Ollin García Pliego: «Creo firmemente en la belleza y en la forma del lenguaje en la poesía», por Oriette D’Angelo

Ollin García Pliego (México, 1991) es un poeta, escritor y académico egresado del MFA en Escritura Creativa en Español de la Universidad de Iowa (2018). Ya no soy el conejito que se comía las uñas (2025), publicado por RiL Editores (Chile) y Valparaíso Ediciones (España), es su primer libro de poesía. Sus textos y poemas han aparecido en revistas como Letras Libres, Literal Magazine: Latin American Voices, Digopalabra.txt, Revista Corónica, Suburbano y Chiricú Journal: Latina/o Literatures and Cultures. Actualmente es candidato doctoral en Literaturas y Culturas Hispánicas en Indiana University, Bloomington. Además, ha impartido clases de lengua española, historia latinoamericana y literatura y cultura hispánica en la University of Iowa, Indiana University y Butler University.

*

Foto de perfil ©Ollin García Pliego

Ya no soy el conejito que se comía las uñas, publicado en 2025 tanto por RIL Editores como por Valparaíso Ediciones, es tu primer libro de poesía. ¿Cómo fue su proceso de escritura?

—Ollin García Pliego: Comencé a escribir el libro en agosto de 2016 sin saber que era un proyecto de libro. Eran poemas sueltos y ejercicios que escribí para el taller de poesía de Luis Muñoz, poeta andaluz, profesor y actual director del MFA en Escritura Creativa en Español de la Universidad de Iowa. Mi firme intención en el programa era dedicarme exclusivamente a escribir narrativa. Me encontré de nuevo con la poesía por requisito del taller; llevaba un par de años sin escribir un poema. Estar en el taller y leer toda la poesía que pude en ese par de años me conectó con mi yo adolescente: mucho antes de escribir narrativa, escribí muchísima poesía, poesía malísima, claro: días enteros escribiendo poesía en los salones de clase, en los ratos libres, a la hora del almuerzo y por las noches antes de dormir o cuando, como de costumbre, me era imposible dormir. Ya en la maestría, me supuso un reto distinto. Me iban a leer otras personas que sabían de poesía, lo que me tomó por sorpresa. Me deshice de los lugares comunes y reescribí y reescribí y reescribí versos y poemas enteros. Volví a escribir poesía hasta que los dedos se me pusieron morados. Presenté nueve poemas al taller el primer año (2016) y dieciocho el segundo (2017). Entonces, en el otoño de 2017, me di cuenta de que existía la posibilidad de que los poemas que había escrito hasta entonces se convirtieran en un libro: había un eje central en torno al crecimiento, el cuerpo, la enfermedad y los viajes. Lo titulé «Escisión», libro editado por el poeta colombiano Carlo Acevedo, que posteriormente dejé en el cajón y en el archivo digital un par de años. Ya luego, en plena pandemia de COVID-19, en 2020, me uní a tus talleres súper poderosos de poesía en torno al cuerpo, la memoria y la infancia. Fue ahí, en los espacios virtuales y pandémicos de la primavera y el otoño de 2020, que saqué algunos poemas de «Escisión» para trabajarlos en el taller. Paralelamente, comencé a escribir como poseído lo que salía de mis memorias y de mi inconsciente, lo que recordaba o soñaba, lo que veía en fotografías familiares, lo que bebía, lo que comía, las historias clínicas y personales. El proceso de escritura fue sumamente enloquecido, desquiciado y reparador. Hubo mucho insomnio, tinta morada y azul, cuaderno tras cuaderno, vino tinto, cigarros mentolados y un sinfín de versiones que trabajamos juntos hasta que tuve en mis manos la versión del libro que mandé a las editoriales de poesía a principios de 2024.

El primer poema del libro es una carta-homenaje a Cleto, un conejo de peluche que tenías cuando eras pequeño. ¿Qué te llevó a concebir a Cleto no solo como un objeto de la infancia, sino como un elemento central para narrar tu historia personal a través de la poesía?

—OGP: Me alegra un montón saber que Cleto es un animal de peluche abierto a la interpretación. En realidad, era un osito de peluche con un disco de marcación numérico en la panza que me obsequió una amiga de mi tía Nora en una de mis fiestas de cumpleaños cuando era pequeñín y que, como comparto en el libro, perdí en una habitación de hotel en Cancún en la Semana Santa de 1997. Me encanta que en el terreno de interpretación poética Cleto pueda ser un conejito de felpa o que, en un futuro, pueda ser también un perrito o una ardilla o un delfín (o lo que quieran) en la imaginación de las lectoras. Creo que la pérdida de Cleto me enfrentó, por primera vez, al dolor ante la ausencia de un ser querido (sí, para mí yo de cuatro años, Cleto era un ser vivo, me daba consejos y me decía qué hacer ante la presencia de espíritus nocturnos). Cleto hablaba, sentía, conversaba, me aconsejaba, era muchísimo más que un osito de peluche con disco de marcación numérica en la panza. Era mi compañero de aventuras y de noches sin fin en las que siempre me protegía de los fantasmas que habitaban la casa de mis abuelos paternos. Cleto era mi escudo. Yo nunca concebí a Cleto como eje de mi libro, por lo menos no conscientemente. Al contrario, salió naturalmente, de mi memoria y de mi inconsciente. Era un recuerdo latente y reprimido. En el duelo de la escritura, volví a uno de mis lugares seguros en la niñez. Cleto significaba mucho para mí porque, entre los tres y los cinco años, pasaba dos semanas al mes sin la compañía de mi madre (quien por entonces viajaba al estado de Guerrero para hacer su tesis de geología). Mi padre ya vivía en otra parte de México por motivos laborales. En casa, siempre me acostaban a las ocho de la noche, pero nunca podía pegar ojo hasta pasadas las once o las doce. Fue así como Cleto se convirtió en mi mejor amigo y osito de felpa guardián. Así que respondería que lo que hizo que Cleto fuera un elemento central fue la memoria de la infancia y el hecho de que, a través de la escritura, destapé mi inconsciente y dejé que el agua del río de felicidad y dolor empapara mi mente. Las horas con Cleto me dieron una seguridad impresionante, éramos Cleto y yo contra la oscuridad de la noche. Y para terminar de responder tu pregunta: Cleto se convirtió en uno de los elementos centrales de la poética de mi libro (sin quererlo) precisamente porque fue una suerte de sufrimiento inicial, de pérdida inicial, de rito inicial, de resiliencia inicial. Dolió universos, pero hizo más fuerte al niño de seis años, al futuro adulto. Y creo que los momentos de mi vida que comparto con las y los lectoras son esos altibajos interminables de esta situación llamada vida.

Foto a los cuatro años, cuando Cleto era mi compañero de aventuras ©Ollin García Pliego

Hay un viaje a través de la memoria por diversos episodios de la infancia y de la juventud. ¿Qué aprendiste de tus recuerdos infantiles a través de estos poemas? ¿Te encontraste con alguna contradicción que cuestionara la subjetividad propia de la memoria?

—OGP: Me di cuenta de que los recuerdos infantiles, adolescentes y adultos que intento detallar a través del lenguaje son imposibles de alcanzar y esculpir en su totalidad. Si es que tuve algo de suerte me acerqué un poco a la realidad atemporal de cada evento, rocé su esencia, lo intenté hasta donde me permitió el lenguaje. Esas memorias que son montañas de infinita alegría y trincheras marinas a donde no llega ningún rayo de sol. El viaje a través de la memoria implicó poner una pausa a las migrañas y a las pesadillas y detenerme, en silencio, a observar, a recordar, a escribir en automático, pulsión de vida. Me di la oportunidad de agarrar la pluma y no soltarla, casi siempre por las noches, dejando salir el incendio de mi inconsciente, teniendo la certeza de que cualquier cosa que escribiese tenía una razón de ser que en ese momento tal vez no comprendía. Así se me fue abriendo el camino, en esas noches de otoño o de invierno en la congeladora del Midwest, cuando afuera estaba a menos diez o menos quince grados centígrados. Escribí como un desquiciado. También fue un proceso terapéutico: pude, lentamente, dormir un poquito mejor y darme cuenta de que en esos recuerdos había ciertos caminos que cuidaban de mí y otros rumbos que me llevaban a órbitas lejanas. De mis recuerdos infantiles y juveniles, aprendí que casi siempre me fue posible volver a ponerme de pie, por mucho que en ciertos momentos haya sentido que era el final del camino, cuando creía que mi cuerpo y mi mente no daban para más. Con respecto a alguna contradicción que cuestionase la subjetividad de la memoria, te confieso que casi estoy seguro de que las fechas, las horas, los días, los años, los momentos y las geografías a las que recurro en la composición de los poemas tienen varios puntos de partida: álbumes fotográficos, fechas de cumpleaños, celebraciones familiares, rompimientos amorosos, fechas inscritas en mis archivos digitales, apuntes de diarios de la adolescencia y, sobre todo, recuerdos danzantes en las múltiples trayectorias de mi cerebro. Para mí, la contradicción viene de mi firme creencia en que la memoria nunca es exacta: es mutante, se transforma y se adapta al momento en el que hacemos el ejercicio de recordar, al momento en el que nos atrevemos a escribir sobre nuestras vidas. Como tal, estimo que la contradicción sería que las escisiones escritas en mi libro fueron el resultado de momentos precisos a lo largo de mis treinta años de vida que intenté canalizar a través del lenguaje y vocabulario que poseía entre mis veinticinco y treinta años. Seguramente podría haber escrito otro libro con las mismas memorias a los cuarenta o a los cincuenta años.

El perro Donner, la pubertad y los amores fundacionales son elementos clave a lo largo del libro. ¿Cómo seleccionaste qué recuerdos o figuras de estas etapas incluir en tu poesía? ¿Hay alguna que te haya resultado especialmente difícil de evocar? ¿Algún recuerdo/poema que, al final, hayas decidido dejar de lado?

—OGP: Qué gran pregunta. Estoy convencido de que yo no seleccioné los recuerdos o figuras de estas etapas de crecimiento para mi libro. Al contrario, los recuerdos y las figuras se seleccionaron a sí mismas desde los planos más profundos de mi inconsciente. Gritaron: «escríbenos». No me dieron opción. Al escribirlos, despedacé el mecanismo de contención que los retenía, les hice frente a los hondos mares de marea roja que azotaban con algas las cosas de mi cuerpo y psique. Ayudaron mucho la verborrea, el vómito, los stream of consciousness. Luego, también, me apoyaron la narrativa y la autobiografía. Aunque fue poesía lo primero que escribí. Ahora mismo estuve revisando el índice del libro para ver si encontraba algún poema que hablase de algún momento difícil de evocar, pero no encontré ninguno que se me haya escondido a la hora de escribir. Las figuras y los momentos que se eligieron a sí mismos ya llevaban rato visitándome en sueños, pesadillas, memorias y voces. Se escribieron en automático o me los dictó mi propio inconsciente. Con respecto a tu última pregunta, dejé muchísimos recuerdos, figuras y poemas de lado. Los menos logrados estética y técnicamente. Dejé solamente los poemas más logrados en cuanto a forma y contenido. Creo firmemente en la belleza y en la forma del lenguaje en la poesía. En el giro subjetivo de la voz poética. La musicalidad de cada verso, de cada poema (me gusta leer la poesía en voz alta y prestar atención al ritmo, a los silencios y a la musicalidad). Hice un esfuerzo porque los poemas que seleccioné para el libro se sostuviesen en cuanto a las características que aquí comparto. Fue un proceso meticuloso de edición y lecturas en voz alta. Y tú me ayudaste un montón con la edición. Qué dicha.

Al ser tu primer libro, ¿qué expectativas o temores tenías al exponer una parte tan íntima de ti a los futuros lectores? ¿Qué se puede aprender de la poesía a partir de la escritura de lo íntimo?

—OGP: Esto se está poniendo más ardiente. Escribí todos los poemas sin pensar en la audiencia, sin pensar en las editoriales, sin pensar en ninguna otra cosa que no fuera el contenido, y mucho después, la forma. Los motores de escritura fueron los recuerdos sobre la niñez, la enfermedad, el cuerpo, el crecimiento y la imposibilidad de acercarme en su totalidad a la escritura de momentos perdidos en el tiempo. No quiero sonar a Marcel Proust, de hecho, llegué a En busca del tiempo perdido después de haber terminado la escritura de Ya no soy el conejito que se comía las uñas. Aunque hay algo de las enseñanzas de Proust en mis intentos fallidos de narrar lo indecible en verso: no pude más que acercarme a momentos y memorias perdidas en las décadas. Las experiencias más recientes, que están muy próximas a la voz poética, quizás ganan velocidad, aunque pierden esa perspectiva de años que se adquiere solamente con la edad. Me ayudó incuantificablemente formar parte de los talleres de poesía de Luis Muñoz y Ana Merino en la Universidad de Iowa, en Iowa City. Las críticas constructivas de los y las talleristas ayudaron a llevar los poemas a su mejor versión posible. Intentaré ya no decir las palabras forma y contenido. Comencé a cuestionarme si de verdad quería publicar esto cuando, en conversación contigo por Zoom en el verano de 2020, vimos que esto era un libro de poesía. Ahí fue cuando me pregunté: «¿lo publico o no lo publico?». El aspecto que me hacía bastante ruido en el cerebro era la aparición de momentos íntimos y de personas cercanas a mí, en distintas etapas de mi vida. Simplemente evité decir los nombres o los cambié, por respeto a las personas. Lo que me interesaba era detallar mis perspectivas y aprendizajes, o mis estados permanentes de incertidumbre y duda. Y estuve dispuesto a dar el salto al vacío y aceptar que, quizás en un futuro, me arrepintiese de haber publicado Ya no soy el conejito. O no. Respondiendo a la segunda parte de tu pregunta: se puede aprender a conocerse mejor a uno mismo. A conectarse con todos los tsunamis de emociones que se encuentran en todos lados, siempre, dentro de uno mismo, apreciando la belleza y enfrentándose al dolor. Las herramientas: la escritura y el lenguaje. La transformación de esos huracanes en palabras dotadas de múltiples e infinitos significados. Aprendí a comunicarme con mis seres queridos, vivos y muertos.

Foto a los catorce años, una de las que inspiró poemas como «Pirineos» y «Pirineos II» © Ollin García Pliego

¿Cómo surgió la posibilidad de publicar tanto en RiL Editores como en Valparaíso Ediciones?

—OGP: Muchísimos meses después de que terminé la edición del libro y de que lo mandé a cuanto concurso de poesía se me puso enfrente, decidí que era hora de conseguirle una casa editorial a Ya no soy el conejito. Me puse a hacer tablas de Excel con todas las editoriales que publican poesía en lengua española y la información de contacto; mandé incontables correos electrónicos. Esto fue en enero de dos mil veinticuatro. Y estuve mandando correos electrónicos, uno tras otro, de enero a mayo de ese año, uno tras otro, dirección de correo electrónico tras otra. Viendo si las casas editoriales recibían manuscritos y si no, escribiéndoles a las personas con títulos profesionales como editores o publicistas o mercadólogos y puede que hasta directores o subdirectores de las editoriales. «Toc, toc». «¿Quién es?». «Es Ollin García Pliego, poeta que vive en el Medio Oeste». Así abrí cancha. La primera persona que me respondió fue Fabiola Aldana, de RiL Editores (Chile), desde Santiago de Chile. Y los de RiL Editores no tardaron mucho en responderme. Se interesaron de inmediato en mi libro y lo metieron a evaluación. A las pocas semanas me dijeron que sí lo publicaban en su colección de poesía, hacia finales de mayo de dos mil veinticuatro. Y yo dije «Gracias, RiL Editores, gracias, Chile, gracias, Santiago». Fue bonito no saber ni en qué ciudad ni en qué país saldría publicado, y enterarme de que sería Chile me encantó por el cariño que le tengo a esas tierras y a esa bella tradición literaria y poética del sur. Con Valparaíso Ediciones (España) me sucedió que mi amiga Astrid Lorena Ochoa Campo, profesora de literatura y cultura hispánica en la Universidad de Wisconsin-La Crosse, me escribió por Facebook para decirme que Valparaíso Ediciones tenía abierta recepción de manuscritos. Y dije, «por qué no, vamos a ver si me leen». Esto fue en marzo de dos mil veinticuatro. Pasaron las semanas, luego los meses, y era otra editorial de poesía más en mi tabla de Excel. Llegó el 15 de julio de dos mil veinticuatro y estaba yo en una habitación del Hotel Amélie, cerca de la Torre Eiffel, en París, cuando recibí un correo electrónico cuyo motivo decía en letras mayúsculas «PUBLICACIÓN EN VALPARAÍSO EDICIONES», y yo dije: «madre mía, esto tiene que ser un error o un intento de estafa». Paré todo lo que estaba haciendo esa tarde en París y me fui a beber una cerveza al bar más cercano al hotel. Luego revisé el correo electrónico y el nombre del poeta que me contactó y vi que, en efecto, era el encargado de publicaciones internacionales de Valparaíso Ediciones, el poeta andaluz Fernando Valverde. La edición chilena de mi libro salió el 5 de marzo de 2025 y la española el 5 de mayo de 2025. Le debo mucho al número 5, ¿no?

Cursaste el MFA de Escritura Creativa en Español de la Universidad de Iowa. ¿Cómo fue tu experiencia durante el MFA? ¿Qué tan importante crees que es estudiar de manera formal la escritura creativa o participar en talleres literarios? Otra gran pregunta.

—OGP: Mi experiencia en el MFA de Escritura Creativa en Español fue catártica, retadora y bella. Llegué con la intención de consagrarme exclusivamente a la narrativa, a la ficción. Sin embargo, me reencontré con la poesía, tanto en las lecturas como en los talleres. Escribí poesía obsesivamente. En el MFA encontré un grupo talentoso y diverso y un taller riguroso. Y eso, al principio, fue duro y necesario, y me brindó herramientas valiosísimas para ayudar a que cada verso fuese su mejor versión posible. Leí más, escribí más, escuché más, dialogué más. Me di cuenta de que no todo lo que se escribe se publica, que muchas veces el «producto final» es la versión número veinte o cincuenta del poema y que siempre es posible tachar todo, botarlo a la basura y volver a comenzar. Creo que es importantísimo participar en talleres de poesía. Hoy en día, principalmente después de la pandemia de COVID-19, muchos de estos espacios están disponibles de forma virtual y lo único que se necesita es una buena conexión a Wifi, escribir y estar dispuesto a compartir y a recibir críticas constructivas. Claro que no existe nada como participar en un taller de poesía presencialmente, aunque, si no es posible, un taller virtual funciona. He participado en varios. De hecho, ya me dieron ganas de unirme a uno en persona. En cuanto a programas institucionales de Escritura Creativa como el de la Universidad de Iowa o el de New York University o el de la Universidad de Houston o el de la Universidad de Texas-El Paso, pienso que son oportunidades magníficas para conocer otras escritoras, poetas y artistas y recibir fondos para llevar a cabo uno o varios proyectos creativos. Aunque estos programas no son esenciales para la formación o la consagración de un poeta. Primero que nada, hay que escribir. Luego hay que leerse a uno mismo. Después hay que escuchar las opiniones de los lectores y, en la medida de lo posible, incorporar las sugerencias. La escritura es un arte, primero solitario y luego, en sus segunda, tercera, cuarta, quinta y ad infinitum etapas, involucra a editores y a más lectores. O la oscuridad de un cajón y el silencio de lo íntimo que se escribe para uno mismo o, en otros casos, el bote de basura.

Durante el MFA de Escritura Creativa en Español de la Universidad de Iowa | Archivo del MFA

¿Qué lecturas te acompañaron durante el proceso de escritura del libro? ¿Hay algún libro de poesía que te haya marcado profundamente como lector y como escritor?

—OGP: ¡Uff! ¡Varias! Por aquellas épocas me atrajeron muchísimo y acompañaron las propuestas de poetas como Alejandra Pizarnik, Nicanor Parra, Gabriela Mistral, Roberto Bolaño, Pablo Neruda, Alfonsina Storni, Roque Dalton, Miyó Vestrini, Yolanda Pantin, María Auxiliadora Álvarez, Piedad Bonnet, Xavier Villaurrutia, Carlos Pellicer, José Gorostiza, J.L. Borges y Octavio Paz. De la tradición anglófona, poetas como Emily Dickinson (de hecho, asistí al festival de poesía Tell It Slant, en la casa de Dickinson, en Amherst, Massachusetts, y participé en las lecturas de todos sus poemas), Sylvia Plath, Ted Hughes y Anne Sexton. Yéndome siglos atrás, los sonetos de Shakespeare, Lope de Vega, Petrarca y el “Primero Sueño” de Sor Juana. Libros de ficción y autobiografía que me acompañaron en la escritura de Ya no soy el conejito: el Quijote de Cervantes y los libros autobiográficos de Joan Didion. Menudo cóctel de lecturas tenía por ese entonces.

¿En qué otros proyectos de escritura estás trabajando actualmente?

—OGP: Hace un par de meses terminé de escribir un libro de poesía sobre el insomnio, tema y forma de vida que me permite escribir fuera de los horarios del homo economicus, de 8 am a 5 pm. Broma. Sé que cada poeta tiene sus propios horarios y ritmos. La noche es mi aliada para esto de la escritura. Aunque a veces, si la vida me lo permite, escribo por la mañana o por la tarde, tanto en una banca de la universidad como en casa con mi gatito naranja ronroneando en mi escritorio. Espero enviar la edición pulida de este libro a las editoriales a más tardar en marzo del próximo año. En este momento, estoy escribiendo otro libro de poesía que tiene como eje principal las situaciones límite.

¿Qué consejo le darías a alguien que quiere escribir y publicar su primer libro de poesía?

—OGP: Que escriba tanto como pueda. Que no tenga prisa por publicar, que escriba lo que le dé la gana. Que es importante ganar impulso, dejarse llevar por la pulsión, la fuerza de la escritura. En ese aspecto también recomiendo ser paciente y diligente. Escribir cuando se pueda a la hora que sea. En la forma que sea. En el celular, en servilletas, en un cuaderno cuidadosamente seleccionado. Y en ese sentido, escribir es también una necesidad, ¿no? Vuelvo a la paciencia. Ser paciente. Después de un tiempo, cuando haya material suficiente, ver y seleccionar los poemas para, ahora sí, comenzar el proceso de edición. En ese sentido, subrayo la importancia de los talleres de poesía. Para mí han sido como la brújula de hacia dónde van mis proyectos. Un asomarse a ver qué textos se sostienen y cuáles no. Alternativamente, si la poeta ya tiene una idea que precede a la escritura, es decir, temática, estilística y tal, pues mi recomendación es parecida. Escribir, escribir, escribir, ser paciente y, en el proceso de edición, fijarse siempre en el contenido y la forma. Conseguir un buen taller, buenas lectoras, buenas editoras. Y algo que no he dicho, pero que es igualmente relevante: saber dejar ir, porque muchas de nosotras nunca estaremos satisfechas completamente con el trabajo final. Y si quieren tomar la sugerencia: mandar su manuscrito a concursos y a tantas editoriales como sea posible. Luego, un día, recibirán una llamada telefónica o un correo electrónico con noticias estupendas. Paciencia.

*

Todas las fotografías pertenecen al archivo personal de Ollin García Pliego y a los archivos fotográficos de las familias Miranda García y Pliego Vidal.