Aldo Vicencio (Ciudad de México, 1991). Poeta y ensayista, estudió Historia en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Es autor de Piel Quemada: Vicisitudes de lo Sensible (Casa Editorial Abismos, 2017), Anatolle. Danza fractal (El Ojo Ediciones, 2018), Púlsar (Ediciones Camelot América, 2019) y recientemente de Tangram (Vitrali Ediciones, 2023). Su obra ha sido publicada en diversas revistas literarias, como Punto en Línea de la UNAM y Tierra Adentro (México); Literal, Latin American Voices (Estados Unidos); Digo.Palabra.txt (Venezuela), Santa Rabia Poetry y Kametsa (Perú); Cinosargo, Vórtice y Carcaj (Chile), Low-Fi Ardentía (Puerto Rico); Oculta Lit, penúltiMa y Zenda (España), entre otras. Ha sido incluido en antologías y ha participado en diferentes festivales y coloquios sobre poesía y literatura.
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La elipsis en la flor
escucho las risas de mi padre y mi madre
escucho la respiración de este teclado;
la indicación de que algo desfallece apunta
hacia la puerta
lo negro se cierne sobre el umbral
los pies evanescen
hay un animal soñando
(es el particular gusto a miedo)
“el animal que sueña”…probablemente es una dispersión de mí
como el primer llanto sobre una mano
ondas de aire en las cumbres
el rostro desvanecido a la mitad:
el río arrodillado que hierve sobre una boca infinita
escucho el pálpito frío del piso
escucho todo mi entorno,
y comprendo que hay algo que no me pertenece:
algo que no me puede signar como alguien
(la dirección que señala el aire, n a d a )
el revés del ojo es una vorágine de siluetas radiando
todo eso es un amor nuevo, supongo
el amor incierto,
ese no-retroceder, sino alzarse sobre unos dientes:
la creencia postrada sobre el rito,
y el rito inclinado ante la cotidianidad
[el Sol sonriendo en un cuenco]
alguien me dijo que solo escribo para mi
¿pero cómo puedo escribirme si no me veo?
la luz es vista y ceguera, una ardiente y blanca oscuridad
estoy tratando de devolver(me), de regresar a ti
soy un gazapo en su cubil
(el aire que me cierne es la hostilidad que desconoce la ternura de la tierra)
este páramo es frágil,
ensombrecido de tanto brillo, de tanta dicha
el costado del llanto roto alienta al cuello
el puño retuerce el sigilo de la bestia:
la sutileza de la raíces ha enrojeciendo mi sangre
[ahora lo noto, todo está tendido en la pureza del vacío]
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