
Eleanor Grosch
Los restos del ruido
La niebla sobre Buenos Aires genera demoras…
Aquella tarde fui a ver al Maestro.
El jardín latía cual músculo.
De árbol en árbol las cotorras
dirigían nuestra charla
cuando bruma con traje de humo comenzó a brotar del suelo,
calor inquebrantable incluso bajo la sombra
que las aves se repartían a los gritos.
El Maestro se marchó entonces hacia el interior de la casa y
bajo el umbral escopeta en mano reapareció,
y en un segundo mano con ojo
ojo en la mira y la mira en la cotorra
Y al salir del cañón la bala rompió la tarde
y las alas verdes con igual pericia
Y aunque el ave cayó de golpe como fruta roja
durante el aire más de una pluma
tuvo la gracia de escapar del pecho
para fundirse con la niebla
***
El rey de las abejas
Aquel verano
me propuse criar abejas
en el jardín de la casa.
Cada mañana leía libros
y manuales sobre el tema
para durante el almuerzo
convencer a mis padres y hermano,
de que yo era el Elegido,
autoproclamado Rey de las Abejas.
Recuerdo las miradas
de lástima, sonrisas
cómplices y clandestinas.
Hoy veo la dulzura
de los primeros zumbidos,
hexágonos de lumbre
sobre la página:
la compulsión por trabajar sin descanso
en busca del néctar
que haga de la forma
una lámpara de cera, y del sonido
alimento para humanos.
***
Carta de un banquero a su sobrino
They have brought whores for Eleusis.
Corpses are set to banquet
at behest of usura
Dejaste que un alma
se te escurra entre los dedos.
El aullido de la hambruna
por tal pérdida invade los recodos
del Reino del Ruido, hasta el
mismísimo Trono.
Sé bien lo que pasó
cuando te lo arrebataron.
¿No se le encendieron los ojos acaso
y por primera vez pudo verte;
como si la costra abandonase la herida,
como si desapareciera el herpes,
como si se deshiciese al fin de una túnica
de trapos húmedos?
Para el Infierno,
verlo en sus días mortales
con ropa limpia y cómoda
cantando bajo el agua caliente
moviendo las piernas y los brazos,
es una vergüenza.
Parecía estar de lleno en nuestro mundo;
el grito de las bombas, la caída de las casas,
tufo y sabor a pólvora en el labio y el pulmón,
los pies ardiendo en el corazón frío,
la mente en círculos concéntricos,
desolación en la sangre.
¿Notaste cuán fácil—
como nacido para ello—
se hizo de una nueva vida?
***
Con cierto vagabundo
i
El ojo hambriento se cierra
como si un rayo de sol saciara la herida.
Tirado en la vereda en carne viva
el hombre hace inventario de trofeos y medallas
que sorteará entre sus mascotas
para que viajen por el mundo y se hagan hombres,
para que coman como puercos
y forniquen como estrellas
de mar.
ii
Desde acá veo la mañana—
caras de luna sobre el asfalto
por si las moscas detrás de un vidrio
caca de perro como piedra pómez
caparinas, pollo a la brasa
y otros sahumerios de Santo Domingo—
los hombres tierra devueltos a la tierra
porque no comen fruta
desde el génesis.
***
Carlos Llaza (Lima, Perú, 1983). Poeta y traductor literario. Graduado de las universidades de Edimburgo y de Oxford. Preseleccionado para el Bridport Poetry Prize (Manchester, 2012). Autor del libro Brame el fuego (Buenos Aires, 2009). Su trabajo ha aparecido en publicaciones como Periódico de Poesía, Buenos Aires Poetry, La Raíz Invertida, Revista Literaria Monolito, Circumference, entre otras. Actualmente trabaja como profesor universitario en Arequipa, donde vive con Matilda, su gata.