
Un altar de amapolas
Los muelles del colchón gimen bajo el sobrepeso de un cuerpo que no se está quieto, que no deja de retorcerse y de convertir su alrededor en un barullo, en una masa amorfa y cambiante. Este es su altar, aquel en el que ofreció su carne y su sangre, sus huesos, a todo el que tuviera intención de profanarlos: colchón viejo y hundido, sábanas blanco impoluto, llenas de arrugas, y cabezal de madera de ciprés, destinado a perdurar, madera eterna, los gusanos, las chinches, todos, monstruos, quedáis desterrados. El olor fresco de ramos de amapolas rojas, salvajes, endebles y marchitas prematuramente, y las manchas grisáceas en las manos, en los brazos, en las piernas y en el blanco, ya roto, de este altar; todo esto continúa aquí, lejano y presente a un tiempo. Marchaos, marchaos de aquí, amapolas, sólo puedo dormir y revolverme en este altar y abrazarme a vuestro olor, que sólo incita el sueño y el tedio y la angustia. Este es mi altar, el altar de este cuerpo, que es mío, marchaos, no quiero más caricias de garras, son mis huesos, mi carne, mi sangre, marchaos, no quiero más amapolas.
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Andrea Alfaro García (Albacete, España, 1996) estudia el Grado en Literatura General y Comparada en la Universidad Complutense de Madrid. Ha colaborado con algunos relatos en revistas digitales. Escribe narrativa en todos sus tamaños: novela, relato y microrrelato.