Tres poemas de Johan Reyes (Venezuela)

Johan Reyes (Caracas, 1999). Actor  y estudiante de Cine en la Universidad Central de Venezuela. Sus textos han sido publicados en distintas antologías y revistas literarias.

*

la boca de mi padre esconde una navaja

es hermosa la boca de mi padre
cautelosa
se abre albergando frases amables
de la casa para afuera
sonrisas nuevas
otras veteranas
el lamento es apenas un rumor
la boca de mi padre tiene un aire filoso
nadie lo dice
se mueve con sus muecas
cuando mira el partido de su equipo que no gana
cuando nos toca comer hígado con cebolla
cuando el calor domina las calles
no piensa
exhala duro
hondo
esa boca
de cadencias gustosas
de fachada pulcra
de confianza grácil
no sabe decir te quiero
entonces mata

*

Capón

Siempre dejo los testículos guardados
bajo la cama
mejor en el jarrón
para que nadie los note.

Aprendí a ocultarlos observando a papá.
Él los usaba sólo en casa
con mis hermanos
con el perro
con las costillas de mamá.

-Hay que tener cojones, decía.
porque el macho
tiene el sexo expuesto/desprotegido/vulnerable.

La descendencia me pesa.

Algún día iré
a que me cercenen los genitales
a que la hemorragia
el dolor agónico excruciante
me deshagan la casta
como vertiendo leche en el río.

Ese día me convertiré en un impotente/eunuco/capón/inepto
por mis hijos
los hijos de mis hijos
que nunca sabrán
lo que es caber en un cuerpo
en una estirpe de hombres cobardes.

*

Un canto legendario de Reyes (o Saturno vomitando a su hijo)

No soy Eneas, padre. No te llevaré en mi hombro cuando la casa se incendie como en una leyenda troyana. No cubriré mi cuello con el pellejo de un león rojo ni de otro color, porque tu cuerpo maltrecho, de manos necias, dedicadas a cargar objetos sagrados para no sentirse viejas e inservibles, morirá hundido en las sombras profundas de una memoria calcinada, sin funeral, sin sepelio, sin doliente, como mueren los que no existen en ningún suelo, con la osamenta solitaria pidiendo salvación en una carta rota. No me busques. No habré de contestar ningún lamento, ni por decoro, ni por decencia, ni por humanidad. Yo estaré siempre en el fuego de un final épico, donde el ruego del hijo ya no sea el mismo que el del agraviado. No soy Eneas, padre. La casa ardiendo a mi espalda, por fin, abrigará tu frente. Ese día
mi existencia será heroica.

*

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