
1.
“… y pensé por primera vez que todo era una puta mierda.
entre todas las putas mierdas del mundo esa guerra era sin dudas la peor”
(Patricio Pron: Una puta mierda)
Naturalmente, la presencia más memorable de un huevo en una obra literaria no podría hallarse sino en una de las sátiras más feroces que se hayan escrito: Los viajes de Gulliver, del filoso y, como ya lo vio Borges, desdichado escritor irlandés Jonathan Swift. Se trata específicamente del capítulo IV de la primera parte, en el que el extraviado Gulliver conoce sobre la milenaria guerra que los enanos imperios de Liliput y Blefusco han mantenido a causa de la binaria forma en que un huevo debe partirse antes de ser engullido: o por la parte delgada o por la parte gruesa. La controversia ha impuesto innumerables edictos, traiciones, penas de muerte y comités de censuras. Aquella tierna historia con la que muchos de nosotros nos divertimos en nuestra infancia representaba realmente el alegato virulento de Swift contra la estupidez humana, sobre todo la de su propio tiempo. Con la querella entre Liliputienses y Blefuscanos, Swift supo alegorizar a Inglaterra y a Francia, así como, indirectamente, a los Torys y a los Whigs, los dos partidos que controlaban la escena política irlandesa de entonces.
En cuanto al mundo empírico, el uso del huevo como una forma de expresar inconformidad hacia los políticos se deriva del lanzamiento de nabos contra el gobernador romano Vespasiano en el año 63 de la era cristiana y hace su entrada definitiva en la Edad Media, cuando los prisioneros eran expuestos al público y este descargaba huevos y tomates contra el proscrito. Una siguiente fase en la formación de esta protesta se desarrolla en el teatro isabelino con objeto de desaprobar una actuación mediocre. La genealogía del huevo en el ámbito político, como se ve, demuestra un punto de cruce entre la política, el delincuente y el actor vulgar.
A todas luces y contra lo que el Presidente venezolano Nicolás Maduro insiste en hacer creer, los adolescentes que dirigieron sendos huevos contra su humanidad el 11 de abril, en San Félix, Estado Bolívar, no son terroristas ni mucho menos lo emboscaron. Aunque Maduro se afane en equiparar a estos muchachos con militantes de ISIS o de Al-Qaeda, la protesta tomó cuerpo tras la activación de su contenido histórico. En una palabra, ante la asimetría del poder y la profanación del terruño por parte del quasi-emperador, los huevos restituían el espacio que el malhechor tomaba por asalto y al mismo tiempo articulaban un descontento ante el ominoso espectáculo del demagogo. El olor a huevos podridos, por lo demás, entronca y activa la metáfora conceptual LO INMORAL ES PUTREFACCIÓN, que en la literatura nos dio una de líneas más perdurables del corpus Shakespeariano: “algo apesta en Dinamarca”. De no haber sido una acción de su compinche Trump (Maduro donó 500.000 dólares a la gala inaugural de recién electo Presidente norteamericano), Maduro hasta se hubiese permitido la hipérbole de llamar aquellos huevos como los papás de los huevos.

2.
“Y cada vez que alguien preguntaba cuándo volvería
a haber elecciones, recordando que convocarlas estaba dentro de
las potestades del jefe del gobierno, el Líder se enfurruñaba,
la prensa anunciaba que había iniciado un periodo de
reflexión, el país político desempolvaba sus planes de
campaña (por si acaso) y, al final, no pasaba nada”
(Luís Noriega: Donde mueren los payasos)
Regina José Galindo es una artista guatemalteca cuyo arte corporal consiste en la escenificación de la violencia a la que los cuerpos son expuestos por razones de género o, sobre todo, por razones políticas durante las dictaduras de su país. Con relación a esto último, el cuerpo de Galindo hace presente la precariedad y la vulnerabilidad que los victimarios pretenden borrar de la memoria histórica y colectiva.
En Desposesión: lo performativo en lo político, las filósofas Judith Butler y Athena Athanasiou se sirven del body-art de la artista guatemalteca para explorar la performatividad de los cuerpos en manifestaciones públicas. Para ambas, la importancia de protestar radica en que demostramos la agencia de nuestro cuerpo, esto es, que nuestro cuerpo nos pertenece. A la par de esto, exhibir nuestro cuerpo en reuniones públicas no solo tiene que ver con lo individual, sino que articula una relación de diversos cuerpos, interactuando así en un sentido afectivo, político y ético, lo que, al final, ofrece un espacio alternativo para repensar la agencia corporal en su amplia materialidad y afectividad. La libertad, prosigue Butler, no procede de una condición del alma o de la naturaleza, sino que se consigue cuando la ejercemos. El cuerpo que se mueve y que se tensa en la protesta, por consiguiente, se escurre del sometimiento del poder y reconfigura formas acciones identitarias. Se hace presente para desterritorializar los espacios de la ciudadanía que el poder usurpa.
Hacia las últimas páginas de su influyente y seminal ensayo Los orígenes del totalitarismo, la filósofa Hannah Arendt formulaba la misma idea por medio de una cita de Rousset: “¿Cuántas personas creen aquí todavía que una protesta ha tenido nunca una importancia histórica?”. A continuación, Arendt acusa al nazismo de haber trastocado la solidaridad humana al instalar el escepticismo contra la efectividad de la protesta. Desde este ángulo, los cuerpos en marcha estrechan un cuidado hacia los demás. Ante la atomización que azuza el poder para acometer sus delitos con impunidad, los marchantes forman un cuerpo de seres que cuidan entre sí.
Caracas, día jueves 20 de abril, las fuerzas represivas del Estado olisquean el aire para arrojar con precisión sus armas caníbales contra quienes reclaman su justo derecho a la alimentación, a la seguridad, a la salud y, por sobre todas las cosas, contra el Golpe de Estado perpetrado por el Presidente y su brazo leguleyo, el TSJ (Swift los abominaría). Un joven desnudo y con una biblia en la mano trepa un tanque de la Guardia Nacional. Más tarde, el mismo Presidente que calificó el lanzamiento de los huevos como un mortífero ataque terrorista se burla del cuerpo que desde su individualidad contenía el significado de un amplio cuerpo social, y que rompió con la docilidad y la disciplina que administra el poder. Como un destino trágico, la metáfora alcanza nuevamente al gobernante: el muchacho tiene más huevos que tú.

3.
“A la escasez y a la inflación
Se enfrentarán nuestras madres
Hoy estarán cerradas las universidades
Más desempleo, más marginales
Más delincuencia en las calles
Servicios públicos deficientes
Más gente, más gente, más gente. ¡hay más gente!
(Desorden Público: Peces del Güaire)
Este año se celebra el medio siglo de la publicación de Cien años de soledad, novela que para un amplio sector de la crítica literaria es la indudable obra maestra de Gabriel García Márquez y que hasta llegó a convertirse en la novela latinoamericana por antonomasia. Por un largo rato, ser un escritor latinoamericano equivalió a tener la capacidad de producir realismo mágico a la García Márquez. Quisiera recordar, al margen de la corrección respecto a la precisión temporal que Fernando Vallejo hace no mucho tiempo atrás realizó, aquellas piedras que cual huevos prehistóricos se abren en las primeras páginas de la novela del Gabo, en las que asistimos a la creación de un Macondo aparejado con un relato bíblico.
Veamos esta otra escena: una mujer en la diáspora, si recuerdo bien, en España, levanta un cartel en el que es dable distinguir la figura de un huevo de proporciones enormes, prehistóricas, como lo imaginó García Márquez en su célebre ficción. Tampoco es difícil leer el mensaje anotado en aquel aviso. La mujer le advierte a Maduro que un huevo así es el que la oposición le meterá en las próximas elecciones. Sin que quepa lugar a dudas, esto tampoco es terrorismo. En cambio, sí puede causar terror, algo que, al fin y al cabo, es un estado subjetivo. No dejamos de entrever cierta justicia involuntaria en la metáfora antedicha, pues iría de un Tiranosaurio Rex, que en latín equivaldría a decir algo como Lagarto Rey Tirano, a un recién autoproclamado Rey de Venezuela.
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Maikel Ramírez (Venezuela). Profesor en la Universidad Simón Bolívar (USB). Narro y escribo artículos sobre la literatura, la lengua, el cine, la música y otras cosas de la cultura. Textos míos han sido publicados en Letralia, Ficción Breve, Sorbo de Letras y en el suplemento cultural del diario aragüeño El Periodiquito.