La llegada (2016), de Denis Villeneuve | La desconcertante teoría del lenguaje, por Maikel Ramírez ~

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Dijo Ricardo Piglia que la paranoia implicaba una crisis del significado. Estados Unidos, como es de sobra sabido, experimentó uno de los climas más paranoicos que se conozca debido a la Guerra Fría que mantuvo con la Unión Soviética tras la Segunda Guerra Mundial. El ciudadano común debía ser un buen lector para detectar a tiempo si su vecino de al lado era un Rojo infiltrado, un agente silencioso que en la primera oportunidad desintegraría su mundo simbólico. Semejante a un filme de Hitchcock, no solo había que estar atento a lo que alguien expresaba con su boca, sino también a su mirada y a sus gestos. La vida, o el American Way of Life, dependía sobremanera de esta certera lectura. Convengamos señalar que el McCarthismo era una exigencia de lectura atenta. Un gesto malinterpretado de Jruschev, la carta ignorada en la crisis de los misiles y, finalmente, el derrumbe del muro de Berlín, son casos que exigían una lectura cuidadosa. Hollywood supo encapsular esta tensión en una serie de filmes de ciencia ficción que nos alertaban sobre la presencia de seres de otros mundos que terminarían demoliendo la pujante vida norteña. Aun dentro del vecino más gentil se podía esconder un extraterrestre que borraría todas las individualidades y libertades. El enigma de otro mundo (1951), de Christian Nyby; El día que la Tierra se detuvo (1951), de Robert Wise; La guerra de los mundos (1953), de Byron Haskin e Invasores de Marte (1953), de William Cameron Menzies, son obras que alegorizaban el posible avance del Comunismo dentro del vasto territorio estadounidense.

            El filme La llegada, del director canadiense Denis Villeneuve, se instala en esta tradición, solo que en esta segunda década del siglo XXI la nueva superpotencia amenazante es China, justo en el contexto histórico de la transición Obama-Trump. Y quizá más que cualquier filme de ciencia ficción que le anteceda, La llegada tiene como eje central la comunicación. Esta particularidad se debe a la lengua o lenguas con las que se comunica la raza extraterrestre llamada heptápodos. A continuación, me propongo explorar las implicaciones que se derivan de los atributos de estas lenguas. En otros términos, realizo el oportuno experimento mental de responder cuáles funciones tendrían esas lenguas si en efecto existiesen. Por otro lado, quiero hacer notar qué representan estas lenguas cuando las sopesamos con las diferentes teorías del lenguaje que pudiesen explicarla en la actualidad. En concreto, me valdré de algunos de los principios que sirven de base a la lingüística cognitiva, a la lingüística conceptual y a la lingüística evolutiva.

II

Un día la Tierra es invadida por entes alienígenos. A raíz de esto, la lingüista Louise Banks (Amy Adams) es reclutada junto al físico Ian Donnelly (Jeremy Renner) para establecer contacto con estos seres. Louise descubrirá que los extraterrestres tienen realmente dos lenguas: una hablada y otra escrita que, no obstante, no se interrelacionan. Lo escrito no expresa lo dicho y viceversa. Más importante aún, se devela que los heptápodos, tras varios malentendidos, pretenden obsequiarles a los humanos el regalo de la lengua escrita, pues por medio de esta pueden experimentar diversos tiempos y no el limitado tiempo lineal, como lo hacemos los humanos. Esta nueva experiencia soluciona el conflicto bélico que se aproxima, cuando, escuchándose a sí misma en el futuro, Louis puede apaciguar al general chino con las palabras de su esposa en el lecho de muerte. En términos estructurales, además, descubrimos que la hija de Louise, cuya muerte presenciamos en los primeros minutos del filme, aún no ha nacido, sino que será un evento futuro, resultado del amor que nacerá entre ella e Ian mientras son compañeros de trabajo en la misión de establecer contacto con los heptápodos.

            Antes de continuar, conviene tener en cuenta que este filme es una adaptación del cuento de ciencia ficción Story of your life, del escritor norteamericano Ted Chiang, el cual, retrocede, aunque muy tarde, cuando se percata del peligro que comporta su propuesta de lenguaje. Es decir, el cuento explica la llegada de los extraterrestres por medio de relaciones causa-efecto y las implicaciones de la experiencia temporal son desatendidas por Louise al final. Entretanto, con todo y que el filme de Villenueve asume de manera frontal los vacíos que pululan en la lengua que Chiang le atribuye a los alienígenas, el resultado, justificadamente, nos sigue pareciendo fallido.

III

Si préstamos atención a las palabras de Louise e Ian, la teoría del lenguaje que explicaría lo que ocurre en la historia es la conocida Hipótesis Sapir-Whorf, llamada así por los nombres de sus formuladores Edward Sapir y su alumno Benjamin Whorf. En su libro El mundo de las palabras (The stuff of thought: language as a window into human nature), el lingüista cognitivista Steven Pinker incluye la hipótesis Sapir-Whorf en las teorías radicales del lenguaje. Según esta, la experiencia solo es posible si existe lenguaje. Aunque el determinismo lingüístico de dicha teoría fue harto influyente durante los años 40 y de vez en cuando trata de ser resucitada, hoy muy pocos le dan el crédito que Villanueve le atribuye en su filme. Existen en la actualidad diversas corrientes de la lingüística que superan la explicación de Sapir y Whorf. La lingüística cognitiva o experiencial, por ejemplo, ha demostrado que los individuos expresan metáforas de forma no lingüística. Para este campo de estudio del lenguaje, las experiencias corporales y culturales preceden al lenguaje. En síntesis, este no determina la experiencia. Por poner un ejemplo adicional, trivial si se quiere, fijémonos en la conjugación ‘habemos’ del verbo impersonal (unipersonal por Andrés Bello) ‘haber’. Si nos atenemos a la prescripción, ‘habemos’ es un error indiscutible. Como quiera que sea, este error es motivado por la necesidad del hablante por articular su experiencia corporal y subjetiva de encontrarse en unas coordenadas temporales y espaciales específicas, algo que es imposible manifestar con la forma impersonal, como en: “hay dos personas en el salón hasta ahora” (ella incluida). Esto, ya lo vemos, demuestra que la experiencia y el pensamiento superan la posibilidad que le ofrece la lengua.

           

IV

Para ser justos, el cuento de Chiang no refiere explícitamente el influjo de la hipótesis Sapir-Whorf. Con todo, en esta pieza, como ya advertí, se encuentran todos los equívocos del filme. Chiang no llega tan lejos como presentar a la lengua escrita de los heptápodos como una panacea; no obstante, no deja de dar tumbos hasta que astutamente se resguarda a última hora. Chang nos habla de una lengua que permite que quien la aprenda pueda experimentar eventos futuros, como en el caso de Louise, quien experimenta la presencia de una hija que todavía no ha nacido.

Y es en ese punto donde a Chang se le enreda el asunto más de la cuenta y emprende la desnaturalización de muchas cosas, pues es obvio que quien conozca el futuro sentirá la tentación de modificarlo, como es el caso típico y natural de un grueso número de obras de ciencia ficción sobre viajes temporales. Para convencernos de lo contrario, Chiang ofrece su primer atributo extraño acerca del tiempo, uno en el que nadie puede cambiar los eventos futuros puesto que la gente debe responder a la “razón de la historia”. No hay duda de que el escritor incurre en lo que Todorov le adjudicaba al marxismo, a saber, ser una religión secular, en la medida que éste anuncia la inevitable llegada del comunismo luego de que el capitalismo entre en crisis y la clase proletaria imponga su dictadura. La visión de Chiang es el de una religión secular en la que el futuro ya está escrito. A lo sumo, Chiang sustituye a Dios y a la sociedad comunista por una ‘razón de la historia’. En una palabra, personifica a la historia como un ser razonable que ya tiene un programa que el resto de los mortales debemos cumplir. Si se quiere, podemos hablar de una visión pseudoreligiosa por medio de la cual Chiang le arranca a la humanidad un libre albedrío carísimo a las ciencias, pues, como sabemos, la humanidad no solo descubrió un universo en el que existen unas leyes explicables, sino que supo que podía convertirse en un agente modificador de todo lo que lo rodea, incluyendo a la propia humanidad, como lo explica de manera diáfana Yuval Noah Harari en su reciente ensayo Homo deus, en el que la humanidad, observa, pudiese vencer la mortalidad misma.

Así las cosas, el siguiente y, de largo, más importante escollo que Chiang debe esquivar es el del lenguaje, ya que quien sepa el futuro no solo se sentirá tentado de modificarlo, sino que, naturalmente, intentará comunicar a otros lo visto. Chiang, por consiguiente, intenta realizar un movimiento astuto al acudir a la teoría de los actos de habla de John Austin. En el cuento, nos narran, entonces, que los individuos no solo se comunican a través del lenguaje, sino que hacen cosas con las palabras. Chiang ejemplifica este punto con el típico caso de la pareja que es declarada marido y mujer por un sacerdote. Acá, en efecto, las condiciones de la realidad son modificadas cuando el párroco enuncia: “los declaro marido y mujer”. No cabe decir que esto es verdadero o falso, como sí podemos hacerlo cuando alguien dice que Caracas es la capital del Estado Aragua. Con las palabras del sacerdote, se ha introducido un nuevo aspecto en la realidad. Lo dicho equivale a acciones. De enorme influencia en la filosofía del lenguaje, la pragmática y el análisis del discurso, la teoría de los actos de habla contravenía la llamada ‘falacia de la descripción’, pues, sostenía Austin que cuando decimos algo no solo describimos, sino que realizamos acciones. Con determinadas palabras ‘prometo’, ‘amenazo’ o ‘renuncio’. Si digo que renuncio a un trabajo, estoy realizando un acto, no describiendo un estado de cosas. Para Chiang, esta condición del lenguaje actualiza el futuro que las personas que aprenden la lengua heptópoda ya experimentaron.

No obstante Chiang leyó la formulación de Austin, parece que solo se enteró de una primera parte de la teoría de actos de habla, pero no de la revisión del propio Austin, para quien todo enunciado se convertiría en un acto de habla, mucho menos consultó Chiang la clasificación de John Searle, en la que, por ejemplo, enumera el acto de informar. De manera que si todos nosotros fuésemos heptápodos que vemos  un meteorito que el próximo año acabará con la Tierra, podríamos realizar el acto de habla de ‘informar’ sobre ese acontecimiento venidero. Naturalmente, me temo, si hacemos cosas con las palabras, estas también obedecen a la razón de la historia desde la visión de Chiang, lo que, como anoté arriba, es un despropósito, pues, como las acciones, los actos de habla ya no responden a la voluntad de los individuos. Austin observó que para que los actos de habla se lleven a cabo deben cumplir con unas condiciones especiales (felicity conditions). De modo que ‘renuncio’, por ejemplo, si tengo la voluntad de hacerlo, pero, si, por el contrario, me apuntan con una pistola para que lo haga, hablamos de un acto de habla fallido. En definitiva, en la cosmovisión de Chiang no hay actos de habla, pues tales enunciados responden a la voluntad de la historia, no la de los hablantes.

A juzgar por el tono de ambas obras, la lengua de los heptápodos es una bendición, algo igual o cercano a una panacea para resolver todos nuestros conflictos humanos. La hermosa fotografía del filme nos hace pensar en los momentos de la vida que debemos atesorar. Villenueve trata con maestría las emociones de los espectadores. Nadie sale ileso de la carga emotiva de los minutos finales de la cinta, en las que vemos, entre otras cosas, que ella se casará con su compañero de trabajo. Sin embargo, visto de muy cerca, hay algo monstruoso en esa idea. Imaginemos una mujer alemana, de Colonia, que ve que dentro de unos meses será violada y golpeada brutalmente por veinte refugiados, situación nada inverosímil pues ha ocurrido en los últimos años. Dos filmes recientes también nos dan una idea clara de lo que trato de explicar: Manchester junto al mar, de Kenneth Lonergan; y León, de Garth Davis. Mientras que el primero nos muestra a Lee (Casey Affleck), un verdadero despojo humano, un cascarón vacío que deambula por aquí y por allá luego de que sus hijas murieron en un incendio provocado por él accidentalmente; el segundo cuenta la historia de un niño hindú que se extravía y se reencuentra con su familia más de veinte años después y, al mismo tiempo, se entera de que su adorado hermano, con quien estaba en el momento en que se perdió, murió esa misma noche. Como se ve, resulta absurdo pensar que ninguna de estas personas deseará cambiar un futuro traumático. No parece razonable indicarle a alguno de ellos que debe contentarse con los momentos vividos. A no ser que en el mundo futuro de los heptápodos todo sea felicidad plena, la idea respecto a los humanos es descabellada. En la vida humana, repleta de eventos contingentes y trágicos, en la que en cualquier momento puede acaecernos lo indecible e inenarrable, estar al tanto de eventos futuros que no se podrán modificar sería una maldición.

En contraste con el cuento de Chiang, el filme de Villeneuve sí permite que las experiencias de los eventos futuros sean usados para modificar el presente, cuyo mejor ejemplo es el desastre bélico que pudo haber causado el ataque de China y que Louise logró evitar. Sin embargo, resulta débil la idea de que la Louise del futuro no recordaba  que había hablado meses  atrás con el general chino. Debemos hacer muchas concesiones para aceptar que en ese futuro ya escrito del que nos habla el filme la Louise del futuro no tenía noción de lo que había hecho poco tiempo atrás.  Lo diré así: o bien Louise puede modificar su futura condición de madre (puesto que ha visto la muerte de su hija, decide no tenerla) tanto como modificó la posible guerra en desarrollo; o bien tanto su condición de madre como el haber evitado la guerra son situaciones inevitables de un tiempo inmodificable. En todo caso, es inaceptable que coexistan la futura condición de madre que Louise no podría evitar, pero si la de una guerra que con ayuda de su conocimiento del futuro puede frenar. Simplifiquémoslo: o ambas son alterables, o ambas sin inalterables, pero no puede haber una alterable, mientras que la otra no puede serlo, como sí parece proponerlo la cinta de Villeneuve.

V

En tal sentido, uno de los mayores vacíos tanto del cuento de Chiang como del filme de Villeneuve es la función que tiene experimentar los eventos futuros a través de la particular escritura de los heptápodos en vista de que: a) no se puede modificar el futuro (sí parcialmente en el filme), b) no hay funciones de aprendizaje y conceptuales, c) no hay definición de la identidad, d) no hay comunicación posible (sí parcialmente en el filme). El énfasis en el filme recae sobre el hecho de no experimentar un tiempo lineal. Para decirlo todo, la verdad es que sí hay registros de poblaciones que no han experimentado un tiempo lineal y cuya existencia puede ser explicada desde la lingüística conceptual y la lingüística evolutiva. Ahora, imaginemos un mundo muy anterior a la existencia del satélite, a los servicios meteorológicos, al reloj, a los sistemas de riegos, a los pesticidas, entre otros elementos concernientes a esto, en el que una tribu dependía de la siembra y la cosecha para poder sobrevivir. En un ambiente con estas condiciones, los patrones del lenguaje más estables, repetibles y aprendibles son seleccionados para comunicar la idea y las nociones que atañen a un tiempo cíclico. Por otra parte, las narraciones, los mitos fundacionales y la organización social de este mundo surgen para responder a las condiciones de sobrevivencia de dicho ciclo. Farzad Sharifian en su libro Cultural conceptualizations and language refiere los casos de varias tribus con estas características y cuya escritura, en consecuencia, no es lineal, semejante al caso de los heptápodos. Fijémonos acá entonces en la función del lenguaje en este contexto evolutivo, en cómo sirve no solo para la adaptación y sobrevivencia de un grupo de individuos, sino para la propia subsistencia de las próximas y futuras generaciones.

La lingüística cognitiva nos enseña tanto que las experiencias de las primeras etapas de la vida sirven para entender todas las posteriores como que, contra Sapir y Whorf, el pensamiento precede al lenguaje. Desde esta perspectiva, un bebé que vea repetidamente que un vaso es llenado con agua extraerá el esquema de que todo lo que aumenta va hacia arriba, mientras que lo que disminuye va hacia abajo. Si el niño ve, en cambio, que debe recorrer un trayecto para agarrar algo, extraerá el esquema de un camino que tiene un punto de partida y un punto de llegada. Estos eventos en esa etapa prelenguaje y preconceptual le servirán para proyectarlas sobre experiencias nuevas que, de manera muy imaginativa, considere semejante. Un ejemplo del primero es hablar de precios que están por las nubes, en tanto que un ejemplo del segundo es cuando alguien piensa en algo que quiere lograr y habla de estar dando vueltas porque no toma una decisión. Se ve, entonces, que no podemos tomar literalmente al hablante, pues ni él, ni su cabeza, ni nada está dando vueltas.

Ya se habrá notado que un pilar de lo anterior es la metáfora conceptual. Este mecanismo del pensamiento, como lo demostraron George Lakoff y Mark Johnson en su clásico trabajo sobre metáforas conceptuales, impregna todo nuestro sistema conceptual, esto es, lo usamos a diario. Un ejemplo paradigmático de entender un campo nuevo y abstracto a través de las metáforas conceptuales es internet. Notemos que su intangibilidad es referida por medio de metáforas concretas: “navegar internet”, “usar el ratón”, “subir información”, “abrir una ventana”, ‘el puerto USB”, “quedarse colgada”, tener un virus”, “tener un troyano”, “visitar una página”, “entrar a internet”. Como se aprecia, internet, un ente abstracto y de reciente creación es enmarcado por medio de metáforas que remiten a nuestras experiencias previas y, en rigor, a experiencias concretas, pues los primeros conceptos que nos vamos formando desde la infancia apuntan a lo concreto.

He repasado hasta acá algunas de las funciones del lenguaje que nos ofrecen las teorías más recientes. Desde lo cognitivo y el razonamiento hasta la sobrevivencia de la especie humana, la comunicación que hace posible que permanezcamos en el mundo, el lenguaje existe por diversas razones. Igualmente, he ofrecido algunos argumentos que refutan la idea de Sapir y Whorf según la cual la experiencia está sujeta al lenguaje. Esto, además, proporcionó una clave sobre cómo lo corpóreo y lo cultural motivan las expresiones lingüísticas que empleamos. Ninguna explicación similar se encuentra en el cuento de Chiang y solo parcial y contradictoriamente en el filme de Villeneuve.

La radicalidad de la hipótesis Sapir-Whorf intenta explicar el hecho de que Louise experimente el futuro con solo aprender la escritura de los heptápodos. En contraposición, Sharifian ha demostrado que quien aprende una nueva lengua (su fonética, su morfología, su sintaxis) corre el riesgo de emplearla con los conceptos de su lengua materna. Surgiría así, antes bien, una variación de la misma lengua. Menos se entiende el hecho de que Louise le enseñe inglés a los alienígenas para comprenderlos mejor. Una de las cosas que más inquietan, dicho sea de paso, es que no queda claro cuál es el campo de experticia de Louise, cuando mucho, se habla de que es una traductora.

No dejo de percatarme de que un contrargumento al alcance de cualquier lector es que la falta de libre albedrío que propone Chiang con su “razón de la historia” es equiparable a la falta de libre albedrío que defienden las ciencias cognitivas, y de que, desde luego, la lingüística cognitiva defendería el mismo presupuesto. La aclaratoria que debe hacerse es que mientras Chiang habla de una historia que impone su decisión, lo cual puede denominarse pseudoreligioso o religión secular, las ciencias cognitivas representan una fase superior de las ciencias, que por algo Rosi Braidotti las cataloga como uno de los cuatros jinetes del apocalipsis que anuncian la era posthumana. Dicho de una vez, la falta de libre albedrío de las ciencias cognitivas supera la explicación de la conducta humana al sustentarse en la función de las neuronas y, en general, el cerebro. Un filme que ayuda a entender este giro es la animación Intensamente, de Pete Docter, en el que la pequeña protagonista es despojada de intensiones, pues sus actos dependen del capricho de sus neuronas. Esta perspectiva ha despertado la alarma de los estudiosos de la ética, así como del lenguaje, sobre todo de filósofos como Noam Chomsky, cuyo último libro, What kind of creatures are we?, es en parte un intento desesperado por refutar esta condición.

VI

Una de las preguntas que le pasará a cualquier lector por la cabeza es qué importancia puede tener esto si se trata tan solo de un cuento y una obra fílmica, y, a fin de cuentas, solemos conceder muchísimo ante la coherencia de ciertas obras. Podría ocurrírsele que he llevado los argumentos demasiado lejos. Defenderé lo opuesto por las siguientes razones:

  1. Una clave para contradecir este señalamiento lo encontramos en un magnífico trabajo del escritor venezolano Gabriel Payares en el que anota que una obra de ciencia ficción tiene como condición sine qua non ofrecer la ciencia y la tecnología más desarrollada que el ahora en el que nos encontramos. Si, pongamos, usted quiere escribir un cuento sobre una operación de corazón abierto, escribirá una obra de ciencia, pero no de ciencia ficción, ya que la ciencia hizo eso posible hace mucho tiempo. Por el contrario, si escribe sobre una transferencia de personalidad, como en el filme de ciencia ficción alemana Transfer, de Damir Lukacevic, sí estará escribiendo ciencia ficción. De hecho, para la estudiosa de este género Sherryl Vint, los escritores encuentran cada vez más dificultad, pues las propias ciencias avanzan exponencialmente.  Suponemos, igualmente, que el ambiente de futuro cercano o a largo plazo propio del género está condicionado por lo anterior. Dicho de una vez, es dudoso que el filme de Villeneuve sea de ciencia ficción pura si emplea una teoría del lenguaje arcaica. Asimismo, uno siente la tentación de no considerarla prototípicamente de ciencia ficción en la medida en que se apoya en una visión más cercana a lo religioso que a lo realmente científico. La presencia de los heptápodos sería entendida entonces no solo como la de pobladores de otros lugares del universo que se adaptan y sobreviven a condiciones diferentes a las nuestras, sino la de una suerte de dioses creadores del universo y amos del tiempo, que escribieron nuestras vidas pasadas y futuras. Concluyamos que se trata entonces de ciencia ficción no prototípica.
  2. Haber revisado estas teorías del lenguaje, a fe mía, nos ayuda a entender elementos dejados a un lado por otras, como el cuerpo, el entorno físico y la cultura. No es poca cosa si, por un lado, tomamos en cuenta que las teorías anteriores tienden a ser reavivadas de vez en cuando sin problematizaciones o revisiones y, por el otro, que dejar afuera lo corpóreo, el ambiente físico y el entorno cultural conlleva otros riesgos vinculados a la concepción de lo humano.
  3. Si Louise echara mano de estas áreas de estudio, tendría más de la mitad del camino recorrido y no se haría preguntas insustanciales. Vería en la nave vertical y en la escritura circular una forma de expresar el pensamiento que, en primer lugar, no sería lineal y, en segundo, que remitiría a la experiencia corporal y cultural de los heptápodos. Por otra parte, sería elemental que ‘arma’ (gun) no debería ser entendido inmediatamente como un concepto humano. Por último, el hecho de que el general chino le enseñe a los extraterrestres la vida en términos de ajedrez es inconcebible, pues para enseñarle un conocimiento incipiente a alguien por medio de una metáfora debemos asegurarnos de que primero entienda el dominio fuente de esta. En otros términos, en el filme se da por sentado que los alienígenas entienden en qué consiste el ajedrez. De acuerdo a la teoría de la metáfora, apelamos a fuentes ya conocidas para entender lo nuevo.
  4. Tanto el cuento como el filme adhieren otro principio de la lingüística cognitiva según el cual un estado emocional bloquea la parte racional de nuestro cerebro. Esto, a mi modo de ver, es determinante al momento de que nos perdamos en lo emotivo que resulta el amor y la hija que experimenta Louise, pues no nos permite ver la dimensión monstruosa de poder experimentar un evento traumático sin poder modificarlo o siquiera cambiar nuestra conducta, aprender o forjar una identidad diferente. Esto, desde luego, no le resta importancia a las emociones. Sirve, en cambio, para considerar sus implicaciones en otros dominios, como en las políticas de shock, en las que se somete a la gente a miedos constantes para obtener de estos votos o cualquier otra medida conveniente para el poder.
  5. Para finalizar, estas recientes teorías forman un cuerpo coherente y de tal robustez que ofrecen una explicación más completa de diversos fenómenos del mundo actual y del que vendrá: la política (The polítical mind, de George Lakoff); el estilo de la escritura (The sense of style, de Steven Pinker); la literatura (Leer la mente, de Jorge Volpi; y The literay mind, de Mark Turner); la cultura (The assamblage brain: sense making in neuroculture, de Tony Sampson); la identidad (Leer la mente, de Jorge Volpi); la economía (The assamblage brain: sense making in neuroculture, de Tony Sampson); el arte (The meaning of the body: aesthetics of human understanding, de Mark Johnson).

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