
Tokou Shinoda
Nocturna
I
Somos el humo que abrazado a su propósito de fuego
quema la luz, borra el incendio. Nos sostiene
la piel de la imagen arrancada, la palabra
que se cae y se quiebra en la otra orilla de la voz, nos sostiene.
Somos la mirada que apunta desde el fondo del animal,
dejándonos huir
como el fuego a la arcilla persigue la presencia.
No viene la composición del tiempo, únicamente
el tacto en la continuidad de algo que no comienza;
llovida en la ceniza la piel, únicamente,
como un remolino de metal entre los ojos,
mientras buscas una hebra que te sostenga
hacia la lengua del silencio; mientras anudas
el viento en la hélice vacía
¿Qué es lo que se pronuncia en ese nombre borrado que te arrancas?
¿A quién despierta la luz dormida al fondo de tus ojos?
¿A dónde crece la precipitación de lo que junta el vidrio a lo continuo
sin reflejar jamás?
Has dicho que no hay accesos, que la cumbre
es la sombra del fuego
en un planeta oscuro, un rincón sellado
de escombros en tus párpados, enterrado
en los entresueños de las manos a tientas;
solamente un pájaro ciego buscándose la voz
en el abismo cerrado de la distancia.
Has dicho que no hay accesos,
con los brazos desollados entre las costillas
como dos culebras asidas en el hambre;
en una dirección
de regreso que no vuelve,
de llamada que se avergüenza;
de rostro y de figura
desatadas del cuerpo que propagan.
No puedes cantar con los dientes rotos
mordiéndote la boca, ni nombrar
sin que te esparzas en lo húmedo
de aquella región jamás pisada que son los días,
cortados con su espada rota,
con su sabor a metal de muchas manos, los días,
arrancados aun en su seca semilla:
como una red de humo que te quema
en los ojos las imágenes. No puedes sacar
al animal inconcluso
que se ahoga creciendo en tu garganta, que te adormece
de categorías y estructuras
y horas y semanas lanzadas hacia el cenizado
petróleo de los comienzos.
Porque hemos perdido la semilla entre la estría del agua,
porque algo fue despojado, lento en la respiración de la piedra.
Vimos alejarse la siembra, hacia abajo,
enredadera de humo en la sien de su brote,
en pasos opuestos al girar del retorno través del mundo.
Vimos cerrarse las raíces del árbol sin haber nacido,
lanzar únicamente un viento de canto quebrado
entre las ramas; florecer raíces de agua seca.
Entonces hemos de viajar, descender,
hacia el rayo que cierra lo que alrededor cubre de límites:
generar una línea igual a sí misma para que se incendie la serpiente
en la voz inmóvil que cruza el fluir,
en el curso bajo el cual está grabado el río:
Nuestro rostro está entremedio de la cara y el aire.
Allí enredar la piel del círculo
en un trazo que se abre como magnolia de bronce,
avanzar y hundirnos
de la corola
hasta la raíz dispersa de la tierra.
Prendo mi calidoscopio en lo oscuro
y veo al vacío, como riéndose.
***
Guillermo Mondaca (Coquimbo, Chile, 1991): Licenciado en Letras y Ciencias del lenguaje con mención en Investigación por la Universidad Finis Terrae. Ha publicado Nocturna (Edit. Fuga, Santiago de Chile, 2013), su primer libro de poesía. Ha sido becario de la Academia de escritores de Lo Prado (Santiago de Chile 2014-015) y de la Fundación Pablo Neruda, La Sebastiana (Valparaíso 2015).