
Tenemos por hecho que la consumación de la vida humana es el desencanto de lo absoluto, la nada. Para el hombre solitario, negado por las altas jerarquías -sin cuerpo, sin pasiones, ni anhelos propios- no significa mucho, siempre ha permanecido rodeado de aquel desencanto. No hay obra que no se vuelva contra su autor: el poema aplastará al poeta, el sistema al filósofo, el acontecimiento al hombre de acción[1] La renuncia, el hecho irrevocable de pasar una vida suscitando la huida de un sistema nos vuelve víctimas de este mismo. Sin descartar posibilidades, la inconsciencia es la forma más eficaz de reivindicación; la cumbre del hombre casto y ayuno, la muerte. La comunidad siempre ha de envidiar al ausente tan sólo en la muerte. En vida, a vista de aquellos, siempre parece padeciendo el castigo del omnipotente por ser hombre de acción: víctima de sus conocimientos, violencias y exacerbaciones.
Siempre se muere por el yo que se asume; llevar un nombre es reivindicar un modo exacto de hundimiento[2] quienes miran de soslayo al solitario aún no han asumido su propio nombre, caminan en rumbo a una deidad divina enriqueciendo su existir de los valores de ella para preparar un modo exacto de salvación. El yo asumido sólo ha de vivir por sí mismo, reflejando un nihilismo hacía la propia vida como a la muerte. Si éste corresponde a las instituciones del colectivismo que de forma aparente imparten el derecho universal se verá ejecutado el desarrollo de su propia consciencia. Para recurrir a un caso más preciso, trasladamos lo descrito a uno de los exponentes de la literatura universal, Kafka. Franz Kafka personifica la denigración de la consciencia ante la muerte ajena –literal- en los personajes del Fogonero (1913) Karl Rosmman, un joven desamparado por sus padres emprende una travesía por los parajes americanos a bordo de un barco. Rosmman, en medio de sus desafortunados sucesos da con la pista de un humilde personaje, el fogonero.
«¿Sabe usted moverse en el barco?», preguntó Karl con desconfianza. Y es que le parecía que en aquel razonamiento por lo demás convincente de que las cosas serían más fáciles de encontrar con el barco vacío podía haber gato encerrado. «Pero si soy fogonero», dijo el hombre. «Es usted fogonero», exclamó Karl con alegría, como si aquello satisficiese todas las expectativas. Y se apoyó en un codo para poder ver al hombre más de cerca. «Justo delante de la cabina donde dormía con los eslovacos había una escotilla a través de la cual se podía ver la sala de máquinas». «Sí, ahí es donde he trabajado», dijo el fogonero. «Siempre me ha interesado mucho la técnica», dijo Karl, que parecía instalado en sus propias cavilaciones. «Seguramente me habría hecho ingeniero[3]
La exclamación de Karl a la respuesta del fogonero es una incesante señal del interés que de él ha surgido por este tripulante situado en algún eslabón desamparado del barco. Aquel ayudante de maquina cuenta su desidia vivida en el oficio y la inconformidad que genera en él. Desahoga sus reproches ante Karl como si nunca antes hubiese entrado en la habitación. Nunca nadie hubiese prestado atención a su muerte como fogonero, excepto Karl Rosmman. Pero todo este esfuerzo solidario de Karl es inútil a la hora de enfrentarse a las instituciones o poderes públicos: la marina, el poder imperante de la embarcación, Schubal y Jakob Rosmman. Toda la consciencia caritativa se ve hundida frente a los agentes de poder presentes en la sala principal, uno de ellos, su tío Jakob. Aunque intente escapar del sistema como hombre de acción, de buenas inclinaciones hacía el fogonero, siempre terminará presa de él y de sus partidarios nuevamente. En cuanto al Fogonero, quien siempre ha llevado a cuestas un nombre preciso y no un dios divino, un oficio mal reivindicado y olvidado, termina hundido, padeciendo sus propias violencias, exacerbaciones y la osadía de reclamar los derechos que le pertenecen. El alivio de las ardientes brasas será su consumación: la muerte del propio fogonero, aunque todas las piezas del barco dependan en su mayoría de su quehacer.
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Mateo Matias Arango (Supía-Caldas, 1997) Ha publicado en Tras la Cola de la Rata, La Astilla en el Ojo (LAAAO), Diámbulos literatura itinerante, Digopalabratxt, La rabia del Axolotl, Revista Sur, entre otras.
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[1] ¨La Tentación de Existir¨ Emil Cioran
[2] Emil Cioran
[3] El Fogonero Franz Kafka