Crónicas del olvido | «CARDIOPATÍAS», por Alberto Hernández ~

 

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“En el costado derecho, cerca de la cadera,
tiene una herida grande como la palma de mi mano”.
Kafka. (“Un médico rural”)

1.-

Las palabras se mueven, se agitan como un corazón. Dicen, pero sobre todo marcan. Dejan heridas, cicatrizan o abren nuevos traumas. El dolor, perfecto como el grito que profiere, se queda en la voz y entonces el poema aparece en el papel, en la pantalla, en la corteza cerebral. Las lecturas se revisan, atienden a mejores tiempos, pero siempre estará la primera muesca, la primera talla del sufrimiento, la del ardor personal o colectivo.

Oriette D’Angelo escribe desde dos miradas: desde su propia estación como cuerpo, como conciencia individual y como cuerpo plural, como un país, como un desierto que crece y se borra por instantes, pero sigue estando allí, vivo, agónico, desolado, doloroso.

Y desde esas miradas hace el diagnóstico, ausculta y encarna en ese país que es en el otro. Cada poema es una enfermedad, una patología que guarda confesiones, lugares y purulencias.

Hay un imperativo en su voz. Quiere ser oída o leída sin que queden dudas de que el idioma que usa es precisamente el que habla del dolor, de la grima, de los paisajes por donde pasa su presencia. Ella es el poema: lo dice cuando en primera persona protagoniza ese dolor: el propio en carne ajena.

Poema diastólico, sistólico: abarca el ritmo del músculo vital. Poema cordial pero también pensado, bisagra entre el infarto orgánico y la explosión del conocimiento.

Suscrito en “Cardiopatías” (Premio del Concurso para Autores Inéditos, mención poesía, edición 2014, Monte Ávila Editores, Colección Las formas del fuego), traza una línea entre la agonía y la muerte, ambos estadios instalados como un gesto, porque lo que traduce este libro es la afirmación de que la certeza tampoco evitará que la vida hable, que la soledad humana no arbitre el final de la violencia, de la existencia como víctima.

La poesía de Oriette D’Angelo es un cuerpo insomne. Un cuerpo en estado de emergencia. Como el país que lo consume.

2.-

Tres partes hacen este poemario. La primera comienza con “Sala de emergencia”. El poema se resume en las respuestas orgánicas producidas por el cuerpo sufrido mediante una lectura en suspenso:

Nos convertimos en un accidente que dejó estragos.
Te conocí cometiendo el delito de lanzar 
una bomba directo al miocardio. No medí
los frenos, me automediqué y me provoqué
una sobredosis…

Debajo de esa capa textual está otro texto que conduce a añadirle al poema el límite de su alcance: se vierte en “Crimen común” donde la voz es más cercana al yo, al dolor del yo, a la rasgadura descubierta en una poética que está ante los ojos como objetividad.

Prefiero arrancarme la piel/ antes que portar la carne que sobra de las heridas / Prefiero dejarme costras con los nombres / que esta membrana abierta/ amarilla/ sin huellas/ sin pasado disidente (…)

Lo he intentado todo: no sanas. / Ejercito el músculo que dejaste / la única fórmula de escape hacia otra dirección / el crimen común de una morgue llena/ es olvidarlo todo.

La muerte, signo y símbolo, destreza de un significado que opera con la misma fuerza de la existencia. La muerte es un cuerpo tirado en la autopista/ que lucha por sobrevivir ante la indiferencia/ de esta boca desprendida que intentó también gritar.

El horror, sensación que se ha convertido en mapa, en territorio preterido, en soberanía de un poder que en la poesía venezolana ha adquirido en color local. Pasamos por el destello de una pesadilla que hoy se hace poesía en un cuaderno subrayado.

La realidad, la tan apestosa realidad, adquiere matices reveladores en la escritura de estas horas. D’Angelo (1990), heredera de este clima, también le hace frente y dibuja desde el cuerpo, desde los nombres de su tierra, desde lo que acontece. Se trata de una tierra enferma, insana, que miramos como en una película, en personajes virtuales, en figuras sonámbulas.

Nos hemos convertido en una pantalla. Adormecidos ante el estruendo de las piernas. (Cobija hueca con noticias de otro mundo). El muerto que no nos pertenece y el mandatario obsoleto acusado de corrupción (…)

En mi pecho se devoran paraísos, playas, Los Roques, Mercal, La Tortuga.

La imagen del edén perdido es ahora el cuadro vivo, el de una tragedia. La poesía se afinca en este tema y encara el cuerpo cicatrizado de un país que siempre ha sido un ensueño:

Nuestro invierno es una lluviecita y el verano es El Guri seco, nos atropella una moto y seguimos. Tengo una patria de enjambres…

El poema como cuerpo humano, como cuerpo de mujer herido, aquejado por la miseria y la invasión de la muerte en una ciudad que antes era enclave de otras voces, del linimento para la angustia, para el músculo místico o festivo. 

Caracas es una mujer con el pecho lleno de balas. Soy extranjera ante tanto plomo”.

La épica de la muerte, la elegía del crimen, la mística del odio.

Caracas entre los dientes que no queremos soltar (…)
Ciudad a la que temo.

3.- 

Ese mal incurable en el tejido carnal, como lo escribe Rilke, es el mismo mal que presume ser comuna, la de arterias tapadas. La ciudad, la pestilente, la horrible, la que duele y da miedo, la que es un poema agonizante en un matadero: Caracas, oxígeno sin tanque y sala de emergencia de todos los días. Morgue. La de los hierros. La que no quiero ser cuando me vaya y que no que me sea. 

La ciudad sangre. Sangre personal, sangre ajena. Muerte propia, la muerte del otro. En el otro. Y así: Caracas, única mujer que obliga a quererla mientras te apunta en la sien.

Ya la polis dejó de ser una leyenda urbana. No es una crónica para descubrirla, para contarla. Es el lugar donde impera el miedo, el vacío vital, donde los cuerpos muertos son comidos por los perros, por eso la voz que se queja dice: Uno vuelve a sus espectros como queriendo identificar fantasmas.

4.-

Thomas Szasz señala que una enfermedad es una categoría estratégica, un asunto que atañe al cuerpo y al espíritu. Y para acercarnos más a Oriette D’Angelo, el verso de Richard Eberhart: Hoy vi una foto de células cancerosas.

En Cardiopatías hay todo un temario relacionado con este mundo, con el de patologías que irrumpen en nombres propios solapados por el tejido nacional. Es decir, cuerpo y país en una sola metáfora.

En el poema “Resistencia a la insulina” estamos frente a la afirmación de alguien que padece de diabetes, pero quien maneja el texto convierte la enfermedad en un tópico colectivo:

¿Qué hacen con la sangre que sobra en los tubos de ensayo?

La poética de nuestra autora activa la desacralización semántica de la diaria diatriba acerca de nuestros males. Se abre sin ambages y pronuncia:

Sólo nos diferencia la enfermedad que escogemos/ y la que nos imponen.

La genética y la política. Dos enfermedades, la metástasis incesante de una tradición histórica que no termina de desatarse. De allí los tantos síndromes, entre ellos el delictivo que ha hecho del país una pantalla de horrores frente a los ojos del planeta. Se trata de la patología de un país en ruinas, cuyo “autismo ciudadano” se concentra en “Matar y morir por un paquete de harina”. Por unos zapatos, por una palabra mal pronunciada, por un simple gazapo verbal, por no pensar igual al poder. De allí que no tengamos claro “el final hasta que nos quebremos”. El Uno contra el Otro.

5.-

En la segunda parte del libro, titulada “Intentos de fuga”, el lector podrá fugarse entre aforismos. Se trata de una suerte de remanso que ofrece la autora, una navegación a través de fogonazos de ideas que hacen que nos detengamos un poco en cada una de ellas. Podría pensarse en un vacío entre la primera y tercera partes del poemario. La lectura definida como un instante: respiración artificial de oraciones que quebrantan un poco la unidad del poemario, pero que produce en quien los revisa un propósito para luego despejarse en poemas donde la autora refleja la verdadera intención del trabajo.

Pero veamos dos de esos aforismos:

Cuando la poesía no tiene musa, / tiene ojeras.

Cardiópata: /Persona en forma de herida/ que no se va de uno/ hasta que llega otra.

Humor, ironía, desparpajo. Todas las máximas aquí expresadas se valen de esas tres estrategias. 

Cada aforismo es una herida, una punción, un momento que determina el tiempo de convertirse en cicatriz.

6.-

Y la tercera parte, “Anatomía de un infarto”, nos guía por una narrativa/poética de la muerte, por los síntomas de la agonía, hasta arribar a la “Anatomía del delirio”. El cuerpo enfermo, roto, tumorado, cancerado, ciego, infartado, porque cualquier eventualidad que afecte a los órganos podría ser calificada de enfermedad o síntoma. El corazón como emblema metafórico, como sustantivo que se agobia ante los distintos adjetivos que acumula con cada latido.

Pero el poema, depósito de la poesía, también se multiplica, vale decir de un país que sistólicamente le añade al texto otra significación. O lo complementa.

En “Prohibición de pasar y detenerse” la autora escribe:

Mi país es una marcha de protesta
Un grito de rabia
Con estruendo y música bailable…

Ese país desdibujado, o trazado con otra mirada, forja tantas prohibiciones que ha dejado de ser espacio ciudadano para convertirse en un borrón. Y una “Rutina” que regresa al yo, al sujeto imbuido en el espacio de ese país: la insania:

Me examino los senos y me toco el vientre cuatro veces al día (…)
La quimioterapia asusta, la radiología asombra (…) Citología. Biopsia. Pedazo de carne en forma extraída para el diagnóstico variable. Miedo.

El lector retorna a una vieja imagen de Robert Penn: Cuando el cirujano afila el bisturí y me mira como si fuera una manzana, / Y el tumor o la verruga cantan: ´Los mejores amigos se deben separar.

El paciente formula “Peticiones” en boca del poema. Siente desde la soledad el hecho de ser eso, un paciente, la agonía de alguien que tiene conciencia de su mal, de lo que le espera. La soledad se resiste a ser obviada:

Quédate ahí/ en la sala de espera/ mientras me inyectan el calmante/ y se me olvida tu nombre.

Luego, en otro donde la muerte es parte de cada palabra sometida al dolor:

Recuerdo cuando morir era una circunstancia/ cuando crujían las venas/ arrancadas por una palabra impecable.

El tema sigue a vuelta de página: “Luto y condolencia”, el aturdimiento, el silencio total, el ojo que mira el rostro ido: el aforismo como definición:

Desde la urna / el olvido es una especie fúnebre sin autopsia definida.

7.-

La insurrección del lenguaje, la crítica que le añade al texto la posibilidad de hacerse real ante el lector: un país bajo amenaza, un país trazado como campo de batalla desde una posición corporal, tan ambigua como que el mismo país es la misma crítica de la consigna:

“Rodilla en tierra”:
Rodilla cansada de tanto montaje en tarima
Rodilla cansada de tanta marcha
Rodilla cansada de tanta postura política pospago de quincena
(…)
Fémur lesionado de tanta cola

Desde el mismo ánimo del texto, “Cuestión de tránsito”, pero desde otra perspectiva, otra fisura de la realidad:

Debemos silenciar la casa, dar paso a que la calle nos abunde, que se llene de prostitutas y vagones de metro/ orinar en paredes y mendigar olvidos.

Han sido tantas las pérdidas, tantos los monólogos, los silencios y alaridos, las heridas, los infartos, las llagas vivas, que la voz busca un lugar, el apropiado para verificar que se ocupa pero que no nos pertenece. “This must be the place” emplaza la poética de la vergüenza por esa pérdida. Y se reclama, se avisa de haber sido destruido el sitio que da nombre y apellido, carta de identidad, acento, pero también desarraigo:

Soy huérfana de república/ cuarta/ quinta/ ninguna (…) ¿Qué somos aparte de la cédula? (…) Empecemos el desastre desde cero.

Los dos últimos poemas del libro de Oriette D’Angelo resumen el espíritu, el afán vital de esas dos miradas: la personal y la nacional, pero también definen desde la vísceras mismas del texto el desgarrado propósito de su escritura:

CARDIOPATIÁS
Un poema es una cardiopatía/ un problema en el corazón no resuelto/ crónico/ genético/ El verso cae contraído en su desdicha, / se vuelve líquido que salva su es rojo/ mata si es blanco/ Glóbulo retorcido en el ayer/ aguja punzante de corazón sin memoria / Todos los latidos nos dicen/ que hemos nacido para arder.

ESCALPELO
Brindo por el vientre al que le costó sangrar durante un año/ y por la herida de aquel día que todavía muestra sus huesos/ por el estómago que se contrae cada vez que las palabras arden/ y por las cicatrices de mis piernas…Brindo porque se puede morir de huracanes/ morir de país/ de cuerpo sano/ de cuerpo alegre.

***

Alberto Hernández. Poeta, narrador, periodista y pedagogo venezolano (Calabozo, 1952). Tiene un posgrado en literatura latinoamericana en la Universidad Simón Bolívar y fue fundador de la revista Umbra. Ha publicado los poemarios La mofa del musgo (1980), Amazonia (1981), Última instancia (1989), Párpado de insolación (1989), Ojos de afuera (1989), Bestias de superficie (1993), Nortes (1994) e Intentos y el exilio(1996). Además ha publicado el ensayo Nueva crítica de teatro venezolano (1981), el libro de cuentos Fragmentos de la misma memoria(1994) y el libro de crónicas Valles de Aragua, la comarca visible (1999). Reside en Maracay, estado Aragua, Venezuela, donde dirige el suplemento cultural Contenido, que circula en el diario El Periodiquito.

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