
- La respuesta del Defensor del Pueblo, Tarek William Saab, al clamor de su hijo Yibram contra la brutal represión de la Guardia Nacional hacia una ciudadanía en legítimo reclamo de sus derechos constitucionales habilita, a mi parecer, un paralelismo con el hijo mayor de Stalin, Yakov. Concretamente, me viene a la mente el episodio de la Segunda Guerra Mundial cuando Yakov se convierte en prisionero de guerra de los nazis y Stalin se niega a canjearlo por Friedrich Paulus, un mariscal de quien se dice que era un personaje atroz y quien había resultado derrotado en Stalingrado. Stalin, nos han dicho, declaró que no tenía ningún hijo y que, de cualquier forma, el cambio de un mariscal por un simple teniente no le proporcionaba beneficios. Yakov murió bajo fuego alemán cuando intentaba huir del campo de concentración en el que era prisionero. Algunos creen que, en el fondo, se trataba de un suicidio. Quien había sellado el pacto de no agresión Ribbentrop-Molotov con su archienemigo fascista, acto que causó perplejidad en el mundo entero, como lo recrea magistralmente Leonardo Padura en la novela El hombre que amaba a los perros, rechazaba cambiar a Paulus por su propio hijo. Contra cualquier acusación de que mi observación es exagerada, debemos recordar que el contexto en el que se produce el pronunciamiento del joven Yibram Saab es inmediato al asesinato del estudiante Juan Pernalete por el impacto de una bomba lacrimógena. A no dudar, como Yibram lo señalaba (resaltémoslo), él pudo haber sido la víctima de aquella bomba letal. Si se me permite otra asociación, diré que el gesto de Yibram me recuerda al de Luke Skywalker cuando, por amor, se aferra a la idea de rescatar a Darth Vader del Lado Oscuro de la Fuerza. Podríamos imaginar a Yibram tratando de persuadir a su padre para que contenga el baño de sangre que perpetran las fuerzas represivas del Estado: “sé que hay bondad en ti”.
Sin embargo, el Defensor del Pueblo no solo enmarcó la petición del hijo como el simple caso de un derecho de expresar libremente lo que pensaba, sino que, en una ironía sin parangón y acaso involuntaria, defendió este derecho ante la opinión pública: “diga su opinión o no, será el hijo más amado, por lo tanto pido respeto”. El poder se interpuso para que Tarek no recordara los versos de Andrés Eloy Blanco, que rezan que cuando se tienen hijos se tienen todos los hijos del planeta. Más tarde, Diosdado Cabello leería un supuesto mensaje en el que Tarek le manifestaba: “eres mi hermano ayer, hoy y siempre. Mi abrazo y agradecimiento, poeta. No los defraudaré”.
Nadie como George Orwell vio con nitidez la metáfora filial sobre la que se sostiene el sistema de razonamiento de la ideología comunista. Acá, el partido se convierte en una familia cuyos miembros (los militantes) confían sus destinos a un miembro de mayor jerarquía en el clan. Para Orwell, en su conocida distopía 1984, ese sujeto supuesto saber de lo que le conviene a la familia toma la figura de un ‘Gran Hermano’. Precisémoslo, así como un hermano mayor que te ama y protege, el Gran Hermano sabe lo que realmente le conviene a sus tutelados. Desde luego, la jerarquía del hermano mayor es menos amenazante que la de un padre, pero sigue operando con efectividad para que los individuos se conviertan totalmente transparentes y, como lo han señalado, entre otros, Milan Kundera y Tzvetan Todorov, desarrollen sentimientos de culpabilidad, pues nada puede haber más abominable que traicionar a la propia familia. Para decirlo de una vez, el partido es la verdadera familia.
La interiorización de esta metáfora de la familia en los sistemas comunistas se manifiesta de forma dramática en el caso de la escritora cubana Wendy Guerra. En una charla organizada por Casa de América, Guerra cuenta que su mamá no la recordaba cuando el Alzheimer del que sufría recrudeció, en cambio sí recordaba a Fidel y a Raúl. Así pues, los recuerdos íntimos de la familia se vieron reemplazados por las imágenes de los líderes del partido.
Entre 1936 y 1939, Stalin llevó a cabo la mayor purga dentro de aquella revolución rusa que este año cumple un siglo, materializando así las palabras del girondino Vergniaud según las cuales, como Saturno, la revolución devora a sus propios hijos, sean estos biológicos o metafóricos.
2. Año 2022. La ciudad de New York tiene 40 millones de habitantes. La superpoblación es tan abultada que hay gente que duerme a lo largo de las escaleras de los sitios públicos. El principal problema es que hay escases de alimentos, debido a que los recursos naturales se han agotado. La gente se pelea como perros rabiosos para comer el único alimento que queda, una galleta llamada Soylent Green. Cuando el destino nos alcance, filme de ciencia ficción de Richard Fleischer, parece un experimento de la llamada metáfora del baño que en alguna entrevista desarrollara el escritor Isaac Asimov preocupado por la superpoblación en el futuro. Asimov se preguntaba qué pasa si dos personas usan un baño. El resultado es un uso alterno y programado de acuerdo a las necesidades o hábitos. En cambio, si el número de personas aumentara, digamos, a diez, lo que pasaría es que se pelearían por ocuparlo, alguien decidiría defecar afuera, habría largas colas que trastornarían los hábitos de todos. En suma, habría una pérdida de la dignidad. El futuro superpoblado sería indigno. Advirtamos que si invertimos la fórmula diseñada por Asimov en el caso de la comida en Venezuela, obtendremos el mismo resultado. Es decir, si hay igual número o un ligero aumento de la población, pero los productos merman sobremanera, obtendremos colas kilométricas, batallas por la comida, gente que come de la basura, y, más grave que todo lo anterior, muertes por desnutrición.
Escribo sobre esto días después de que circulara una nota informativa de la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura) sobre el peligro de que en Venezuela haya una crisis alimentaria. No se hicieron esperar los comentarios de indignación del público, pues en junio de 2013 este organismo premió al gobierno de Venezuela en medio de una crisis que ya empezaba a erosionar la salud de los venezolanos. La clave para entender esta disonancia la encontramos en uno de los trabajos más soberbios que se hayan hecho sobre el tema, la crónica El hambre, del escritor argentino Martín Caparrós. Acá, nos dice que la FAO, acaso preocupada por el estricto cumplimiento de las metas del milenio, suele hacer que la realidad encaje en los números, no al contrario. La corrección de las cifras del pasado para alcanzar logros en el presente ha sido un error repetido de dicho organismo. Reproduzco un extracto que nos sirve para tener una idea de este argumento:
“Pero en 1999 la FAO revisó todos sus cálculos anteriores. Dijo que el método estadístico que habían usado estaba mal y que ahora sabían que en 1970 no había habido 460 millones de hambrientos sino más del doble: 941 millones. Lo cual les permitía decir que los 786 millones de ese momento-1990- no suponían un aumento del hambre sino un retroceso: 155 millones de hambrientos menos, un logro”
3. Como toda buena distopía alteradora del sentido común, el filme La purga, de James DeMonaco, cuenta la historia de un futuro 2022, en el que, por mandato de una enmienda constitucional propuesta por los nuevos Padres Fundadores de Estados Unidos, se celebra una purga anual desde las 7:00 pm de la noche del 21 de marzo hasta las 7:00 am del día siguiente. Son doce horas para liberar la bestia interna, lo cual, según lo muestran las estadísticas, ha sido un recurso efectivo para reducir la violencia. Sin embargo, pronto se va develando que lo que esconde la purga es un plan de exterminio de pobres y cualquier otro factor que interrumpa la efectividad del sistema. Junto a esto, se manifiesta el goce perverso de una clase dominante por violentar los cuerpos de las minorías.
Apoyándose en una figura jurídica de la antigua Roma, el filósofo italiano Giorgio Agamben ha desarrollado una figura clave para el estudio de la biopolítica, el homo sacer, a saber, el individuo que se ha convertido en descartable, en matable, en asesinable, sin que ello derive en alguna acción legal. En otros términos, cualquiera puede matar a un individuo descartable sin que la ley deba actuar en consecuencia. Esto ya lo había visto Hannah Arendt en el caso del holocausto. Para ella, no se trataba de que a los judíos le violaran sus derechos, sino que habían quedado fuera de las leyes. Eran sujetos sin ninguna ley que reclamar.
Vayamos a este caso de la realidad: ella sale del Seguro Social tras recibir un tratamiento contra problemas del riñón. Tan pronto alcanza la parada, se percata de docenas de personas que corren desesperadas hacía donde se encuentra. Entre gritos, una señora le advierte que corra, porque los colectivos vienen a matarlos. Aunque se pone en marcha, las docenas (quizá cien) de motos la rodean junto a otras personas. Uno de los motorizados la empuja contra la pared. Con una velocidad más propia del instinto de sobrevivencia que de la reflexión, ella muestra la vía que tiene en su brazo para que le administren el tratamiento. Esto y, al parecer, el llamado de otros de los motorizados, porque había identificado a alguien que buscaban, persuaden al motorizado de dejarla. Allá va el hombre a patear a un muchacho que está en el suelo y a subirlo en una moto. Pese al llanto que ya no contiene, ella identifica a policías entre la banda de colectivos, trabajando de manera sincronizada con estos.
La protagonista de esta historia es mi esposa. Todo esto ocurrió en la ciudad de Maracay, el 1 de mayo, a plena luz del día y en una de las zonas más concurridas de la ciudad. Muchos episodios como este que se han repetido a lo largo de un mes de protestas contra el Autogolpe de Estado perpetrado por el dictador Nicolás Maduro. Hemos visto a Guardias Nacionales robando transeúntes en las calles, Guardias Nacionales y policías cubriendo los crímenes y la rapiña perpetrados por los grupos paramilitares del gobierno (llamados erróneamente colectivos), Guardias Nacionales incendiando edificios de civiles o invadiendo universidades con armamento de guerra.
Y mientras todo esto pasa Nicolás Maduro, para usar una expresión de la sabiduría popular actual, se encuentra en Narnia bailando. El Defensor del Pueblo, por su parte, dicta conferencias sobre los derechos humanos y presenta una antología de su obra poética en el Líbano.
Por cierto, me cuenta mi esposa que el motorizado que la amenazó portaba una máscara de la muerte. El 21 de marzo, a las 7:00 pm, momento de la purga anual, empezó hace rato en Venezuela.
4. Ganador del Oscar a mejor documental corto, Cascos blancos, del director Orlando von Einsiedel, muestra la noble labor que, desde su fundación en 2013, un grupo de rescatistas voluntarios lleva a cabo en la guerra en Siria. Somos testigos de momentos sumamente trágicos, pero también de otros esperanzadores, como cuando rescatan a un bebé entre los escombros despedazado por un reciente bombardeo. Estos rescatistas no descansan en su esfuerzo de salvar vidas del constante ataque de las fuerzas del régimen de al-Ásad y sus aliados rusos contra civiles.
Una labor parecida la realizan los jóvenes paramédicos de la Universidad Central de Venezuela, los Cascos Verdes, quienes, como espero haber explicado bien arriba, se exponen a situaciones de alto riesgo para atender a los estudiantes heridos por las agresiones de las fuerzas represivas del Estado y de sus grupos paramilitares.
De vuelta al documental, no apartemos nuestra vista de los riesgos que también asumen quienes registran estos hechos. De manera análoga, debemos resaltar el trabajo de un grupo de comunicadores sociales y fotógrafos sin los cuales no tendríamos conocimiento de lo que sucede en Venezuela, dado el monopolio del Estado sobre los medios de comunicación y la censura impuesta sobre canales privados. Entre tantos nombres, mencionaré a una compañera del equipo de Digopalabratxt: Andrea Daniela, joven fotógrafa de remarcable profesionalismo y cuyo trabajo ha sido reconocido recientemente en una lista de 17 fotógrafos venezolanos que arriesgan la piel en este momento. Nuestro respeto y admiración para ella.
5. Posiblemente ningún filme represente una metáfora más clara de Venezuela en este momento que el surreal El hombre de la armada suiza (Swiss army man), de Dan Kwan y Daniel Scheinert. El argumento trata sobre un náufrago (Paul Dano) abandonado en una isla que justo cuando está a punto de suicidarse avizora un cadáver (Daniel Radcliffe) en la orilla de la playa. Después de un acercamiento al cuerpo muerto, Hank regresa para concretar su suicidio, pero las flatulencias que una y otra vez se escapan del muerto le sugieren la idea de escapar de donde se encuentra. A continuación, Hank amarra unas sogas alrededor del difunto y aprovecha los vientos corporales para hacerse de buena mar. Alcanzada la tierra firme, Hank usa a Manny como brújula, abrelatas, cantimplora y en forma de numerosos accesorios. Manny se convierte en un objeto de múltiples utilidades.
Digamos entonces que Maduro es el hombre a punto de acabar con su vida, pero que aprovecha a Chávez con cualquier pretexto (lo que coloquialmente llamamos dar patadas de ahogado), incluso en casos antagónicos. Un reciente micro transmitido por VTV, pongamos, tiene como título Chávez Vigente, y en él un extracto descontextualizado es polisémico, unisex e reversible: aguanta todo. Hay un Chávez para cada ocasión. Maduro lo agota hasta la sustancia más escatológica. Ya ni hablemos del Plan de la Patria, suerte de Biblia que habla de los tiempos remotos, del presente y del futuro con irrevocable precisión. No hay nada que Chávez no haya previsto en el consabido documento. Abrir el Plan de la Patria es tener acceso a la historia del universo. Al cierre del filme, tras despedirse y dar por finalizada la aventura y la amistad entre ambos, vemos a Hank y a otras personas algo contrariadas, mientras que el difunto se aleja sobre las olas, paradójicamente, risueño y desplegando una sonrisa, como si dijera, en términos muy locales, “allí los dejo a todos: achicharrados”.
*