
El día comienza con dos pastillas de antidepresivos. Es la dosis indicada por su psiquiatra y también la dosis necesaria para transitar como fantasma por la mañana. Se mira en el espejo del baño. Es hermosa, hermosa. Es hermosa y lo sabe, pero lo que ve reflejado en el cristal es sólo una cosa arruinada que le recuerda a un edificio abandonado. El vapor que sale de la regadera empaña el espejo y esconde la ruina.
Camina a su trabajo. Ve muchos perros siendo paseados por personas vestidas con ropa deportiva. Los animales se ven invariablemente felices. Piensa en lo fácil que sería todo si fuera un perro. Desde un taxi, una voz le grita “¡Qué rico culito, mamacita!”. Ella continúa caminando.
La tarde pasa como una exhalación. De regreso en su departamento, pierde el tiempo viendo fotos viejas en su celular. Considera que andar cargando ese aparato todo el día, lleno de todos esos nombres que alguna vez dijo con amor o que gritó con placer en alguna cama, no puede ser demasiado bueno para su salud mental.
El vacío se parece a darte cuenta de que las relaciones que un día tuviste ahora solamente son contactos en Whatsapp que te tienen bloqueada.
A las nueve de la noche se levanta automáticamente del sillón, busca en el estante de siempre el alimento para su perro y cuando no lo encuentra recuerda que lleva muerto un mes. Aun así no llora.
Tarde en la madrugada, sigue dando vueltas sobre su cama sin poder dormir. El insomnio es el triturador de basura de la vida interna, la deshace poco a poco hasta desaparecerla. Imagina que el mundo sería más bonito si existieran los vampiros, los hombres lobo y los fantasmas, y no sólo la certeza de la muerte.
No duerme. Su día comienza con dos pastillas de antidepresivos. Otra mañana de flotar por el mundo como un fantasma. Es hermosa, pero ni siquiera se mira en el espejo. Hoy no desea ver la ruina que sabe que se esconde debajo de su rostro. De camino al trabajo mira a los perros que corren felices en medio de la luz matutina.
La tristeza es un sillón muy cómodo del que cuesta mucho trabajo levantarse, piensa.
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Guillermo Verduzco. Orizaba, Veracruz, 1986. Editor a medias, escritor a cuartas. Ha publicado el libro Cuento infinito (Ediciones B, 2008).