierce and uncompromising nature. There is also a child desperately infatuated with the world. And there is a strange muse, bald, white and wild in her “hood of bone”, floating over a landscape like that of the Primitive Painters”. La traducción al español es mía.

[19] The Disquieting Muses, Lectura en la BBC

[20] The Disquieting Muses: “I learned, I learned, I learned elsewhere,/ From muses unhired by you, dear mother” Del libro Plath, Sylvia. Poesía Completa. Edición de Ted Hughes. Traducción y notas de Xoán Abeleira. Edición Bilingüe. Bartleby Editores Madrid 2008. p.131.

[21] Hélène Cixous, La risa de la medusa: ensayos sobre la escritura (Barcelona: Anthropos, 1995), p. 63.

[22]12 de diciembre de 1958 en los Diarios: “Me, I never knew the love of a father, the love of a steady blood-related man after the age of eight. … the only man who’d love me steady through life [. . .] lie was an ogre. But I miss him. p. 611.

[23] The Unabridged Journals of Sylvia Plath. Ed. Karen V. Kukil. New York: Anchor Books, 2000. Print

[24] Ibíd., p. 54

[25] Hunter Nancy: A closer look at Ariel a memory of Sylvia Plath. Popular Library, First Edition, 1973

Bibliografía

Cixous, Hélene. La risa de la medusa: ensayos sobre la escritura. Barcelona: Anthropos, 1995.

Hunter, Nancy: A closer look at Ariel a memory of Sylvia Plath. Popular Library, First Edition, 1973.

Markey, Janice. A journey into the red eye. The poetry of Sylvia Plath – a critique, The Women’s Press, Londres. 1993.

Plath, Sylvia. Ariel, the Restored Edition. 2004. HarperCollins.

—. Collected Poems. Ed Ted Hughes. New York: Harper Perennial Modern Classics, 2008

—. Poesía Completa. Edición de Ted Hughes. Traducción y notas de Xoán Abeleira. Edición Bilingüe. Bartleby Editores, Madrid 2008.

–. The bell Jar. Faber & Faber New York, 1966.

—. The Colossus and other poems. Vintage International, New York. 1998.

—. The Unabridged Journals of Sylvia Plath: 1950-1962. Ed. Karen V. Kukil. New York: Anchor Books, 2000. Print.

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