Dos poemas de Diego Quintero Martins

Tang Yau Hoong
Tang Yau Hoong

La naturaleza total de un adiós

Despierto a una neblina de psicosis y lo metálico asciende en esta habitación minúscula. Sobre la mesa de noche: pastillas y la cicatriz de un tumor. En la ducha las gotas dividen el espectro en danzantes. Me visto con la certeza de que nadie tomará en cuenta este nadie. Dejo la casa abierta con la esperanza de que alguna mujer decida encallar sobre mi cama. El que sitié este atolón, sabrá que mis maneras son igual de insospechadas a las de Dios. Camino avenidas, parques y callejones donde pasean animales literarios. Rimbaud no tiene correa,  Rimbaud nunca tuvo correa. El cielo se parte en pájaros de onda larga, anaranjados sobre la puerta de la noche. Anuncian que esto ya no es sueño. Ideas trituradas por la navaja de Ockham dan contra la materia. Mi lóbulo frontal aúlla mecánico, barbitúrico e iconoclasta al sangrado de la nariz. Hago caso de Hernández y que me aconseje el mar. Travesía que podría estar planeada por una divinidad celosa o bien es parte de un destino aleatorio. Me recibe una orgía de ostras y arena. La mano descubre el arma.

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Diario de Kevin Rachefield

I

Madrugadas insomnes, novela negra, ser otro. La noche yéndose con mi vida y la vida yéndose en un papel; amanecer el deseo de transmutar en voluta.

II

El detective respira sin nombre. Esotérico prende una lámpara. Dispara al silencio. Alguien tiene que ser el héroe. Alguien pasará.

III

La obviedad. El miedo. La ceguera. Todos los males del homicida; matador desdibujado en su propia navaja. Lo ficcional no es impostura del cadáver.

IV

Vivir desembocado. Ecuestre por los días y las noches. Psicótico siempre. No conceder ni por un milimétrico segundo del respiro. Exhalar metano.

V

San José, Lisboa, Mindelo, Brasilia, Uppsala. Una ciudad y todas las ciudades reducidas al minúsculo atisbo del pensamiento. Una idea superior a la urbe. Terremoto, guerra o simún; la mente contra lo material. Todas las ciudades bajo la tiranía de la memoria.

VI

Una forma de vivir: el pecho contra la intrascendencia. Sin pensar. Contra los mediocres. Se lee para acaecer y se acaece para otras lecturas. Decir en la acción. La literatura como respuesta o epitafio. Se escribe a trescientos kilómetros por hora. Un escritor sonríe ante el muro. La guerra del instante.

VII

Aquí no existe Dios. El hombre se enfrenta al hombre. Tullidos en la visión de los atardeceres de los atardeceres. Se miran ante el duelo. Uno camina y el otro escupe buitres.

VIII

Vine a poner el cuerpo como flecha en el arco genocida de mi tiempo.

IX

Los poetas se extinguieron ante el espejo. Se reflejan cuervos.

X

La semiótica de mis días: signo, señal, cáncer.

XI

Ultimas palabras:

Llegué al límite de mis contemporáneos. Decidí huir antes de ganar. Pierden el tiempo al preparar mi ejecución. Construí una ley en el futuro. El presente se desvanece. Sonrío a los que aún no llegan. Soy un hombre muerto que se eleva.

XII

Llueve napalm. Alguien abrió el grifo del apocalipsis. Solo me quedan los dientes. Muerdo cánones. Lo calcinado es mi ego.

XIII

Explicación ontológica: 

Poeta homosexual. Apologista del odio. Dios neoyorquino. Soy el escritor de los aforismos que sentencian la tripa humana. Besan el ano de la muerte. Mean las ratas del corazón. La manifestación terrenal del pene ojiva. El plutonio que arrasó con este país y todos los países. El semen nuclear en boca del imbécil.

 

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Diego Quintero Martins (1990) es costarricense. Ha colaborado con diversas revistas literarias y musicales independientes. Actualmente estudia enseñanza en la Universidad Nacional de Costa Rica y trabaja en su poemario inédito: Ficción de Hienas.

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