Bob Dylan o el inagotable problema de los géneros literarios; por Maikel Ramírez

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Días después del nombramiento de la periodista Svetlana Aleksiévich como premio Nobel de Literatura del 2015, el prominente escritor argentino Alberto Manguel celebró la premiación y manifestó su optimismo por que los próximos reconocimientos recayeran en aquellos géneros considerados menores, entre ellos la novela gráfica. Transcurrido un año, el anuncio de que el cantante estadounidense Bob Dylan se granjeaba el nuevo Nobel de literatura no solo dividió las opiniones con relación a su mérito o el acierto de la Academia sueca, sino que, desde mi ángulo, avivó el recurrente debate sobre la teoría de géneros, que desde la Poética de Aristóteles hasta el demoledor libro El demonio de la teoría, del francés Antoine Compagnon se muestra, razonablemente, medular en el estudio de la literatura.

I

Uno de los argumentos en contra sostiene que el premio fue, injustamente, a las manos de alguien cuyo oficio es la música, no la literatura. Aunque a simple vista el argumento resulte incontestable, es rayana en lo excesivamente presentista.  A ver, la influyente poética aristotélica no era, estrictamente hablando, una teoría literaria, ya que, como categoría conceptual, lo que conocemos como ‘literatura’ surge en el siglo XIX y se debe, con mucho, a la estética del Romanticismo. En términos más simples, quienes produjeron aquellas obras antiguas, que el filósofo griego tenía en mente, no se propusieron crear literatura, del mismo modo que quienes pintaron los bisontes de la cueva de Altamira no se dedicaron a hacer pintura, ni Thomas Alva Edison ni los hermanos Lumiére, entre 1892 y 1895, tuvieron como objetivo hacer cine.

Tanto Aristóteles como su maestro Platón, en rigor, estaban interesados por las categorías universales y apuntaban a prescribir la fórmula para producir obras miméticas. Por otro lado, como bien lo señala Compagnon, Aristóteles consideraba que dichas obras servían para educar al tiempo que el público se deleitaba, idea que, por supuesto, conecta con la búsqueda por establecer un orden social. Esto, ya se habrá notado, nos arroja al espinoso terreno de las ideologías, de las cuales, seré enfático, los géneros no están divorciados.  De allí que Platón embistiera con furia y excluyera a los poetas de su polis proyectada en La república, pues la subjetividad nunca podría representar categorías universales. Aristóteles, por tanto,  resaltará los géneros épico y dramático.

Aun más a contraluz de esta opinión, conviene subrayar que, en los primeros párrafos de su Poética, Aristóteles lista un conjunto de géneros antiguos que se hacían acompañar de música, la cual, al parecer, hasta llegó a sobresalir en detrimento de los otros componentes. De manera que creemos entrever propósitos estéticos contemporáneos en un pasado en el que nunca existieron dichas ideas y, peor aún, no somos conscientes de que la separación entre letra y música no siempre ha sido así.

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II

Tras enterarse del fallo del premio Nobel, el escritor Santiago Roncagliolo, sin lugar a dudas contrariado, expresó que no sabía si la novela había muerto, pero tenía la certeza de que ya no ganaba Premios Nobel. Aun cuando podamos juzgar al escritor de La noche de los alfileres de exagerado, sus palabras no dejan de fijar un argumento al que debemos prestar atención, al menos para lo que discutimos acá, pues es un hecho irrebatible que los géneros literarios van y vienen, o por decirlo de otra forma, surgen y desaparecen respecto a condiciones tanto literarias como extraliterarias. La novela, por ejemplo, se evidencia como el género más apropiado para recoger las tensiones de las sociedades capitalistas que emergen tras las caídas de las monarquías europea; por otro lado, la ciencia ficción crece al cobijo de la fe en el progreso generada por el positivismo científico entre los siglos XVIII y XIX; por último, se cree que el poema épico Beowulf aparece justo en el momento en el que Inglaterra está amenazada por invasiones bárbaras. Si la novela perdurará en los siglos venideros, o no, es algo sobre lo que no podemos ofrecer ninguna certeza. Lo que si podemos aseverar es que existirán géneros literarios que responderán a la dinámica político-cultural  y a las angustias propias de su tiempo.

Se me dirá, con justicia, que más que un problema de géneros se trata de la concepción misma de la literatura. Veamos que, recientemente, Terry Eagleton ha echado mano de la teoría Wittgensteiniana del ‘parecido familiar’ con objeto de explicar por qué obras tan disimiles y variopintas, obras que en su contexto de producción y recepción pertenecían a otros campos del saber humano, ahora son agrupadas dentro de la categoría literatura. Si la literatura tiene una condición esencial o si, por contra, es un cascarón vacío en el que todo cabe, encuentra su respuesta en esta metáfora filial al formular que a pesar de que los miembros de una familia no tienen los mismos rasgos característicos, siguen siendo miembros del mismo clan. Contra Wittgenstein, o al menos su terminología, propongo entender este fenómeno al amparo de las teorías cognitivistas, cuya ‘prototipicidad’ tampoco implica la condición de atributos suficientes y necesarios, sino que, en sustancia, registra un espectro de textos que van desde los prototípicos a los no-prototípicos, corpus variable tanto temporal como geográficamente debido a condiciones corporales y experienciales concretas. En términos simples, no existe un concepto natural y universal de literatura. En cambio, ocurre que cada concepción llega a ser reconfigurada constantemente, pues nuevas obras y  revaloraciones minan y replantean el sistema de clasificación.

En este orden de cosas, las simples posturas ‘para mí eso no es literatura’ o ‘para mí eso sí es literatura’ no son más que formas de ensimismamiento, ya que el que un texto sea literario, o no, depende, en gran medida, de un sistema de clasificación compartido colectivamente en coordenadas de tiempo y espacio similares. Por otra parte, nunca debe descuidarse el hecho de que los intentos de canonización de textos, por lo general, son ejercicios de poder. Difícilmente aquellos son neutrales o desinteresados. Como quiera que sea, los géneros literarios son un terreno en el que se tensan estas luchas.

III

Otra replica contra el galardón a Dylan insiste en que no se pueden comparar las letras vulgares de sus canciones populares con la métrica y la estructura de las obras de Safo o de cualquier otro poeta griego, como lo defiende la Academia sueca. Igual de incomparables son, continuamos con la misma línea de planteamientos, las funciones comunicativas y la situación histórica de Dylan y los griegos. De nuevo, nada puede ser más cierto que esto. Sin embargo, este razonamiento se desentiende del hecho de que la valoración de Safo, Homero y cualquier otro autor antiguo es extemporánea, lo que equivale a decir que ninguno de ellos representó para sus contemporáneos lo que sí hacen para nosotros. Otro ejemplo paradigmático es William Shakespeare, quien, procedente del pequeño pueblo Stratford-upon-Avon, se instaló en Londres sin haber culminado estudios universitarios, como sí lo hicieron los llamados University Wits, el grupo de jóvenes estudiantes de las prestigiosas Oxford y Cambridge, entre ellos Christopher Marlowe y Robert Greene, este último, dicho sea de paso, advertía a la escena londinense contra ese “cuervo advenedizo”. Al ascender los puritanos al poder político de Inglaterra, las obras de Shakespeare, incluso, fueron reescritas, ya que no se adaptaban al espíritu de la época. Nuestro Shakespeare es el Shakespeare revalorado por el Romanticismo.

Quienes fijan posiciones de este tipo están seguros de haber dado con los criterios que no sólo permiten revalorar las obras del pasado cuyas grandezas sus contemporáneos no estaban suficientemente despabilados para ver con claridad, sino que darán cuenta exacta de cualquier obra que el porvenir nos depare, cuando de lo que realmente se trata es de una historia literaria que se mantiene en constante bob-dylan-made-in-america-iconmovimiento. Haríamos bien en aplicar la genealogía foucaultiana para develar que muchas obras clásicas fueron menospreciadas por sus coetáneos. Cuenta Compagnon que entre los críticos franceses hay un código implícito que sugiere no hacer críticas negativas de un autor vivo. Esto se debe a que si el autor tiene éxito, el crítico jamás se verá en apuros, ni tendrá a los lectores ni al mismísimo escritor recordándole su desliz. Suponemos que esto también invita a ocupar esa zona de confort desde la cual un crítico se erige como el gran descubridor de un autor despreciado por su tiempo. Nada más noble que hacer justicia a destiempo, pese a que sospechamos que si hubiese sido uno de sus contemporáneos también habría despedazado vivo al autor. En fin, el abismo entre la alta cultura y la baja es artificial en cierta medida, pues muchas de libros canónicos fueron populares en sus orígenes. Una obra instructiva  sobre la asimilación de una a la otra puede hallarse en el luminoso y agudo ensayo Los bárbaros: ensayo sobre la mutación, del escritor italiano Alessandro Baricco.

IV

Mientras escribo esta nota,  a pocos metros de mí reposa un libro de literatura en inglés intitulado An introduction to Literature: fiction, poetry and drama, compilación realizada por Sylvan Barnet, Morton Berman y William Burto, que adquirí cuando cursaba mis estudios de pregrado algo más de una década atrás. Recuerdo mi sorpresa cuando descubrí que, entre los cuentos de Nathaniel Hawthorne, James Thurber y Flannery O’ Connor y los poemas de John Keats, Allen Ginsberg y Robert Frost, entre otros textos referenciales, descansaba una de mis canciones favoritas de los Beatles, Eleonor Rigby, pieza coral y de corte existencial sobre personajes hundidos en la soledad. Me apresuro a acotar que el libro fue publicado en 1971, lo que indica que aún el cuarteto de Liverpool no se había convertido en la leyenda que conocemos. Desde entonces, he admirado este libro poco conocido en virtud de su amplitud para apreciar la belleza de las palabras incluso en una canción popular. A mi juicio, esa lección es la que debemos retener del reconocimiento que la academia sueca le acaba de hacer al popular cantante norteamericano. Ya el tiempo se encargará de hacernos saber si se trata de un caso excepcional o si, en efecto, hemos entrado en una nueva concepción (reconfiguración)  de lo literario.

***

Maikel Ramírez (Venezuela). Profesor en la Universidad Simón Bolívar (USB). Narro y escribo artículos sobre la literatura, la lengua, el cine, la música y otras cosas de la cultura. Textos míos han sido publicados en Letralia, Ficción Breve, Sorbo de Letras y en el suplemento cultural del diario aragüeño El Periodiquito.

3 thoughts on “Bob Dylan o el inagotable problema de los géneros literarios; por Maikel Ramírez

  1. Luego de leer por primera vez tu artículo lo primero que me viene a la mente es que somos esencialmente refractarios a los cambios de registros, nos resistimos a tener que renovar teorías, actualizar códigos valorativos. Resistencia que nace de las mismas creencias aprendidas. Los conceptos de géneros literarios, y no estoy siendo superficial en mi humilde opinión, se han convertido en creencias profundamente arraigadas. Las letras de Dylan narran historias a través de una poética urbana y lo hacen desde una perspectiva aun vigente, de allí, pienso, la dificultad de tantos para aceptarlas. Con el paso del tiempo se volverán objeto de estudio, serán debidamente disecadas y analizadas hasta vaciarlas de contenido. Como hacemos las cosas cuando ya no escuecen, cuando el tiempo las ha enfriado. Creo que lo más relevante del artículo, a mi parecer está cuando afirmas:
    “En este orden de cosas, las simples posturas ‘para mí eso no es literatura’ o ‘para mí eso sí es literatura’ no son más que formas de ensimismamiento, ya que el que un texto sea literario, o no, depende, en gran medida, de un sistema de clasificación compartido colectivamente en coordenadas de tiempo y espacio similares. Por otra parte, nunca debe descuidarse el hecho de que los intentos de canonización de textos, por lo general, son ejercicios de poder. Difícilmente aquellos son neutrales o desinteresados. Como quiera que sea, los géneros literarios son un terreno en el que se tensan estas luchas.”
    Afirmación tan sencilla como creíble. Me gustó el artículo.

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