
El reflejo de Ian Curtis
Vino de la eterna noche de Mánchester.
Un día, caminando por la calle,
se encontró con que el mundo cabía
en un charco al lado de la acera
y que su alma excedía los bordes de su sombra.
Tomó una piedra, la arrojó al charco
y se quedó quieto observando
el efecto del agua en su cabeza.
Retrocedió dos pasos hasta que su sombra
se encontró con el dominio de la noche:
El eco de la piedra contra el charco
aún retumba en mis oídos.
El agua no ha dejado de moverse.
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Dylan Thomas en la otra mesa
Esconde el hombre en su sombra muchos nombres.
Se pierde en la niebla, la anda, se esfuma, pero siempre vuelve.
Caben en sus brazos todas las sombras, incluso las de ayer.
Conocen sus manos el resguardo intangible de la Luna.
Señala de memoria cada gota que se oculta en el rocío.
No se inmuta cuando escucha atento el secreto de la lluvia,
hasta que sonríe y con los brazos abiertos la recibe.
Esconde el hombre en su sombra muchos nombres.
En la noche atiende un canto de borrachos en la calle,
lo pinta con un baile de dedos plegados en la mesa
y siete copas de algún elixir le salen al encuentro. Ríe.
Se pierde en la niebla, la anda, se esfuma, pero siempre vuelve.
La hoja entre el suelo y la planta de sus pies es la música.
De todos los mundos posibles, optó por sus mismos labios.
De todos los mundos visibles, escogió su propia ausencia.
Caben en sus brazos todas las sombras, incluso las de ayer
y su puerta más oscura es la que más luz le proporciona.
Escogió el poeta el silencio a manera de profundo grito.
=
(4 de septiembre
SERÁ CUANDO ME VAYA que nadie más cerrará las ventanas.
El aire de la casa se hará más frío.
El paisaje gris de la ciudad entrará por debajo de la puerta.
El teléfono sonará todos los días hasta que algo falte.
Las luminarias apagadas no se encenderán de nuevo.
El café se hará piedra en la despensa.
Ya no tendrán lugar en mis ojos los tediosos crepúsculos.
La Luna no se reflejará nunca más en estas manos y mis mejillas carecerán del brillo
/que ofrece el día.
El cielo seguirá con su color azul y a veces negro.
Las calles contarán las mismas gotas, los mismos pasos, las mismas hojas secas
y uno que otro perro canequero dejará sus huellas en la cara de la noche.
Dejaré mi cama limpia y con las cobijas dobladas –como siempre, por si acaso– pero
/jamás volverán a desdoblarse.
Los libros que leía con mis estudiantes se quedarán allí, con el polvo que será su cuerpo.
Mi armónica ya no sabrá de labios, ni de notas, ni del viento y mi gato pasará a ser de
/mis hermanos hasta que él también se vaya.
Todo será cuando yo no esté, cuando mis huesos sean un riego de jardines al abrigo
/de algún árbol caribeño.
Pero eso no importa porque ahora, en este preciso instante,
me verás volar en la ciudad de la furia,
me verás caer como flecha salvaje.
Ahora, en este preciso momento,
me verás dormir al amanecer
entre tus piernas,
entre tus piernas.)
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Analogía de los poetas y los días
Somos los dueños de la noche y de la aurora que la nace a sus vestidos.
Somos los dueños de todo lo vivido y de las carnes que han transitado nuestros cuerpos.
Una vez nos salieron alas y fuimos también los dueños del viento
y domamos a los tigres de Etiopía y formamos toda la arena del desierto
y cada dedo nuestro era la voz de algún poeta, hasta que abrimos los ojos,
entonces fuimos de nuevo hombres.
Nosotros dimos forma al vino, le pusimos senos, labios, alma
y soplamos fuertemente con él hasta que se formaron las lluvias
que derrumbaron los montes de los Andes
y aplaudimos con tal fuerza que creamos los truenos
que mucha gente vio con asombro por las ventanas. Abrimos los ojos,
entonces fuimos de nuevo hombres:
Se nos cayó la mirada pero nunca dejamos de andar;
se nos llenaron de llagas las rodillas pero nunca dejamos de andar.
De repente, se nos apareció la muerte: nosotros murmuramos,
reímos y gritamos a toda voz Y la muerte no tendrá dominio,
mientras levantábamos el rostro al cielo. Nuestra voz fue su puñal.
Se escaparon las nubes por la herida que le hicimos al firmamento
y se llevaron consigo la sombra que nos acechaba.
Eso nos pasó muchas veces y muchas veces también quedamos heridos,
tirados en la calle sin entender la grandeza de nuestra propia lluvia
pero nos levantamos y nunca dejamos de andar.
Somos los dueños de la noche y estamos muertos.
Para ser los dueños de esta inmensidad hay que estarlo.
Se debe morir todos los días con cada verso, se debe ser ceniza (eco, sombra, viento)
para ser los amos de la Luna, para ser la noche misma.
A Epifanio Andrés Tocarruncho
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Omar Garzón Pinto (Bogotá). Sus poemas han sido publicados antologías, periódicos y revistas especializadas de Argentina, Chile, Venezuela, Costa Rica, Cuba, Nicaragua, México, España, Guinea Ecuatorial y Colombia. Ha presentado su trabajo en diversos espacios culturales, académicos y literarios de su país. Entre los años 2011 y 2012 se desempeñó como tallerista de la Fundación Andrés Barbosa Vivas y ha trabajado como profesor de Geografía y Literatura en Bogotá. Autor del libro Flores para un ocaso, editado por la Liga Latinoamericana de Artistas (Bogotá, 2013). Dirige el blog farodesnudo.blogspot.com.