
Hay un camino indescifrable trazado en los glaucos perdidos de Mesina, invitan a anular lo eterno. El símbolo del ocaso carga el agobio de los laberintos. Lo indescifrable prolonga la vida del hombre perdido en los pasajes acuosos; otra vigilia para el naufrago, víctima de la inmortalidad del sol, refleja en la celeste geometría su sombra, volviendo infinita su desdicha y huraña su esperanza.
Escila lamenta la piedad del mar, el ayuno de sus días. Conjunta entre su sal amores perdidos. Eólo, culpable de los infortunios, guarda las cenizas de una pasión marchita: los alciones, compadecidos por los dioses, cesan su llanto en el tiempo más benigno del invierno donde las turbas se hacen sordas.
Abrazan su vuelo con las cuantiosas replicas romanas, poco a poco se ausentan, convierten su épica en arenilla negra volviendo a lo que antes eran: un horizonte baldío. Pontífices, emperadores, héroes confabulados con sus odiseas han sido derrocados por la densa brisa del los piélagos. No bastó la hermosa ficción del mar rojo para atestiguar la soledad de las playas.
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Mateo Matias Arango (Supía-Caldas, 1997). Ha publicado en Tras la Cola de la Rata, La Astilla en el Ojo (LAAAO), Diámbulos literatura itinerante, Digopalabratxt, La rabia del Axolotl, entre otras. Reside en Chile.