
Me buscan por asesinar a Angelina el día de nuestra boda; sus hermanos para matarme y la policía para , pero mi condena inició antes de cometer el crimen, desde el amanecer que en las palmas de mis manos no encontré las líneas que dibujan el destino.
En mi caso la vida no acabará de golpe, ni en agonía, terminará por el vacío que cobra diferentes formas y está por destruirme.
Por espasmos vislumbro otra realidad donde cualquier horizonte es un destello.
En estas hojas el testimonio de mi fragmentación.
29 de febrero
Doña Perpetua es una vidente que tiene cien años, la he consultado un par de veces y pensé que como en las otras ocasiones, ella podría ayudarme.
Tomó mis manos, en el borde y dentro de sus uñas guardaba mugre, con sus dedos callosos acarició mis palmas.
Acercó su rostro al mío y por un instante sus ojos negros fueron un sol.
—Tu destino es el número cero, el vacío, la nada.
Su voz emergía desde un lugar lejano.
—¿Quiere decir que moriré pronto?
—Apenas está por comenzar tu verdadero destino.
—¿Qué puedo hacer?
La anciana dejó de mirarme aunque tenía sus ojos clavados en los míos.
—El vacío está a tus espaldas, es una tormenta que te envolverá hasta ahogarte.
10 de marzo
El espejo reflejaba a un enfermo, a un extraterrestre.
Desapareció mi vello, mis cejas, pestañas, cabello…
Que extraño, no recuerdo haber sacado la navaja del bolsillo de mi pantalón.
Hoy, en el espejo apenas encuentro mi rostro.
Esa mañana tenía junta en el trabajo y por la tarde, con Angelina, iría al templo de la Merced para decidir el decorado de nuestra ceremonia.
Al salir a la calle esperé la burla de los transeúntes pero ninguno se inmutaba al ver mi rostro lampiño.
En el trabajo no comentaban mi cambio radical, sólo el directivo de la empresa me preguntó, en el baño, si me sentía mal; no sé por cuánto tiempo me quedé frente al espejo.
¡Este hombre no soy yo!
En la tarde Angelina me recibió con un beso que me robó el aire, no paró de hablar sobre la boda hartarme, ni de escupir sarcasmos que con anterioridad le pedí no mencionara, menos en público, pero no entendió: A veces me da lástima que no puedas ser normal… eres tan poco hombre, pero te crees muy chingón ¿verdad?… a veces quisiera que la luz del señor iluminara tu cerebro.
11 de marzo
No soy el único hombre que cierra la puerta de su casa con llave y después de caminar unas cuadras, siente la necesidad de regresar porque la puerta no está cerrada; pero siempre lo está.
No soy el único hombre que ve su cuerpo completamente lampiño.
No soy el único que ha despertado al sentir caer en un abismo.
No soy el único que lleva consigo una navaja.
No soy el único que se lava los dientes de manera obsesiva.
que desaparece frente al espejo.
No soy el único que imagina la muerte de sus compañeros de trabajo, querer apuñalarlos, estrellar una botella en su cabeza, aventarlos a las vías del metro.
¿Qué hombre es capaz de dominar sus pensamientos?
20 de marzo
Apenas se podía caminar por las calles del centro y lo único que quería era regresar a mi casa, pero Angelina andaba muy contenta de tienda en tienda, comprando antifaces, confeti, serpentinas, esos objetos que después tiramos a la basura. Como si el mundo necesitara más basura.
Al dar la vuelta en Madero, Angelina me recriminó el por qué no ayudaba con los preparativos para la boda, que quitara mi jeta y dejara de comportarme como idiota. Yo dejé de escucharla porque mis uñas desaparecían; me quité los zapatos y había descubierto que ya no tenía las uñas de los pies.
Angelina me miró de forma terrible, dio media vuelta, caminó media cuadra, volvió a verme, llevó el dedo índice en la sien y lo giró en círculos.
—La loca eres tú.
Con su brazo mandó a chingar a mi madre y caminó hasta desaparecer entre la gente.
21 de marzo
Los ojos negros de doña Perpetua forman un sol y en cualquier momento resplandece; su voz cimbra en mi cabeza.
Tu destino es el número cero, el vacío, la nada. La nada es la sentencia, el vacío la condena, el destino la ausencia total de material en los elementos. El número cero es un agujero negro, el jarrón da forma al vacío, la nada es la ausencia de color. El destino es la flecha que atraviesa el abismo del cero absorbente. El número cero, el , la nada; la tormenta en el universo.
El vacío está por destruirme, mi cuerpo es violentado por trazos geométricos: elipses, cuadros, líneas que atraviesan mis venas, dentro de mí la furia de un mar.
Por espasmos contemplo otra realidad donde cualquier horizonte es un destello.
29 de marzo
Mis compañeros de trabajo organizaron mi despedida de soltero y a la medianoche llegó una prostituta. Las sillas estaban acomodadas en círculo y nosotros ahogados en alcohol. La chica se presentó como Violeta, caminó hasta en medio del círculo, miró la corona que yo tenía puesta, arqueó las cejas y pronunció:
—No sé si felicitarte o darte mi pésame.
Su sentencia despertó mi rabia porque podría ser una, de las tantas frases del repertorio de Angelina. Los hombres brindaron y hacían escándalo. Violeta caminó hacía mí quitándose la chamarra de piel, se sentó en mis piernas, la abracé por la cintura y desabrochó mi camisa. Con sus dedos acariciaba mi pecho. A punto de besarla, descubrí sus muelas picadas; entonces la empujé.
Los borrachos enmudecieron y uno la ayudó a levantarse. Todos me veían con ojos estúpidos, esperaban a que hiciera algo, pero yo necesitaba verme, saber que aún existía; me levanté y me fui a encerrar al baño. En el espejo estaba mi rostro lampiño del que ya empezaba a acostumbrarme. Abrí el grifo, salió agua fría y humedecí mi rostro. De nuevo comenzaba a entonarse las carcajadas y la conversación de los borrachos. Al abrir la puerta, encontré a Violeta sentada sobre las piernas del directivo de la empresa. Pensé estrangularlo, pero sólo sonreí y tomé un trago de mezcal.
Necesitaba sentir fuego, quemar las entrañas; tomé hasta acabar inconsciente.
2 de abril
Mi camino se esfumó y quedé paralizado . Escuchaba el ruido de los automóviles y las voces de las personas pero no podía verlos. Un perro pasó a mi lado pero sólo veía el movimiento de su cola. De los edificios quedaban las ventanas y de los árboles sus copas como nubes. Entonces llamé a Angelina.
—Ven por mí.
—¿Ya saliste del trabajo?
—Sí, pero no sé dónde estoy.
—Estás borracho.
—En los últimos días mi mundo desaparece y qué puedo hacer.
—Tener agallas y decirme que no te quieres casar, en vez de inventar una historia ridícula. A estas alturas yo no daré un paso atrás.
—
—No te entiendo.
—Está bien. Sólo estoy cansado.
—Cansado e idiota, así no llegarás a ninguna parte.
de abril
Llegué tarde a mi boda porque en el trayecto desapareció la avenida que conduce al templo de la Merced; del que sólo mantenía en pie la puerta principal. Ahí se encontraba Angelina, la consolaban sus hermanos. Angelina no paraba de reclamar que por mi culpa se la había corrido el maquillaje, que parecía puta trasnochada, al abrazarla me abofeteó y perdí el equilibrio.
Uno de sus hermanos me agarró del cuello. Angelina lo separó y sentenció que todos los hombres son brutos. Al oído le pedí que me disculpara. Cuando me miró a los ojos descubrí que ella había perdido las pupilas.
Al entrar al templo sonó la marcha nupcial, los presentes se pusieron de pie, sentí que me miraban con tirria, pero dejó de importarme al descubrir que en los cuadros que ilustran el víacrucis; Cristo no se encontraba en ninguno.
Al llegar al altar, el sacerdote inició el sermón:
En el nombre del padre, del hijo y del espíritu .Que la gracia de nuestro señor ,que une a sus hijos en el matrimonio esté siempre con ustedes.
Pensé que el día de mi boda sería la única misa que no me aburriría, pero no paraba de ver mi reloj: cinco minutos, diez minutos y a los minutos noté que los santos y las vírgenes estaban rotos.
Todo está en el cerebro, en el poder de la mente.
No me había percatado lo bella que lucía Angelina, entonces dejé de escuchar al sacerdote, sólo tenía ojos para ella. No resistí las ganas de besarle.
Me rechazó, pero la abracé a la fuerza, mi lengua intentaba navegar en su boca y ella lo impedía, entonces enterré mis dientes en sus labios.
Escuché el murmullo de los invitados y al mirarlos descubrí que eran tuertos, mancos, tullidos ¿De qué circo se habrían escapado?
Angelina sangraba del labio y hubiera preferido no conocer esa mirada.
El sacerdote pidió mi atención en la misa, pero yo no podía desprender mis ojos de ella, porque su vestido blanco comenzó a desaparecer, también su ropa interior y el murmullo de los invitados no paraba, entonces pensé que ellos también la contemplaban desnuda, Angelina estaba molesta pero tranquila. Intenté concentrarme y seguía escuchando la agitación de los invitados, al encontrar la mirada del sacerdote; interrumpí la misa.
Se lo comenté a Angelina, me daba mucha pena, pero no tenía caso que nos casara un pervertido. Ella me suplicó que y me callara, que después de la boda hablaríamos. Me quité el saco y le pedí que se lo pusiera, era la única manera en que yo podía seguir con el numerito. Entonces lo hizo y por suerte le quedaba grande.
La misa continuó y al mirar el Cristo en la cruz descubrí que no tenía túnica, ni sexo y me dio gracia.
Angelina me pellizcó el brazo.
Creo en todo poderoso, creador del y de la tierra. Creo en , su único hijo…
Todos, como borregos muy bien entonados repetían al unísono palabras que no tenían sentido. Angelina comenzó a perder partes de su cuerpo: sus brazos, su nariz, sus orejas, podía ver sus venas, su carne, sus vísceras, olía su sangre. .
¿Cuántos litros de sangre contiene el cuerpo humano?
Sentí náusea.
El sacerdote preguntó si estaba dispuesto a estar al lado de Angelina en lo próspero, en la riqueza, en la pobreza, en la enfermedad, en la ¿Y hasta que la muerte nos separe? Uno de los invitados tosió y se hizo eco. Finalmente me armé de valor y entre dientes respondí.
— Sí.
—Ahora puede besar a la novia.
Cuando la miré, pegué un grito porque sólo ví su esqueleto, Angelina era puros huesos y su cráneo me provocaba repulsión. Para cerciorarme de que no era un esqueleto, metí la mano en el bolsillo de mi pantalón, empuñé la navaja y con toda mi fuerza la clavé entre sus costillas, de golpe recordé sus arrebatos, sus bromas, su risa y su mirada, como si yo fuera un pendejo; entonces removí el cuchillo en sus entrañas.
Se desplomó en el altar.
En el techo se formó un hueco que atravesaban los rayos del sol, la gente gritaba, los hermanos de Angelina tenían el rostro descarnado e intentaron detenerme pero al agarrar una parte de mi cuerpo desaparecían. Al salir encontré la calle a punto de difuminarse, era mediodía y el sol se evaporaba. Seguí corriendo, mis piernas se desdibujaban, de golpe dejé de sentir el viento en mi rostro, de escuchar gritos, el ruido de la ciudad y sólo quedó el sonido de los latidos de mi corazón que cimbraban mi pecho.
Al llegar a mi casa la puerta de la entrada que me costaba tanto trabajo cerrar, había desaparecido. Adentro el piso se erosionaba. Entonces tomé estas hojas.
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Fernando Yacamán (Ciudad de México, 1985) Ha publicado dos libros de narrativa Ya quiero despertar (FOC 2014) y La pócima del diablo (Viernes Editores 2015). Su obra literaria se ha publicado en diversas antologías y revistas; nacionales y extranjeras. Con el apoyo del Fondo Estatal para la Cultura y las Artes de Aguascalientes 2010, ha terminado y publicado en una antología su colección de cuentos Los ángeles del último sueño. Recibió el premio del segundo lugar Punto de Partida UNAM 2009, el premio Elena Poniatowska UAA 2009 y mención honorífica en el premio la Crónica como Antídoto UNAM 2014. Escribió la dramaturgia de la obra Destrozando el Tiempo que se ha presentado en diversos foros en la Ciudad de México. Su libro de narrativa El cuerpo de la noche (Casa Editorial Abismos) se encuentra próximo a publicarse.