Mi primer acercamiento literario con Cristina Gálvez (Caracas, 1987) fue en el taller de poesía de Rafael Castillo Zapata en el CELARG. En ese espacio, tuve la oportunidad de escuchar su poesía, inédita hasta ese momento. En el 2015, se publicó Psicopompa, su primer poemario editado por Monte Ávila Editores que obtuvo, además, el Premio para Autores Inéditos.
Más adelante, en el año 2016, publicó el libro Bicorne (Casa de Bello), libro que además obtuvo una mención honorífica en el Concurso Nacional de Poesía. Bicorne es un libro que mantiene la estética que la autora trabajó en Psicopompa, pero con poemas mucho más contenidos y menos propensos al desgarro. En sus poemas hay duelo y belleza. Lo natural, lo animal y lo femenino se entrelazan y logran armonía, armonía capaz de producir calma luego del temblor.
Cristina Gálvez formó parte del taller de poesía de Armando Rojas Guardia durante dos años. Asistió a los talleres de creación poética del CELARG de Belén Ojeda (2013-2014) y Rafael Castillo Zapata (2014-2015). De 2013 a 2015 se dedicó, a su vez, a diseñar e impartir talleres literarios a través de la Casa de las Letras Andrés Bello; así como cursos de ortografía, redacción y comprensión de textos en otras instituciones. Actualmente reside en la ciudad de Montevideo.
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Estudiaste Letras en la Universidad Central de Venezuela. ¿Cuándo decidiste estudiar literatura y por qué? ¿Crees que la academia literaria se conectó con tus necesidades creativas?
—En realidad, lo que quería estudiar en primera instancia era Psicología. Quería estudiar muchas cosas, pero decidí presentar el examen de admisión en la UCV para entrar en la carrera de Psicología como primera opción. Nunca pensé estudiar Letras. Sucedió que cuando me inscribí para la prueba interna, me preguntaron por una segunda opción, lo cual no me esperaba. Casi por instinto respondí Letras, y por esa opción fue que ingresé. Luego tuve oportunidad de sobra de cambiarme de carrera, pero ya Letras me había atrapado. Nunca olvidaré lo que dijo un profesor cuya experiencia al ingresar a la Universidad fue similar: que había aprendido mucho más sobre el alma humana a través de la literatura que si hubiese estudiado —como él también se planteó en un principio—Psicología.
En cuanto a mis necesidades creativas, es cierto que la academia me brindó muchas herramientas, pero tuvo más influencia lo que decidí hacer con ellas y la búsqueda que me planteé y me sigo planteando por cuenta propia. Aún ahora no siento que mis necesidades creativas estén satisfechas, y eso es bueno porque abre posibilidades, me invita a adentrarme en nuevas formas, lecturas, hallazgos.
En el año 2015 publicaste tu primer poemario, Psicopompa, y en 2016 el libro Bicorne, ambos obtuvieron importantes premios literarios en Venezuela. Entre ellos noto una gran conexión, sobre todo porque trabajas el tema de lo femenino, la naturaleza, la muerte y las relaciones familiares, por nombrar algunos de sus temas. ¿En qué momento empezaste a escribir estos dos libros? ¿Definiste con antelación los temas que querías tratar en ellos?
—No recuerdo con claridad cuándo empecé Psicopompa. Sé que fue en torno al taller de poesía al que asistía con Armando Rojas Guardia, primero en su casa y después en la Biblioteca Eugenio Montejo. Estuve con varios compañeros en ese taller desde 2010 hasta 2012. Fue en el transcurso de ese tiempo que ocurrió un hecho inesperado en mi vida y que me marcó para siempre, la muerte de mi padre por una enfermedad. Eso cambió mi mundo por completo, y la poesía fue mi manera de aproximarme a ese dolor que encontraba absurdo, injusto y sin sentido. La mayor parte de los poemas de Psicopompa surgen a partir de este proceso. No definí los temas para nada, todos ellos fueron la expresión autónoma de una necesidad profunda.
Empecé a escribir Bicorne, creo, a mediados de 2013. Allí sí tenía integrados, por decirlo así, los temas a los que me acerqué en Psicopompa. Sin embargo, para mí Psicopompa es más desgarrador; Bicorne, por otro lado, retrata una sanación, un reconocimiento, un reencuentro con la vida. Ninguno de los dos poemarios fue definido con anterioridad. El tema de la naturaleza está presente, me atrevería a decir, en todos los textos que he escrito, y está vinculado con cada uno de esos otros tópicos: la muerte, lo femenino, las relaciones familiares, entre otros. Creo que son aspectos de la vida humana profundamente animales, nos conectan con un algo mítico y salvaje de nuestra vida interna.
Sí, eso iba a comentar. En Psicopompa el tema de la muerte se asume con mucho más desgarro. De hecho, en el poema llamado “Psicopompa” hay un verso que dice: imposible adornar a un muerto con palabras. Es un poema que tiene tres partes y es curiosamente bastante largo comparado con el resto de los poemas del libro. No sólo se habla de la muerte como hecho material, sino del efecto que ésta tiene en los que sobreviven. ¿Qué consideras que se honra de la muerte a través de la poesía? ¿Es la escritura también una forma de duelo?
—Creo que la poesía es una forma de acercarnos a la muerte. Es una forma de sumergirnos en el misterio de la muerte y de la vida. Precisamente puede honrar, o al menos así lo siento, esa indistinción, el hecho de que no se trata de vida o muerte sino de algo mucho más grande. En ese sentido, nos permite, aunado a la certeza de que tenemos sólo un fragmento de tiempo para estar aquí, percibir que también somos eternos, y más importante, entender que se trata de algo bello. Esa experiencia de lo sagrado, como podría llamarse, es una liberación. Hay que agradecer por esa virtud del arte que nos fue dada, insistir en ella, aunque la dinámica de nuestras sociedades nos fuerce a olvidarla. La escritura puede ser una forma de duelo, una forma de celebración y ambas al mismo tiempo. Puede ser lo que deseemos hacer de ella.
Tanto en Psicopompa como en Bicorne hay cuantiosas referencias a la figura del gato. En Psicopompa el tratamiento de la figura es más contemplativo, pero en Bicorne es mucho más carnal y mortal. ¿Cuál es la importancia de esta figura en tu trabajo?
— Los gatos han sido compañeros constantes en mi vida. Más bien las gatas, porque todas han sido hembras. Desde los 8 años hasta los 25 compartí mi vida con una gata, y desde entonces han estado presentes. Hoy tengo dos, Ling y Ánica. Son para mí animales totémicos, como también lo es el colibrí. Tengo con los gatos un nexo afectivo importante, son animales mágicos, sanadores, realmente creo que traen suerte y alegría a las casas. Tienen un vínculo simbólico con lo femenino y con lo nocturno, que también son terrenos del alma. La figura del gato tiene en mí una resonancia amplísima, creo que por eso me cuesta un poco determinar con exactitud su relación y presencia en mi vida, sobre todo en mi vida creativa.
Sin embargo, no creo estar diciendo nada novedoso, ya que son animales que desde siempre han resultado encantadores y misteriosos, su presencia en la literatura y las artes de casi cualquier época y cultura nos habla de lo importantes que han sido en la vida humana. Son animales psicopompos, puentes con lo desconocido.
Sí, de tus libros siento esa conexión con lo animal. Tanto Psicopompa como Bicorne son libros que filosofan mucho sobre la naturaleza y el entorno. Son libros muy terrenales y con un trabajo de lenguaje e imagen estupendos. Algo que sentí es que cada poema abarcaba un máximo, cumplían su cometido. ¿Están los poemas alguna vez terminados? ¿Cuándo crees que están listos, cuando se publican o, parafraseando a Sharon Olds, cuando el tema que tratas deja de perseguirte?
—Creo que sí están terminados. Hay algunos que nunca podemos terminar, y son los que nos dan más problemas. Particularmente, para estar satisfecha con un poema, tiene que estar terminado, y eso significa que tenga una sonoridad limpia, que no tenga nada que haga ruido, que tampoco se sienta una ausencia más allá de la que tiene todo poema, es decir, que no sobre ni falte. Puede que, aun así, la idea te siga persiguiendo, pero siempre se puede escribir otro poema.
Mencionas a Armando Rojas Guardia y recuerdo un texto de su autoría llamado “¿Qué es vivir poéticamente?” donde el autor reflexiona en torno al oficio poético y la creación, así como la elección de otros estilos de vida diferentes al de la escritura. En el texto, Rojas Guardia afirma que “escribir poesía no le es dado a todos los seres humanos”. Mencionas algo similar en tu respuesta anterior. ¿Crees que algunas personas están destinadas a escribir poesía o que “la poesía puede ser hecha por todos”?
—Es una pregunta difícil. Sobre todo porque es una pregunta de dimensión política. Yo creo que todo ser humano tiene la capacidad de hacer arte, que todos los seres humanos tenemos una sensibilidad que puede encaminarse hacia determinada disciplina, sea la escritura, la plástica, o incluso hacia otros haceres aparentemente no relacionados: los oficios vinculados con lo social, por ejemplo, o algo tan aparentemente “llano” –para algunos- como el cultivo de la tierra, que también requiere una gran sensibilidad. Todo lo que hacemos puede ser un arte y una ciencia. Creo que el desarrollo de esas capacidades depende del medio, las posibilidades, las experiencias. Por poner una referencia, Borges no hubiese sido Borges si no hubiese nacido en una familia capaz de darle la educación que tuvo y que luego él mismo continuó forjándose.
En el sentido de que todos, si poseemos las herramientas adecuadas, podemos ser seres que usen y demuestren su sensibilidad; en ese sentido, creo que eso de que “la poesía puede ser hecha por todos” puede ser cierto. Sin embargo, la inclinación específica hacia la poesía o las artes es algo que viene en tu ser, en tu información genética, en tu hado. Sí creo que ciertas personas, entre todas, están destinadas a escribir poesía, así como otras nacieron para ser comerciantes.
También realizaste un taller de poesía con el escritor Rafael Castillo Zapata. ¿Cómo fue tu experiencia en este taller?
—Bueno, en el taller con Rafael Castillo Zapata estuve un tiempo menor a un año. Me aportó muchísimo, él es un gran profesor, maravilloso en lo que hace y además muy divertido. Ese taller me hizo acercarme a la escritura desde otro ángulo, con otra agudeza, con una mirada más crítica hacia el trabajo propio y el de otros. Armando es un maestro desde otro punto de vista y fue quien me hizo sumergirme en la actividad poética, forjar una visión de lo poético. Rafael me ayudó a revisar esa mirada y sus clases, tanto por él como por los compañeros que cursaron el taller, fueron un soplo de frescura.
Entiendo que luego de ese taller te mudaste a Montevideo, donde resides actualmente. ¿Qué te encuentras haciendo en esta ciudad? Sé también que tu actividad cultural en Caracas era bastante movida. ¿Qué extrañas de ella?
—Este año ha sido sumamente difícil. Extraño Caracas como nunca pensé que podía hacerlo y todos los días pienso en regresar, a pesar de la grave situación en que se encuentra el país. Nunca pensé que salir de mi país equivaldría a quedarme sin oxígeno. Suena dramático, pero es lo que siento.
En Montevideo trabajo en hotelería. El ámbito cultural es algo que sigo tratando de explorar y conocer. Sigo escribiendo, tratando de nutrirme de una u otra forma, y espero el año que viene comenzar una especialización en Gestión Cultural, que entre tantas opciones de las que he explorado me parece la más interesante y la que más me motiva. No sé si tenga la oportunidad en algún momento de trabajar, aquí, en algo más relacionado con mi formación e intereses, ojalá sea posible. Mi plan siempre es regresar a Venezuela, si no pronto, al menos en un par de años.
¿Qué significó para ti ganar el Premio de Autores Inéditos de Monte Ávila Editores en el año 2013?
—Fue una gran alegría. Grité de alegría. Fue un gran logro personal, me ayudó a tomar conciencia de que lo que hago, tiene un sentido. Es maravilloso cosechar y tener frutos, obtener un reconocimiento por algo que en ocasiones puedes pensar que no es lo suficientemente bueno o no vale el esfuerzo.
¿Qué poetas venezolanos contemporáneos forman parte de tus lecturas constantes? ¿Qué poetas jóvenes, o que están empezando a escribir/publicar recomiendas?
Creo que actualmente hay una cantidad enorme de poetas jóvenes venezolanos que sorprenden tanto por su talento como, en ocasiones, por su corta edad. Todos los días me encuentro con uno/a diferente en blogs (el tuyo, por ejemplo) o reseñas y me cuesta creerlo cuando leo el año de nacimiento. De esos más jóvenes (nacidos a mediados de los 90´s) he leído cosas puntuales y no retengo mucho los nombres.
Entre aquellos -también jóvenes, pero no demasiado- que puedo recomendar con más propiedad están: Deisa Tremarias, Diana Moncada, Valenthina Fuentes, Jairo Rojas Rojas, Oswaldo Flores, Caneo Arguinzones, Indira Carpio Olivo, Mariajose Escobar, María Gabriela Rosas, César Panza, Cristóbal Alva, Graciela Yáñez Vicentini. Aunque todavía no lo he leído, pero presiento que cuando lo haga lo recomendaré, también puedo mencionar a Jesús Rodríguez, quien recientemente ganó un premio en Buenos Aires. Siento que todavía me faltan unos cuantos.
¿Has incursionado en la escritura de otro género literario aparte de la poesía?
—Sí, tengo una serie de relatos-crónicas, que he estado escribiendo, en realidad, a un ritmo muy lento, pero que planeo que en algún momento constituyan un libro. También escribí un poemario, hasta ahora inédito, que tiene como título (tal vez no definitivo) Calendario de animales nocturnos. Desde que me mudé a Uruguay comencé a escribir otro libro de poemas cuyo título tampoco termino de definir, pero que creo será Casa ciénaga. Este último lo terminé recientemente.
Últimamente también he estado interesada en la literatura infantil, inspirada por cuentos de hadas tradicionales como los de los Hermanos Grimm, pero no me aventuro todavía.
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