P.E. Rodríguez: «El fin del mundo no ocurrió, pero igual quedamos rotos», por Oriette D’Angelo ~

Fundación para la Cultura Urbana
Fundación para la Cultura Urbana

P.E. Rodríguez escribe sobre la soledad, o al menos ese es uno de los temas recurrentes de su obra hasta ahora. En sus libros aparece de forma recurrente la imagen de un hombre buscándole sentido a la vida, bien sea gracias a las cosas que ama o gracias a las cosas que extraña. La observación es el punto de partida para la construcción de su voz literaria, donde a menudo se presentan personajes que se cuestionan el sentido de sus acciones u omisiones. Su primer libro publicado es Oficio de lectores: textos de detectivismo literario y especulaciones narrativas (Fundación para la Cultura Urbana, 2008). En él, el autor discurre por múltiples pasajes literarios, citas y reflexiones en torno a la ciudad, la lectura y la imaginación. Con una prosa afilada, nos cuestiona el oficio de la lectura y la interpretación de los textos a través de sus propias reflexiones, reflexiones que no son presentadas como dogmas sino como meros ejercicios especulativos, tal como lo asoma el título del libro. Más adelante, publicó su primer libro de relatos El silencioso vuelo de los peces (Editorial Equinoccio, 2009), compuesto en su mayoría por personajes atormentados cuyo foco principal es uno: las mujeres, a menudo con actitud pasiva dentro del libro. Por otro lado, su más reciente poemario Antiguas postales del fin del mundo (Editorial Equinoccio, 2015), cuenta la llegada del fin del mundo desde la perspectiva de un hombre que empieza a observar los cambios que se están suscitando. La nostalgia, la quietud y el desencanto son parte de los temas que se exploran en este grandioso libro.

Pero, ¿quién es P.E. Rodríguez?

portada 1.AINació en Maracay en el año 1974. Es psicólogo clínico egresado de la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB) y Doctor en psicología por la Universidad Central de Venezuela (UCV). También se desempeña como profesor en la Escuela de Psicología de la UCAB. En el año 2008 obtuvo el Premio Transgenérico de la Fundación para la Cultura Urbana con el libro Oficio de lectores: textos de detectivismo literario y especulaciones narrativas. Más adelante, en el año 2012, ganó el Concurso de Poesía José Barroeta de la IX Bienal de Literatura Mariano Picón-Salas con el libro La fugaz caligrafía del resplandor. En el año 2009, la editorial Equinoccio publicó su libro de relatos El silencioso vuelo de los peces. Por último, en el año 2015, se publicó su libro Antiguas postales del fin del mundo, libro ganador del II Premio Equinoccio de Poesía Eugenio Montejo en el año 2013 y que sorprendió por “su dicción narrativa sosegada y su tono memorioso, conversacional e irónico”, según palabras del jurado que premió el libro.

En esta entrevista exploraremos un poco más sobre su trabajo en el campo de la psicología, sobre los libros que ha escrito y sobre su propio trabajo creativo.

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En tu libro Oficio de lectores: textos de detectivismo literario y especulaciones narrativas publicado en el 2008 por la Fundación para la Cultura Urbana escribes lo siguiente: “Soy un lector sensible, no un teórico”. ¿Son entonces los teóricos lectores insensibles?

Imagen 1P.E. Rodríguez: Escribí Oficio de Lectores (que es, según me parece, una larga y diversa reflexión sobre la lectura y la escritura) pensando que no tenía ninguna formación literaria formal. Apenas había leído algunos libros maravillosos de Northrop Frye, de Tzvetan Tódorov, de Harold Bloom, de algunos semiólogos, pero estaba muy lejos de una visión de la crítica o la teoría literaria. Por eso dije eso. Intentaba excusarme. Era como querer decir que, siendo un devoto de la literatura había pensando, valiese lo que valiese, algo al respecto, pero los sistemas teóricos con los que otros abordaban esos asuntos era algo que respetaba, pero que no me pertenecía y por lo tanto no me correspondía opinar sobre ellos.  Por lo demás, la sensibilidad de los teóricos de cualquier tipo, así como su amor por la naturaleza y el pago de los impuestos, es algo que en ese libro siempre estuvo lejos de cualquier duda. Faltaba más.

En una entrevista en el 2008 afirmaste que la psicología te la tomabas muy en serio y la literatura, en cambio, te la tomabas con mucha responsabilidad. ¿A qué te referías? Por otra parte, ¿cuándo comenzó tu interés hacia la literatura como una responsabilidad?

PER: Sé a qué entrevista te refieres. No recuerdo la conversación, pero sí recuerdo que la disfruté, que a la simpática periodista se le quedó el grabador (tuvo que saltar una pared para salir de su casa, pues se había quedado sin llaves y no pudo regresar a buscarlo, según me explicó); en mi caso era mi primer libro y, por la misma razón, la primera entrevista que realizaba sobre un libro escrito por mí, de modo que ambos estábamos quizá algo confundidos: yo hablaba rápido, ella apuntaba a toda prisa. Cuando leí la entrevista fue como leer lo que pudo haber contado mi doble y no yo. De modo que, por todo eso, no tengo ni idea de qué quise decir con esa frase de tomarme en serio la psicología y la literatura con responsabilidad. Ni siquiera sé si la dije realmente. Igual me gusta y me gustaría haberla dicho, aunque no sé exactamente lo que significaría para mí entonces. Hoy, años después, me gustaría que significase esto: hacer psicología es un trabajo, una profesión, una forma de ganarse la vida, como tantas otras. Hacer literatura (la literatura que me gusta hacer y leer, aquella que va más allá de la mera actividad literaria) es mucho más que un trabajo, algo que supera un mero acto cotidiano, igual que contemplar el atardecer, aunque ocurra a diario, supera el mero hecho de ser pagado por ello. Es algo que en rigor no es preciso hacer para vivir, pero que al hacerlo nos implica, nos compromete de forma plena y quizá nos ayuda a comprendernos a nosotros mismos y al mundo. Como indica el término responsable, es algo ante lo que estamos en la obligación de responder como ejecución.

Eres psicólogo y a la vez profesor de psicología. ¿Llegan a saber tus alumnos que asisten a clases con alguien que también escribe relatos y poesía? De ser así, ¿cómo manifiestas tu pasión literaria desde la docencia?

PER: Hace unos años, Ana Teresa Torres, quien además de una reconocida escritora de ficción también es psicóloga de profesión y una brillante psicoanalista, me dio un valioso consejo. Me dijo que, mientras escribiese, el resto de la vida me preguntarían por la relación que existía entre la psicología y la escritura. Me dijo que lo mejor era que me fuese inventando una respuesta y que quizá con el tiempo terminaría por creérmela. Yo me inventé esta: la psicología y la escritura son discursos que corresponden a universos independientes, a formas propias de conocimiento y métodos de exploración, pero tienen una vinculación en la forma subjetiva como se intenta abordar el lenguaje y la emoción. Eso, a veces, es algo que converso un poco con los alumnos, aunque no es algo en lo que me parezca que sea necesario hacer mayor énfasis, al tiempo que seguramente tampoco sea algo que a muchos les interese.

En distintas semblanzas mencionas el título de un poemario que ganó el Concurso de Poesía José Barroeta en el año 2009 llamado La fugaz caligrafía del resplandor. ¿Qué sucedió con la publicación de este libro?

PER: El premio y la bienal, por lo visto, desaparecieron. O están invernando. Lo más probable es que se quedasen sin recursos en mitad del camino. Aunque debería ser algo extraño, en realidad no lo es: exactamente lo mismo ocurrió con la bienal José Rafael Pocaterra, del Ateneo de Valencia. Alguien me llamó para indicarme que lo había ganado y, luego, desapareció. Así: se esfumó en el aire. Supongo que tuvo algo que ver, en ese caso, con los forcejeos políticos entre gobierno y oposición que ocurrieron entonces en esa ciudad. Como metáfora de la situación política y social es como para llorar, claro, aunque si se le mira con cuidado quizá, en el fondo, también sea un regalo: esa curiosa situación te ofrece (sin saberlo) la oportunidad de volver sobre esos textos y trabajar de nuevo en ellos. En ambos casos, ese al final fue el verdadero premio.

Desde el punto de vista psicológico, ¿consideras que existe alguna técnica para «aprender» a tener creatividad a la hora de escribir?

PER: No, no lo creo. La creatividad es un proceso complejo, que involucra diversas funciones cognitivas superiores, algunas de ellas condicionadas por factores genéticos, por períodos críticos, por experiencias tempranas. Se puede “aprender” a leer buena literatura. Se puede, sin duda, aprender una serie de técnicas y artificios a la hora de escribir. Se puede moldear el gusto, las ideas, los objetivos, y supongo que eso es lo que intentan hacer los talleres literarios. Se puede, también, utilizar la expresión literaria como una forma de comprender a la persona. Se puede trabajar con el significado de lo que dice o, incluso, intervenir el significado de un bloqueo, pero existe (por suerte) algo en la escritura donde solo está el autor y la escritura.

¿Qué significó para ti haber ganado II Premio Equinoccio de Poesía Eugenio Montejo en el año 2013? ¿Es Eugenio Montejo un autor importante para ti?

PER: Montejo es, en efecto, un autor muy importante para mí. Lo he leído con fascinación desde hace años. Junto a un selecto grupo de poetas nacionales es, a mi juicio, una voz de una resonancia inmensa que supera las fronteras de nuestro país y que alcanza la talla de otras voces consagradas internacionalmente, aunque con menos suerte en su difusión. Me alegra que el premio Equinoccio de Poesía lleve su nombre. También me alegra, por cierto, que fuese la misma editorial Equinoccio que dirigió esa maravilla de editor y de persona que fue Carlos Pacheco, a quien perdimos mucho antes de lo que debía ocurrir, quien organizase ese premio.

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Varios escritores nombraron tu poemario Antiguas postales del fin del mundo como uno de sus libros favoritos de 2015. ¿Qué te hace sentir la respuesta que hasta ahora ha tenido tu poemario? ¿Lo esperabas?

PER: Siempre es extraño y maravilloso que otras personas puedan conectarse con algo que escribiste y que, sencillamente, solo podías escribir de la forma en que lo hiciste frente a una pantalla: solo y en silencio. A mí me alegra y me conmueve. Disfruté mucho escribiendo ese libro. Lo único que realmente esperaba era que se publicase. Que pudiese salir al mundo y entablar conversaciones con algún o algunos lectores que eran entonces imaginarios. Eso era lo que esperaba y eso es, de hecho, lo que todavía espero.

Antiguas postales del fin del mundo inicia con estos versos: “En los años noventa,/ poco antes de que se acabase el mundo,/ las páginas culturales de los periódicos/ (las mismas mariposas sucias de Tranströmer)/ nos daban los partes del Apocalipsis”, los cuales nos sitúan en un tiempo específico caracterizado por el auge del multiculturalismo y el avance tecnológico. Inventos como el Internet y la televisión por cable se hicieron populares en esta época. ¿Qué consideras que representa para la cultura literaria el auge de todos estos avances tecnológicos? ¿Qué te motivó a escribir un poemario sobre este desencanto?

PER: Antiguas postales del fin del mundo, como título, intentó ser una ironía. ¿Cómo puedes componer postales sobre algo que se terminó? ¿Sobre algo que nadie verá? La idea que me acompañó durante todo el texto, más allá de la soledad, el sinsentido o la distopía que se atribuyen con razón fue, en realidad, algo sencillo y poderoso: la inmensa y en ocasionesrisible, pero de todos modos influyente discusión que mi generación tuvo sobre eso que se dio en llamar postmodernidad. A la larga el fin del mundo no ocurrió (tal como era razonable esperar, de hecho) pero igual quedamos rotos. Mi libro (el libro que yo escribí, no necesariamente el que un lector puede leer o inventar a su manera), tal como lo veo, entonces lo que hace es hablar del desencanto y la sensibilidad que acompañó a mi generación en su paso a la adultez.

Internet, las telecomunicaciones, todo eso estuvo allí. Todo eso creció allí, al mismo tiempo. Recuerdo, por ejemplo, la ocasión en la que un profesor, durante mis primeros años en el pregrado, me mostró cómo funcionaba el servicio Gopher. Conocí su protocolo semanas o meses antes de la popularización de la Web, tal como la conocemos hoy. Pero recuerdo mucho más la ocasión en la que un librero trotskista y presumiblemente psicótico me explicó cómo debía leer a Marx. Eso fue justo antes de la caída del muro de Berlín, justo el día antes en el que todo el experimento del socialismo real cayó hecho añicos. Hay algo infinitamente irónico en todo eso, si pensamos en lo que han significado todos estos años de un supuesto socialismo del siglo XXI en nuestro país. Hay algo paradójico y muy cínico en que la utopía que se le ofrece a tu generación es, precisamente, la misma que tu generación vio morir cuando descubrió el mundo.

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¿Cómo fue el proceso de escritura de Antiguas postales del fin del mundo?

PER: Comenzó siendo un tríptico. Así comencé a trabajar en él. Tres temas o tres largos poemas que se iban desarrollando, como una conversación, y que estarían unidos, como en los trípticos, pero al mismo tiempo diferenciados. Sin embargo, hubo un evento inesperado que lo cambió todo. Justo cuando ya el libro estaba casi listo hice un viaje a Buenos Aires junto a mi esposa y mis dos hijos. Estuvimos casi un mes por allá. Un mes libre, donde lo único que tuve que hacer fue pasear, recorrer lugares y calles, librerías, pensar, dormir. Allí comprendí que el libro era una unidad. Luego, gracias a la observación del jurado, comprendí que tal unidad obedecía al hecho de ser, en realidad, una especie de Bildungsroman. Creo que así más o menos se escribió, aunque tampoco estoy del todo seguro de ello.

Tus libros tienen la característica de incluir epígrafes musicales. Moby, Pink Floyd y Soda Stereo son algunas de las bandas que mencionas. ¿Qué tipo de inspiración encuentras en la música?

El silencioso vuelo de los peces
El silencioso vuelo de los peces

PER: Sí, me gusta hacer eso. Me gustan los epígrafes con letras musicales. Aunque no creo que conozca mucho de ella, la música es algo fascinante. Es también un disparo directo a la emoción. Como los olores, como ciertos tonos de luz. La música se condiciona a determinados estados afectivos y es algo que puede durar en nuestra memoria toda la vida. Esos epígrafes están relacionados con la presencia de la música durante el proceso de la escritura de esos textos. Son un guiño al proceso de su escritura, quizá.

Mantienes el blog Esto tampoco es una pipa donde escribes sobre temas literarios y de psicología social. El último post que publicaste en 2015 es una traducción tuya de dos poemas de Charles Simic. ¿Cuándo comenzaste a traducir poesía? ¿Es algo que haces regularmente?

PER: No, no es algo que hago de forma regular. Pero con Simic pasa algo importante: es improbable que exista un poeta vivo con la fuerza y la brillantez de Simic, sin embargo, es poco, muy poco lo que existe de él en español. Creo que todo el que tenga un libro, un poema de Simic y pueda compartirlo en nuestro idioma debería hacerlo.

¿Te encuentras trabajando en algún otro libro? De ser así, ¿de qué se trata?

PER: En varios. Siempre trabajo en varias cosas a la vez y en diferentes registros genéricos. Ahora bien, me es imposible responder de qué tratan. Yo mismo no lo sé con exactitud. Aunque suelo tener alguna idea de partida, en realidad me entero de qué tratan llegado a cierto punto. Necesito esa incógnita para escribirlos. Si no es así, difícilmente me interesaría hacerlo.

¿Cuáles son tus escritores favoritos? ¿Cuál de todos ellos ha influido en tu obra?

PER: Me gusta pensar que la escritura es siempre la apoteosis de la lectura. Me gusta pensar que lo que escribo o escribiré es, en realidad, una reordenación de lo que he leído: de la vida en diálogo con la literatura. Por eso mi lista es larga, siempre inacabada. Todos han sido importantes en alguna manera, en alguna forma difícil de explicar. Creo que Nabokov ha sido el más importante, pero estoy seguro que Nabokov fue importante porque antes existió Borges y Alejandro Rossi. Porque tuve el privilegio de ser un adolescente que en algún momento se perdió en los laberintos de Borges. Igual podría decir lo mismo de César Vallejo, de Ítalo Calvino a quien leí con fascinación, de James Joyce, de Guillermo Cabrera Infante. Umberto Eco ha sido importante para mí. Cortázar, de quien por lo que veo ahora es una moda frívola denostar, fue un autor importante en una época. Montejo, Gerbasi, Valera Mora, Teresa de la Parra han sido importantes. Alice Munro es brillante y me ha regalado horas maravillosas de lectura y horas magníficas pensando sobre el cuento y su evolución. Lo mismo me ha ocurrido con algunos libros de la fascinante Tony Morrison. J.M. Coetzee abre todo un camino y es una deuda. También Cormac McCarthy y Guillermo Cabrera Infante, siendo tan diferentes, son una deuda. Estoy en deuda con Monterroso (otro injustamente olvidado), con Rulfo, con Octavio Paz y el Carlos Fuentes de Terra Nostra. Soy deudor de Traströmmer, de Wisława Szymborska, de Charles Simic, Derek Walcott. Estoy en deuda con un autor venezolano casi desconocido: Aly Pérez. La obra ensayística de Foster Wallace, Carver, Chejov, Horacio… recientemente estoy comenzando a leer cosas de Mircea Cărtărescu, Erri de Luca y buena parte de la obra de Michael Ondaatje y descubro en ellos cosas fascinantes que me hacen pensar en cosas nuevas que quiero hacer. La lista siempre crece. Por suerte.

***

+Leer: Dos poemas de “Antiguas postales del fin del mundo”
de P.E. Rodríguez

 

2 thoughts on “P.E. Rodríguez: «El fin del mundo no ocurrió, pero igual quedamos rotos», por Oriette D’Angelo ~

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