Gabriela Teresa Ortega (Caracas, Venezuela, 1998). Es licenciada en Letras (Summa Cum Laude) por la Universidad Central de Venezuela. Ha colaborado en medios digitales con reflexiones sobre arte y literatura. Entre sus publicaciones destacan “Picaresca: la victoria en la alimentación” (Revista Nexo IEHCAN, 2022), “Madame Bovary y el perfeccionamiento de las formas” (Carátula, 2021), “Arte: territorio de epifanías” (Letralia, 2021) y “(Re)construcción de la identidad del sujeto en el cómic autobiográfico Fun Home” (Blog de la Fundación Sala Mendoza, 2020). Actualmente trabaja como docente en la Escuela de Letras de la Universidad Central de Venezuela. Twitter: @gabyteortega.
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El poema como espacio de encuentro(s)
Una aproximación a la poesía a través de un comentario de “Forest of Europe” de Derek Walcott
Las últimas hojas cayeron como notas de un piano
dejando sus óvalos reverberando en el aire;
el bosque invernal, con desgarbados atriles de música,
luce cual orquesta vacía, y sus líneas
marcadas sobre estos dispersos manuscritos de nieve.[1]
Así inicia “Forest of Europe” (a partir de ahora “Bosque de Europa”); el hermoso poema que Derek Walcott, poeta y dramaturgo originario de Santa Lucía, dedicó al poeta ruso Joseph Brodsky, su amigo y homólogo en más de un sentido. Desde estos versos iniciales, el poema (el de Walcott y “el poema” en un sentido más amplio) se nos revela como un espacio de encuentro entre realidades diferentes. En este caso concreto, Walcott, haciendo uso de símiles y metáforas, traza (o más bien revela) un vínculo entre la naturaleza y el arte musical, dos ámbitos distintos: las hojas caen “como notas de un piano”, el bosque de invierno que rememora se asemeja a una solitaria orquesta, da la impresión de que los árboles son atriles y las líneas trazadas en la nieve son letras (o figuras musicales) grabadas en manuscritos y pentagramas que el tiempo, y acaso circunstancias particulares, parecen haber dispersado y condenado al olvido.
El olvido y el abandono que sugiere el comienzo del poema son paliados, sin embargo, por el paso del poeta, quien, por su disposición a penetrar en el fondo oculto de las cosas y a dejarse sorprender, puede captar esas reverberaciones y acaso descifrar la historia escrita en la nieve. Para Walcott, la naturaleza no es un ente muerto y mudo, sino algo que debe ser visto y escuchado, pues existe la posibilidad de que contenga mensajes cifrados, sonidos de relatos que, como notas musicales, quedan “reverberando en el aire”: historias que perduran “marcadas sobre estos dispersos manuscritos de nieve”. La naturaleza, como la poesía (pues son planos análogos), siempre tiene algo que decir y contarnos. Como diría Charles Baudelaire en “Correspondencias”, la poesía (y la naturaleza) es un “bosque de símbolos”, o un “templo donde vivientes pilares / dejan salir a veces frases confusas”[2], en el cual el poeta se adentra cauteloso y atento a las reveladores “correspondencias”. Ahora bien, ¿cuál es la historia que ese bosque invernal de la estrofa tiene para contarnos? ¿Cuáles sus resonancias? Algunas pistas las podemos encontrar en la cuarta estrofa del poema:
Hay un Archipiélago Gulag
bajo este hielo, donde la sal, arroyo mineral
del largo Sendero de Lágrimas se desliza entre las planicies
tan duras y abiertas como la cara de un pastor
resquebrajada por el sol y con una pelusa de nieve[3].
La descripción del agua que sale de las planicies nevadas evoca la imagen de un rostro sin afeitar, agrietado, surcado por las lágrimas. La referencia al Gulag, por su parte, nos remite a los campos de horror de la Unión Soviética donde eran encerrados los prisioneros políticos y disidentes. La naturaleza, por tanto, semeja, y evoca en esa semejanza, los dolorosos y descuidados rostros de esos presos. Todo esto, sumado a la mención del poeta Mandelstam (segunda estrofa), permite suponer que el eco dejado por el invierno que Walcott describe es la triste historia de Ósip Mandelstam, el poeta ruso desterrado en Siberia y, luego, condenado a morir en un campo de prisioneros por sus poemas satíricos y anticomunistas.
Para hablar del infortunio de Mandelstam, el poema nos refiere su condenación por parte del Congreso de Escritores, siempre por medio de metáforas vinculadas a la naturaleza:
Creciendo entre murmullos provenientes del Congreso de Escritores,
los círculos de nieve como los cosacos alrededor del cadáver
de un choctaw exhausto hasta ser una ventisca
de tratados y papeles blancos, mientras perdemos
de vista el único humano en medio de la causa[4].
El lector puede intuir una relación entre Mandelstam y el choctaw (indígena de Estados Unidos, no casualmente país de exilio para Brodsky): ambos se pierden, ven cercenada su humanidad, se ven reducidos a un estado infrahumano (“perdemos de vista el único humano en medio de la causa”), atrapados en el torbellino de sus enemigos. Mandelstam es cercado por una ventisca de papeles (tan blanca, fría y cruel como el invierno ruso) que constatan su condena. Ante esta multitud de despiadadas hojas blancas -nos dice Walcott- Mandelstam vio un rayo de salvación: lo único vivo y dorado en medio de su blanco, frío y enceguecedor padecimiento. Escribe Walcott: “A cero grados de sufrimiento, una mente / perdura como este roble con unas pocas hojas broncíneas” (cursivas mías)[5].
Como podemos inferir de estos últimos versos, la poesía puede ser luz dadora de vida y hasta como sustento (y ejemplo de ello lo ofrecen las vicisitudes de Mandelstam). Esta idea la vemos confirmada, estrofas después, en la metáfora que Walcott presenta entre la poesía y el pan, ese alimento que nutre, ese alimento que sustenta al pobre poeta:
(…) ¿Qué es la poesía, si vale la pena
sino una frase que los hombres pueden pasarse de la mano a la boca?
De la mano a la boca, a través de los siglos,
el pan que perdura cuando han decaído los sistemas,
cuando, en su ramaje de alambres de púas,
un prisionero da vueltas, masticando la frase…[6]
Pudiéramos creer que hasta ahora Walcott nos ha estado transmitiendo poéticamente la historia de Mandelstan que lee en el viejo y abandonado bosque de Europa. Sin dejar de ser eso cierto, hay que precisar, sin embargo, que el autor caribeño ha estado refiriéndose también a otro poeta y prisionero: Brodsky, a quien a fin de cuentas va dirigido el poema. Walcott parece recordar que también Brodsky vio un sustento (apoyo, suelo, alimento) en la poesía. Durante sus infortunados días, dentro y fuera de la URSS, Brodsky conoció este milagro. Porque también él sufrió la persecución y la represión del régimen totalitario, y se cuenta que, en su destierro, llevó consigo un ejemplar de poesía de John Donne. En su poema, Walcott lo hace recitar, en las primeras estrofas, los versos de Mandelstam: versos febriles de un igual que son “un fuego cuyo resplandor / calienta nuestras manos”[7]. Y es que, a pesar de que la poesía (sobre todo bajo gobiernos totalitarios) pueda poner en riesgo al poeta (como un fuego que, además de calentar, consume); y aunque, como escribía Walcott, “no hay prisión más dura que escribir versos”[8] (y pensemos que tanto Mandelstam como Brodsky fueron apresados por sus poemas); a pesar de todo esto, el aspecto de la poesía que Walcott quiere privilegiar es, sobre todo, su cualidad nutritiva: ella es pan, es calor y es vida.
Si la poesía de Mandelstam es para el Brodsky del poema un calor agradable es tal vez porque algunas de las emociones que los versos del poeta le transmiten pueden parecerle contrarias a la realidad gris del claustro en el que vive. Por ejemplo, en contraposición al cuartucho marrón en el que habita Brodsky, la poesía de Mandelstam lo transporta a lugares vastos, despoblados, a “estaciones abandonadas, / bajo nubes vastas como Asia, a través de distritos, / que podrían tragarse a Oklahoma como a una uva”[9]; el paisaje de Mandelstam puede ser el de la soledad, pero también es el de la liberación y el respiro.
El Brodsky que nos dibuja Walcott, no obstante, también encuentra en Mandelstam una identificación, por lo similar de sus respectivas situaciones. La poesía le permite al Brodsky del poema vincularse a Mandelstam; a través de la lectura de sus versos, se le hace más asequible (en tanto media la sana distancia) su propia realidad, una realidad que, como nos sugiere el poema, también es la de tantos otros “emigrantes a quienes el exilio / dejó tan sin clasificación como al resfriado común”[10]. Y es que, como decía T.S.Eliot en “Sobre la función social de la poesía”, esta “permite que las personas se apropien de lo que sentían, y por lo tanto les enseña algo sobre sí mismas”[11]. La poesía muestra ángulos que el lector no creyó que él mismo tuviese, toca fibras dormidas. Muestra lo desconocido (la profundidad cavernosa e inexplorada del propio ser) mediante lo conocido (las formas, las palabras) o bien, como precisa Eliot, comunica y posibilita “una comprensión renovada de lo familiar”[12]: ver y reconocer la propia realidad; verse de nuevo y reconocerse.
Lo que vemos a Walcott hacer en “Bosque de Europa” es, pues, presentarnos de nuevo la poesía como lugar donde se encuentran realidades que acaso no sean tan distintas (primero la del “bosque” y la de la poesía; luego la de Mandelstam y la de Brodsky), donde confluyen tiempos históricos que guardan similitudes, incluso lugares distantes (el Neva y el Hudson en la estrofa diez) que acaso tengan algo en común: ser testigos del exilio forzoso, de la diáspora. “Del Neva congelado al Hudson fluye, / bajo cúpulas de aeropuertos y estaciones con eco, /el afluente de emigrantes…”[13], apunta Walcott.
Mediante la poesía y la analogía que esta involucra, Walcott se ha permitido vincular dos historias distantes, pero no distintas, y ha podido, con ello, abolir (al menos en el poema) la distancia temporal que separa a Mandelstam de Brodsky. Gracias a la poesía y a sus correspondencias, estos dos poetas pueden hallarse cerca y conversar, convivir, mediante la lectura que uno hace del otro o a través de la comparación que otro poeta (Walcott) hace de ambos.
Como puede inferirse, esta identificación que evidenciamos en “Bosque de Europa” implica, como se sugirió, una reconceptualización del tiempo (tal como lo entendemos los occidentales). Como hemos señalado ya, la historia del infortunio de Mandelstam, que el poema y la naturaleza en el poema evocan, no pertenece solo a un tiempo que ya pasó, pues la historia se hace presente, no solo por el eco de la misma que ha quedado en el paisaje invernal y en el poema, sino también porque la realidad pasada de Mandelstam es, en cierto sentido, la realidad presente, la desventura presente del Joseph Brodsky del poema (y, se podría añadir, de tantos y tantos poetas y escritores que a lo largo de estos años han buscado alzar su voz en medio de circunstancias adversas y de dictaduras férreas).
Esta característica no es exclusiva del poema en cuestión. Si algo hace a la poesía un asidero y un alimento imperecederos es su novedad, su vigencia, su inagotable fuerza expresiva, su capacidad eterna de tocarnos y de ayudarnos a comprender y a transitar nuestros procesos, así como el hecho de que un mismo poema se actualice en cada buena lectura que se hace de él, sin importar las circunstancias históricas ni del autor ni del lector. Podemos asumir, por tanto, que el poema es un universo en sí mismo donde el pasado y el presente se encuentran y se funden, se vuelven uno solo y, al ser así, dejan de existir: ya no hay pasado ni presente como los conocemos, sino una sola corriente temporal donde todos los tiempos confluyen como en un eterno presente (un origo mítico, más bien) y donde los hechos nunca quedan atrás sino que son constantemente renovados en el acto ritual de la lectura. Esto último no debería sorprender si tenemos presente que, para Mircea Eliade, el rito siempre implica reactualización del tiempo primordial: comunión con un origen y con sus poderes ordenadores. Dice el autor en Mito y realidad que “para el hombre de las sociedades arcaicas (…) lo que pasó ab origine es susceptible de repetirse por la fuerza de los ritos”[14]. Y que la lectura es un rito es algo que no necesita demasiadas explicaciones.
Por ello, resulta pertinente el guiño que Walcott hace, al final del poema, a los comienzos del mundo: “…gruñimos como primates, / intercambiando sonidos guturales en esta caverna invernal (…) mientras en el exterior / los mastodontes imponían en ráfagas sus regímenes a través de la nieve…”[15]. Hay aquí una sutil alusión a la humillación y a la reducción infrahumana que imponen los tiranos (concretamente estos de la fría Rusia) a sus víctimas, pero también una velada reflexión sobre la atemporalidad de la poesía, puesto que dicha imagen simboliza la vuelta no solo a la “caverna invernal” de Mandelstam (el temible Gulag y la Europa helada del Este plagada de injusticias y de situaciones extremas), sino también al comienzo de la humanidad, un comienzo donde, sorprendentemente, Walcott, Mandelstam y Brodsky son “primates” que intercambian “sonidos guturales” (versos emitidos desde la gruta de nuestro interior) en una “caverna” (la prisión del artista disidente y las profundidades insondables del alma); hombre primigenios que, como ocultos y heridos, balbucean palabras que emergen desde lo profundo, mientras afuera los “mastodontes” (los poderosos) hacen de las suyas.
Este encuentro entre el pasado y el presente que se da en el poema muestra, pues, una particular y rica concepción de la poesía en la que Walcott parecía creer con todas sus fuerzas. Si el presente y el pasado se conjugan, si los acontecimientos de profundidad mítica no quedan olvidados sino que se repiten, la poesía, que da cuenta de esos sucesos, será siempre algo nuevo y actual, un lenguaje analógico y simbólico que siempre tendrá algo que decirnos. No otra cosa que esta capacidad de la poesía es lo que Walcott buscaba expresar al comparar -en las estrofas dos y tres- los versos de Mandelstam con elementos frescos, recientes y visibles como el hálito y el humo: “el aliento invernal/ de los versos de Mandelstam que recitas / se desenrolla de forma tan visible como el humo de un cigarrillo”[16]. La poesía de Mandelstam, por lo que evoca en Brodsky y en los lectores, está tan presente que incluso puede verse como se ve un hálito invernal que acabara de formarse, como se observa el “humo de un cigarrillo” en proceso de consumición, o como se perciben los crujidos de hojas recién pisadas: “debajo de tu lengua del exilio, que se crispa bajo el talón [del Poder], /los sonidos guturales [de los versos que manan de la garganta y del alma] crujen como hojas pudriéndose;/ la frase de Mandelstam da vueltas con la luz/ en un cuarto color marrón, en la desierta Oklahoma”[17] (cursivas mías).
Queriendo expresar esto que hemos señalado y que es central para comprender la poesía en general, Walcott, estrofas después, usará una imagen curiosa al hablar de la poesía como del “sudor del mármol”: “un prisionero da vueltas, masticando justo esa frase/ cuya música durará más que las hojas, / cuya condensación es el sudor del mármol / en las frentes de los ángeles”[18]. Esta imagen llama la atención por el parecido que tiene con la empleada por Walcott en su discurso del Nobel: “La poesía, que es el sudor de la perfección, pero que debe parecer tan fresca como las gotas de lluvia sobre la frente de una estatua”[19].
Si algo nos dicen estas analogías es que, a pesar de la instantaneidad que podría implicar la frescura y la actualidad que se busca sugerir con las imágenes del sudor y de la lluvia, la poesía es al mismo tiempo algo perdurable, como constata la mención al mármol en el poema y la alusión a la estatua en el discurso citado. De este modo, por ejemplo, para describir en el poema el proceso poiético de Mandelstam, cargado de sudor y lágrimas heladas (“frozen tears”), Walcott dice: “él las dibujó [a las lágrimas congeladas] en un solo hálito invernal/ cuyas gélidas consonantes se han petrificado”[20] (cursivas mías). Así pues, los versos poéticos son humo y hálito fugaz; son agua (fluido y correr), lágrimas (emoción del momento) y sudor (trabajo pasajero), pero no por ello son susceptibles a desaparecer, pues es en esa constante novedad que revisten donde, paradójicamente, descansa el carácter imperecedero que comparten con la piedra, con la estatua, con el mármol, con lo que no desaparecerá jamás.
Así, lo efímero del verso se solidifica como el hielo, sin por eso perder su frescura; los versos son como la piedra y el mármol, y, aunque puedan parecer tan pasajeros como el sudor, este “no se secará/ sino hasta que las Boreales apaguen sus luces de pavo real”[21]. Valiéndonos de las palabras que emplea Walcott en su discurso del Nobel, la poesía “combina lo natural con lo marmóreo; ella conjuga simultáneamente ambos tiempos: el pasado y el presente, donde el pasado es la escultura y el presente las gotas de rocío o de lluvia sobre esa frente antigua”[22].
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Referencias
Baudelaire, Charles. “Correspondances”. Les Fleurs du Mal. París: Hatier, 2003, pp.16-17.
Eliade, Mircea. Mito y realidad. Barcelona: Editorial Labor, 1991.
Eliot, T.S. “Sobre la función social de la poesía”. Biblioteca Ignoria. 2 de mayo de 2019, consultado en línea el 05 de julio de 2022.
Walcott, Derek. “Forest of Europe”. Collected Poems 1948-1984. Londres: Faber and Faber, 1992, pp.375-378.
– – -. “Derek Walcott Nobel Lecture. The Antilles: Fragments of Epic Memory”. The Nobel Prize. 7 de diciembre de 1992, consultado en línea el 07 de julio de 2022.
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[1] Traducción propia de los versos en inglés consultados en Collected Poems 1948-1894, edición publicada por la editorial Faber and Faber en 1992: “The last leaves fell like notes from a piano/ and left their ovals echoing in the air;/ with gawky music stands, the winter forest/ looks like an empty orchestra, its lines/ ruled on these scattered manuscripts of snow” (375). A partir de ahora, todas las citas del poema de Walcott corresponden a mis traducciones de la mencionada edición inglesa.
[2] Traducción mía de los versos en francés (consultados en la edición de Les Fleurs du mal de 2003, hecha por la Editorial Hatier): “temple où de vivants piliers/ Laissent parfois sortir de confuses paroles” (16).
[3] “There is a Gulag Archipelago/ under this ice, where the salt, mineral spring/ of the long Trail of Tears runnels these plains/ as hard and open as a herdsman’s face/ sun-cracked and stubbed with unshaven snow” (375).
[4] “Growing in whispers from the Writers’ Congress,/ the snow circles like Cossacks round the corpse/ of a tired Choctaw till it is a blizzard/ of treaties and white papers as we lose/ sight of the single human through the cause” (376).
[5] “But, a zero of suffering, one mind / lasts like this oak with a few brazen leaves” (376).
[6] “What’s poetry, if it is worth its salt, / but a phrase men can pass from hand to mouth? / From hand to mouth, across the centuries, / the bread that lasts when systems have decayed, / when, in his forest of barbed-wire branches, / a prisoner circles, chewing the one phrase…” (377).
[7] “…a fire whose glow/ warms our hands” (378).
[8] “There is no harder prison than writing verse” (377).
[9] “…forlorn stations / under clouds vast as Asia, through districts / that could gulp Oklahoma like a grape” (376).
[10] “…emigrants whom exile / has made as classless as the common cold” (377).
[11] C.f. pár.11.
[12] ibid. párr.8.
[13] “From frozen Neva to the Hudson pours, / under the airport domes, the echoing stations, / the tributary of emigrants…” (377).
[14] p.10.
[15] “…we grunt like primates / exchanging gutturals in this winter cave (…) while in drifts outside / mastodons force their systems through the snow” (378).
[16] “…the wintry breath / of lines from Mandelstam, which you recite / uncoils as visibly as cigarette smoke” (375).
[17] “Under your exile’s tongue, crips under heel, / the gutturals crackle like decaying leaves, / the phrase from Mandelstam circles with light / in a brown room, in barren Oklahoma” (375).
[18] “…a prisoner circles, chewing the one phrase / whose music will last longer than the leaves, / whose condensation is the marble sweat of angels’ foreheads…” (377)
[19] Traducción mía del siguiente fragmento del discurso “The Antilles: Fragments of Epic Memory” (1992), consultado en la web The Nobel Prize: “Poetry, which is perfection’s sweat but which must seem as fresh as the raindrops on a statue’s brow” (pár.13).
[20] “He drew them in a single winter’s breath / whose freezing consonants turned into stones” (376).
[21] “…which will never dry / till Borealis shuts the peacock lights” (377).
[22] “…Poetry (…) combines the natural and the marmoreal; it conjugates both tenses simultaneously: the past and the present, if the past is the sculpture and the present the beads of dew or rain on the forehead of the past” (pár.13).
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