Cuatro poemas de Yuliana Ortiz Ruano

Nikolai Konstantin Kalmakoff
Nikolai Konstantin Kalmakoff

Celestial Fanfare*

A Óscar.

Miedo. Mano ígnea apretando mi cuello. Una lágrima se coagula en su descenso. Veo mi cadáver lila reflejado en todos los cristales. Columnas vertebrales flotan en el río. ¿Por ello habrá tanta piel derramada en el pavimento? ¿Cuándo nos extrajeron arbitrariamente las piezas que encajaban nuestra locura? Que vuelvan… que vuelvan las fragatas a tus ojos. Que vuelvan a fluir riachuelos desde tu mentón y deshielen los glaciales de mis manos. Nacimos para aullar al sol en estos veranos sin fin. Hemos venido a poner lunas rojas como guirnaldas en el último alba que veremos; a cuatro ojos, cuarenta uñas y dos sexos. A nuestro alrededor la noche parirá amapolas.

  • Celestial Fanfare pintura de Nikolai Konstantin Kalmakoff 1925.

 

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XXIII

Mi cuerpo está aislado del resto de los cuerpos por una vitrina de vidrio. Ella me abstiene de oler, tocar o sentir a nadie que no sea yo. Todo lo habita el frío. El silencio me anuda el alma. Quisiera poder cantar mi dolor al mundo. Pararme en su ombligo y que por mi boca salgan los muertos, que cargo desde la infancia. Cadáveres que me arrastran los pasos. Almas errantes saltándome de neurona a neurona. De oreja a vientre. De manos a pies. Necesito cantarle mi dolor al mundo, que mi voz casque huesos. Que canten los muertos conmigo. Coro unísono.

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La abuela está a punto de morir y yo no hago más que bailar

Bailo sobre el tejado de donde penden en hilos negros cada una de mis extremidades. Bailo acarreada por una fuerza que tira desde mi ombligo hasta mi pelvis. El cuerpo ya no es mío, ha pasado a formar parte de las constelaciones bajo los párpados de la madre de todo lo viril. Bailo, los labios se desprenden de mí, mis ojos se vuelven libélulas, mi cabello una enorme medusa roja. Dejo de ser yo, me convierto en una bestia emergiendo desde la mesa de mi casa; que es el centro del mundo, que es también el centro de la muerte. La abuela no reconoce a nadie y yo no hago más que bailar. Bailo bajo los soles que se dibujaron en las sábanas de su cama, bailo con las hebras de pelo que se le han ido cayendo con el solo movimiento circular del viento. Bailo mientras sostengo entre las piernas a la piedra pómez que poseo por corazón. El amor es un cuervo con patas rotas, tatuado al costado izquierdo de mi espalda. El amor no ha hecho más que llenarme de miedo, por eso lo dreno lento y con él todo aquello que debió amarme pero no hizo más que esparcir los restos de mí y lanzarse por la ventana, por eso amor mío, esta noche yo no hago más que bailar.

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Re-trato materno

1.

Madre, las luces rojas me persiguen. Yo nunca he buscado a la liebre que las enciende, pero ella está detrás de cada poste en la calle, tirando monedas de helio al viento para hacerme bajar la guardia. Juro que me he vendado el cráneo y he dejado de pisar orugas policromadas pero ella está ahí y conoce cada uno de mis pasos.

2.

Madre he llorado cada noche, a solas, de soslayo, sin dejar escapar ni un solo gemido, pero mis lágrimas son agujas, se elevan y van directo a reventar el globo/alma de los que habitan la casa. Te miento si digo que alguien me arrancó del árbol genealógico, fui yo quien cortó la rama que sostenía mi pulpa aún verde, porque supe desde que abrí los ojos que mi lugar estaba abajo, con los gusanos que roerían lento mi cuerpo al madurar.

3.

¿Cómo no ves que la niña se va lento por el lavabo? Corre tanto viento en mi pecho y coloco periódicos calientes entre mi ropa. Tengo miedo del cuerpo que habito; miedo del niño acéfalo creciendo a un costado de la abuela, miedo de las costras acuosas en las piernas de mi padre, miedo de los cortes en el antebrazo de mi hermana, miedo del silencio perenne de mi otra hermana. Sobre todo  miedo de perderme en este laberinto congénito succionando mi encéfalo; miedo de las ánimas que divagan en voz alta en mi cuarto, miedo de compartir el aire con tanto clown encapuchado, miedo de no volver a sentir el tránsito de la sangre en mi epidermis.

4.

Por las noches mi cuerpo se aligera y vuelo dormida, sobre la ciudad de los decapitados a quienes les cosen los labios con arena y sal. A mí me siguen faltando las palabras, me sigue picoteando un pájaro transparente detrás de la oreja. Quiero volver a estrellar mi cuerpo en las rocas o lanzarme con los brazos abiertos a la vía. Quiero ser eterna, fundir mi cuerpo con el viento.

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Yuliana Ortiz Ruano, Ecuador (1992). Co-fundadora del colectivo de gestión cultural independiente “Afroarte”. Consta en la antología “La muchedumbre de tu risa” de Carlos Garzón Novoa. Selecciona autores para “Cráneo de Pangea”.

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