Michel Foucault observó que el orden del discurso se instituye por medio de exclusiones, aislamientos, rechazos y prohibiciones, entre algunos de los procedimientos que comenta en su libro El orden del discurso, obra que recoge la lección inaugural que dictó en el Collége de France a inicios de los años setenta. Aun cuando de esta conceptualización del discurso[1] se desliza una idea de autor contra la que Patricio Pron (Trayéndolo todo de regreso a casa, El comienzo de la primavera) hace blanco, como se verá más adelante, concedamos que los procedimientos mencionados entroncan con el afán de desaparición de la agencia en la producción literaria actual, tema rector de este ensayo del escritor argentino. Para simplificarlo más, El libro tachado recorre las diversas formas que la institución literaria opera orientada por la borradura de cualquier rastro del autor.
La tachadura del autor germina, identifica Pron, no tanto como una reacción contra la exacerbada figura mística del escritor del Romanticismo como, antes que nada, un desencanto a cuenta de: “…la constatación de que no hay ‘un’ autor-algo puesto explícitamente de manifiesto por aquellos escritores que recurrieron a heterónimos- sino una forma de leer ‘como si’ hubiese ‘un’ autor”. Si atendemos estas palabras correctamente, y para aprovecharnos de un caso que no por manido, menos fecundo, pensemos en los intentos frustrados de quien se aboca a detectar los datos biográficos de William Shakespeare en su abundante obra. Como quiera que sea, el término ‘muerte del autor’, y lo que constituye su borradura efectiva, se consolida cuando el semiólogo Roland Barthes y el filósofo Michel Foucault ponen el énfasis en el enunciado, en menoscabo del sujeto que enuncia. Sobra decir que una vez que se socava la autoridad del autor como conductor del significado es el lector quien debe controlar el estrato semántico del texto con el que hace contacto.
Pron repasa con minucia, y por lo demás acompaña de comentarios eruditos, diversas manifestaciones de la tachadura que se ha ejercido sobre el autor en la institución literaria, como, para apenas traer un puñado de fórmulas al frente: cadáveres exquisitos, la escritura automática surrealista, homofonías, lipogramas, el collage, matrices de producción centradas en la combinación y el azar (como el tablero en Rayuela, y el juego de ajedrez en Alicia a través del espejo), la intertextualidad, la quema de libros, listas negras, suicidios, el anonimato y mutilaciones. Estos tipos de borraduras del autor, ya se habrá notado, no se constriñen al componente lingüístico, sino que, además, contemplan elementos extratextuales que, siguiendo de cerca las explicaciones de Pron, son otras caras de la desaparición del autor que hemos venido discutiendo. Algunas de las antedichas prácticas, cabe resaltar, se producen por la propia voluntad del escritor.
Naturalmente, El libro tachado observa con perspicacia las vertientes en las que se borra al autor en la Web 2.0, en la que los textos circulan anónima y masivamente. Así, codo a codo con esta desaparición de la agencia, y acaso en su expresión más plena, se encuentran los trazos y el pegado que internet facilita para que cualquier persona recomponga un texto. Podemos estar de acuerdo con Pron cuando sugiere que esta clase de tachadura del autor predispone a esa masa de consumidores de internet a la escritura de nula calidad, ya que, en efecto, la actividad llamada, a falta de mejor nombre, el corte y pega, por naturaleza, requiere una lectura liviana, lo que implica descartar los impulsos de originalidad de los autores. Ni que decir tiene que la crítica literaria no tiene lugar en esta atmósfera. A manera de ejemplo, propongo recordar que en 2013 Amazon anunció que sustituiría a sus críticos literarios por un programa por computadora que reseñaba los libros que los lectores realmente querían leer, lo que, desde luego, debemos interpretar como un simple beneficio en el incremento de las ventas, no de la originalidad ni de la lectura crítica. Quienes han comprado libros por esa vía últimamente, con toda seguridad, se habrán fijado en que numerosas ofertas de libros afines a sus gustos medran en sus cuentas de redes sociales.
En cualquier caso, Patricio Pron no niega ni desdeña el corriente estado de la literatura que nos hemos dedicado a comentar. El escritor argentino, a lo sumo, espera que surja una literatura que no se extravíe en juegos del lenguaje que, la verdad sea dicha, corren el riesgo de abandonar su condición escrutadora y transformadora de la realidad. Entre tanto, Pron refrenda la idea de condición de posibilidad detrás del no-cumpleaños que Lewis Carroll puso en boca del singular Humpty Dumpty. En términos más precisos, El libro tachado conforma nítidamente: “…una historia de la literatura cuyo tema no sea lo que la literatura es y ha deseado ser, sino lo que no es y no ha querido ser nunca.”
[1] En El espinoso sujeto, por ejemplo, Slavoj Žižek acusa la grieta del concepto de poder Foucaultiano cuando se presenta como una herramienta neutral. Judith Butler, en otro registro, toma esa idea de poder como punto inicial para hablar del discurso de odio que circula en la cultura (racista, homofóbico), sin que pueda atribuírsele a un agente concreto.
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Maikel Ramírez. Profesor en la Universidad Simón Bolívar (USB). Narro y escribo artículos sobre la literatura, la lengua, el cine, la música y otras cosas de la cultura. Textos míos han sido publicados en Letralia, Ficción Breve, Sorbo de Letras y en el suplemento cultural del diario aragüeño El Periodiquito.