
Domingo Michelli (Caracas, 1987-2014), egresado en Letras por la Universidad Católica Andrés Bello; co-editor de la revista Arepa; cursó estudios de maestría en dramaturgia en el Instituto Universitario Nacional del Arte (Buenos Aires). Recibió mención honorífica en el I Premio Equinoccio de Cuento Oswaldo Trejo por este volumen.
Adalber Salas Hernández escribe en la contraportada que “una de las cosas que hace fascinante a un libro de relatos es su capacidad para franquearnos el paso hacia la realidad. Estamos habituados a olvidar buena parte de nuestro entorno, para concentrarnos sólo en aquello que reclama nuestra atención urgentemente. Pero un buen volumen de cuentos tiene el poder de condenar múltiples facetas del vaivén humano, para así permitirnos transitar lugares que se nos han vuelto extraños o que, de plano, no conocíamos. Tristicruel, de Domingo Michelli, logra esto del modo más sorprendente.”
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Las noches son frías, por eso la gente come cosas calientes de noche, para aguantar el frío. Casi todas las noches se ve algo distinto que comer, a veces son pinchos, a veces son churros, a veces son perrocalientes, a veces potes de arroz chino, ahora que se acerca diciembre se sienta una señora en la esquina frente a la santamaría de Zapaganga, vende unas hallacas que guarda en una caba amarilla. Generalmente las vende todas porque en la caba las mantiene calientes. Vende más cuando recuerda traer los potes de picante.
Siempre siempre pasa algo. Antes de que empiece amanecer es mejor, porque pasan menos cosas, hay más oportunidad de dedicarse a los detalles. Te das cuenta de las imperfecciones, de las flojeras, de los descuidos de los barrenderos. Algunos barrenderos se duermen sobre sus escobas. Yo estaba antes en la otra esquina, ahí era mejor, ahí uno se sentía más importante, pero eso fue antes de que un borracho se montara en lacera y atropellara al otro que estaba aquí. Quedó tan doblado que me tuvieron que traer hacerle las suplencias. No creo que me devuelvan a mi puesto, tampoco creo que vayan a poner a nadie donde estaba yo.
Las noches son frías, cada cinco noches se ven más personas que salen en banda a caminar por la calle, y muchas personas abrazándose, por eso debe ser que la gente dice que las noches son frías. Yo no siento frío. Me da igual. Recuerdo que cuando me trajeron aquí, viajamos todos en un camión, acostados unos sobre otros, y yo iba en el medio. No cambiaba mucho que estuviésemos todos apretados, no hacía ni más calor ni menos frío. Eso fue lo más parecido a los abrazos, ahora nos pasa nos guindan unas vallas que de alguna forma nos unen, pero no es lo mismo. Cuando llueve me da igual, las vallas a veces se dañan, pero no es mi problema, veo a todo el mundo corriendo, chocándose unos con otros y que los carros pasan más rápido para sacar el agua de los charcos y mojar a los que caminan, eso no está bien, porque los que caminan se molestan y les gritan cosas a los carros. Los carros tampoco deben sentir frío, aunque algunos andan como si lo sintieran.
Es gracioso, hace poco me di cuenta que cuando no estoy dormido, cuando tengo el ojo bien abierto, la gente se ve distinto, no se ve del mismo color, parecen como amarillos o anaranjados. Cuando amanece las cosas también cambian de color, se ponen como azuladas, y la gente como más blanca, me da igual, yo ahí me voy a dormir.
Antes cuando estaba del otro lado de la plaza podía colorea con más intensidad a la gente –es también por eso que tardé en descubrir su verdadero color-, desde la otra esquina la gente pasaba con más cuidado, más despacio, con una sombra más grande, generalmente muy apuradas o con toda la calma del que busca algo. Recuerdo que una tarde desperté con un papel pegado, un papel con una foto de un muchacho –creo, nunca lo vi bien- supongo que era un muchacho, porque noches antes, una mujer muy gorda que iba caminando despacio, saltó de un árbol, o se cayó de una rama y atrapó al muchacho y se lo comió poquito a poquito, a ratos decía: Quesillo-quesillo que rico el quesillo. La señora gorda lo arrastró por la plaza, cuidando de limpiar con su falda, las manchas negras que se desprendían del muchacho. Luego, cruzó la esquina y no la vi más. Eso que hizo la señora se repitió otras noches, pero no me pegaron más papeles con fotos de nadie, o no sé, a veces no me entero de las cosas que me pegan mientras duermo, a veces la lluvia los quita, eso fue lo que le pasó al primero. Tres noches más tarde un par de policías paseaban por la plaza agarrados de la mano, y se nota que se aburrían mucho porque bebían para calentarse, otras noches se abrazaban con unas muchachas pero luego ellas no vinieron más, y ellos se abrazaban solos para quitarse el frío. Las noches que ellos paseaban la señora gorda no se lanzó de ningún árbol, pero luego ellos se iban y entonces ella volvía a saltar gritando: quesillo-quesillo y se comía algún pobre tipo. Los abrazaba mientras lo hacía, por eso estoy seguro de que era porque tenía frío.
Un día desperté y había una ramita en una de las esquinas de mi ojo, no le hice caso, me pareció un saludo gentil del árbol –aunque nunca me gustaron mucho los árboles, son como imitaciones sucias y sin brillo–, pero no era así, la ramita continuó avanzando hacia mi ojo, y avanzando avanzando hasta que me bloqueó la vista, y ya no pude ver nada, ni a la señora, ni a los policías, aunque a ella la seguía escuchándo, porque el ruido que hacía era muy curioso. Pero la verdad es que no sé, nunca he podido confiar en las cosas que escucho sin verlas. Como no podía ver bien, me sentía como muerto, porque para mi, estar ciego es estar muerto. El simple hecho de ser miope, de ver borroso, es estar menos vivo, hasta que entreveía un susurro escuchanba quesillo- quesillo, entonces recordaba estar vivo, aunque cada vez menos.
Supongo que si la gente no se viese tan amarilla de noche, la señora no se los comería, creería que son otra cosa y los dejaría pasar como a los gatos negros, como los perros grises, como a las sombras de los carros. Supongo que ese pigmento corporal de la gente es por mi culpa y por el color de ojos de mis hermanos, supongo que eso es algo que debería reprocharme, pero me da igual. Ahora que me mudaron no importa, ya no veo a la señora caer de los árboles, tampoco la escucho gritar quesillo-quesillo, ahora que me mudaron puedo ver nuevamente sin que la rama maliciosa me ciegue, ahora todo está bien porque es diciembre y sólo está la otra señora gorda de la esquina que dice Hallacas, hallacas calientes, pero ella no se come a nadie. Creo.
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Estoy seguro de que va a pasar de nuevo. Mis vecinos estamos lo suficientemente separados como para crear manchas de luz. Es curioso, es como si los peatones habitaran en otro espacio y cuando entran en nuestros círculos de luz son otros bichos raros bajo una lupa. A algunos les pica en los ojos, los veo arrugarlos y hundirse en si mismos. Quizás por eso es que a ese loco le da por atacarnos. Estoy seguro que va a pasar de nuevo, seguro otra noche va a dejar de estar allá arrinconado y nos va a volver a atacar, va a agarrar de nuevo su vara de metal y nos caerá a palazos, nos hará sonar durísimo gritando nombres, gritando ¡Madre Teodio! y otras cosas como ¡Malditasera malditasera! A 4646FS214 le da miedo, a él le raspó toda la pintura e la base, a veces gritan los vecinos para ayudarnos ¡cállate locuemierda! y esas cosas, pero en general no tenemos más alternativa que esperar a que se canse. Antes no le teníamos miedo a nadie, antes nisiquiera nos preocupábamos entre nosotros, éramos vigilantes de nuestros charcos de luz y de ver a todo el que pasara por ellos: perros, gatos, ratas, gentes… Las ratas… Creo que lo bueno de esta situación es que nos ha unido, sobretodo desde el incidente con 4646FS211. Eso fue que una noche, como cualquier otra, el loco empezó a gritar y a gritar muy fuerte y entonces 4646FS211 que –luego nos dijo- ya estaba muy harto, se sacrificó por todos haciendo estallar su ojo, que llovió como granizo sobre el loco y lo hizo sangrar un poco. 4646FS211 nos dijo que su verdadera intención era matarlo, pero aunque falló, estaba orgulloso de haberlo aplacado por un tiempo. Su ceguera autoimpuesta fue un ejemplo para todos nosotros, y como ya dije: nos ayudó a unirnos. Ahora intercambiamos información de la ubicación de nuestro atacante, incluso nos hemos sorteado la posibilidad de cometer un enceguecimiento masivo que quizás logre –de una vez por todas- matar al loco, además puede que con esa ceguera total de la calle, nuestros benefactores se ocupen de restituirnos la vista, cuando sólo uno queda ciego, pues no hacen caso.
Ya hace más de tres meses que 4646FS211 se dejó ciego, no estamos seguros de cómo, a pesar de que él ha intentado explicarnos, no hemos entendido muy bien el funcionamiento de nuestros cables internos. 4646FS214 dice que es mentira, que eso que dice haber hecho 4646FS211 no es posible, pero los demás no le hacemos caso, sabemos que es un miedoso. Hace más de tres meses que el loco no nos ataca, pero sabemos, estamos seguros, de que va a pasar de nuevo.
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Viene dos veces por semana, pero está bien, es tiempo suficiente. Siento que me imita, se para aquí paralela a mí y se queda un raaaato raaaato inmóvil. No es como las otras, las otras dan vueltas, las otras generalmente vienen acompañadas y se echan chistes, bailan, beben y luego echan más chistes y beben más. Ella de hecho casi sale del perímetro que ilumino, está mitad en mi rango de visión, mitad en oscuridad: inmóvil, silenciosa, solitaria, nisiquiera tiembla de frío –al menos no lo demuestra.
Generalmente el procedimiento es este: el carro pasa, despacio, da una vuelta o se regresa y se estaciona cerca de ellas, ellas se apoyan en la puerta, casi entrando por la ventana, aunque otras veces hasta se lanzan adentro por el marco, gritando y eso… Luego, el carro arranca con o sin ellas. En el caso de que se monten regresan al mismo lugar en poco tiempo, y cuando esto pasa el carro se va muy rápido. Con ella el tramite varía un poco en dos aspectos: los carros pasan más despacio al verla a ella sola, como si fuese más entretenido mirarla, como si fuese más difícil, como si tuviesen miedo de que hubiese alguien escondido, como esperando a que ella se cansara de su postura, algunos dan un par de vueltas sin hablarle siquiera, y cuando deciden hablarle, ella tarda mucho en montarse en el carro, de cada 7 veces que preguntan, se monta 1, (el promedio de las otras es ¼). Lo otro que varía es que suelen tardarse más tiempo con ella, pero no importa cuanto tarde, ella siempre regresa, siempre a pararse inmóvil en el mismo lugar, nunca se va antes que amanezca, es como si me acompañara en mis guardias…
Me preocupa, anoche pasó algo extraño. Ella se montó en el carro como siempre (después de pensarlo mucho) y como siempre regresó después de un largo rato, pero cuando volvió gritaba, y no se quedó quieta, la oí correr por en medio de la calle, la oí correr por toda la avenida, perdiéndose entre las sombras, fuera de mi perímetro. Yo sólo escuchaba sus tacones tac tac tac tac… de arriba abajo por la avenida… de nuevo tac tac tac tac y su jadeo que dejaba escapar un grito asustado de vez en cuando, y el ruido del carro en sentido contrario que aceleraba y se montaba en la acera, y se sentía que perseguía el tac tac tac tac que cada vez se escuchaba más torpe, más cojo y menos lejos del carro. Hubo un silencio, duró poco, se volvió a escuchar el carro acelerar y los gritos de ella que decía ¡Maldito! ¡Maldito!, un portazo, y más gritos. Pasaron unos segundos de un último portazo y el carro arrancó. Un último Maldito… pero más bajo, apagado. La esperé, pero no volvió a su puesto como siempre.
Espero que vuelva, hay cierta rivalidad entre nosotros, porque seguro ella también la siente conmigo. A veces es obvio que competimos para ver quién se mantiene más firme, pero es una competencia injusta, yo no tengo opción, no soy como ella, no me puedo estirar o cambiar de pierna. Espero que vuelva, a veces no vuelven.
Apl.Dfn
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De su libro Tristicruel, (Bid & co. editor, 2014)