Tres poemas del libro «Anatomía del grito» de Daniel Arella (Venezuela, 1988)

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Monika Traikov

Marginal como el centro luminoso de tu nombre
que hasta al Dios fluvial le arde pronunciar
y sin embargo es la única palabra que sé decir
porque no sé hablar                de tanto callarme los poemas adentro

 Qué quedará de mí entonces
sino la lucidez enfermiza de saber
que las atrocidades que inflaman mi mente a todas horas
–desde aquella renuncia abismal de lo sagrado­–
son visiones dictatoriales impuestas
por una soledad esotérica
                                donde habitan huéspedes oscuros
                                algunos indeseables y crueles
                                otros más poderosos que yo
otros más bien taciturnos y absortos
(esos son los peores
se empeñan en soñarme para sustituirme mientras despierto)

Otras son niñas de trenzas largas con las que juego a esconderme de mí

A todas Ellas
A quienes les prometí nunca decir sus nombres
–Aunque sí puedo decir que son muchas–
La última ya ha entrado
la que faltaba
quien ahora es la que habla
y no yo

 (Esperemos a que se calle — que se callen— tienen hambre— tranquilas, pronto tendrán
servida la mesa)

Esta familia incestuosa que llevo dentro son muchas
Son muchas                porque ninguna nunca muere
A pesar de que crecen como árboles
A pesar de que a veces las torturo para matarlas
y nada
hasta que se quedan dormiditas sobre mi pelvis del cansancio de no morir

Aun así prometí no decir sus nombres

 Lo que sí puedo decir es que sus aguas mentales
a veces sustituyen mi pensamiento
y no me permiten fingir lo que soy
—a pesar de todo—
y a alguien que espero
y finge que existe
para mí

(Ella nunca se calló y cómo iba a callarse— si yo ya no sé hablar)

Bienvenidas
intenté decir

en vano
Todas me vieron sombrías
                            con hambre
Se sentaron a mi mesa en silencio
arrastrando la sillas con cuidado

Antes de comer me obligaron a bendecir los alimentos
pero ninguna pudo:

 Todos rezábamos con la boca llena de símbolos 

 

 

[Lucio Piélago. La última cena;
3:06 a.m., 5 de enero del 2054/ Odessa]

 

*** 

Casi patrio la merced vuestra, su querida empezada
a que no se fue
de partida
Sí, esa tuya en todo tú para que no te maldiga
para que no te ciegue con las luminias suyas
Todo ese resplandor, todo ese llanto lunar
                                             cascada arreciando
                                             diamante puro loto en correría
El aire allí perdonando todo su blancor
El aire allí hipnótico/ macho alumbrando las diademas
Casi patrícido en la cumbre del ozono, vuestra bondad,
Vuestra infinita dama, números rosados de las naranjas viudas
Aaahhhh —desmayo vivo delgado como hojilla—:
Tú angelita dorada niña en el aire como Solmi,
como Nini, como Anu.

Yo soy Ra: La Sonrisa: Irisada gorrión eres la brisa
Cada diente mío es un símbolo zodiacal
Mi sonrisa es las constelaciones
Cuando sonrío ella ama este poema lejano como una estrella
Cuando sonrío ella me busca en todas las estrellas
 y sabe que soy noche bajo su cuerpo de magnolia

 Ah, usted, usted, en cada delicia que fui
fuiste tú ola de siesta
placer supremo de la dulce agonía

 

 

 

[Lucio Piélago. La última cena;
6: 00 a.m., 12 de enero del 2055 /Odessa]

***

Te conseguí una mañana de febrero vendiendo rosas y postales en una plaza calcinada
Me dijiste que me esperabas con la boca rota llena de espuelas
Que me esperabas dormida dentro del vientre de un caballo negro
Nos iríamos al país de Sophie Podolski
Nuestros caprichos enfermizos serían permitidos
                      en la santidad de nuestra imagen
del paraíso ágil flotando como nave de esporas
Era una corona, ¿verdad?
Sobre tu cabeza chorreada aquella vez

solísima del aire en el destello superior de la Aurora
La que me pervierte en las raíces sostenidas
sobre los pasos del trueno      Ninfa del Eco
                                                        En ese espacio donde habito
vive tu ánima sola comiendo maíz de mis manos
Susurrándome el mantra del humus toda la Noche de los Arpegios Dorados
Hasta quedarme dormido como un niño en tu sangre

[Lucio Piélago. La última cena;
8:06 a.m., 24 de febrero del 2054/ Odessa]

***

Daniel Arella (Caracas, 1988). Licenciado en Letras mención Lengua y literatura Hispanoamericana y Venezolana por la Universidad de Los Andes. Actualmente cursa la Maestría de filosofía por la misma casa de estudios. Trabajó por la Casa Nacional de las Letras Andrés Bello desde el 2012 impartiendo talleres de creación literaria en Espacios No Convencionales, como en la Penitenciaría de Lagunillas y en el Hospital de Salud Mental San Juan de Dios, Los Curos, Mérida.  Ha publicado el poemario Al fondo de la transparencia (Editorial el perro y la rana, 2012); El loco de Ejido (plaquette Colección de poesía naciente venezolana Ojos de videotape lospoetasdelcinco editora, Santiago de Chile, diciembre, 2013). Merecedor del Primer Lugar en el Concurso DAES poesía, cuento y ensayo (2009 y 2016) en la mención cuento (ULA).  En el 2015 recibió el XIX Premio Iberoamericano de Poesía por Concurso “Ciro Mendía” (Casa Municipal de la Cultura del Municipio de Caldas Departamento de Antioquia, Colombia) con su poemario Anatomía del grito. Poemas, cuentos y ensayos suyos han sido publicados en varias páginas webs y revistas digitales nacionales como internacionales: Cantera, Casaviento, El Club de la Serpientes, Almenar, Solar, Gente emergente, poetassigloveintiuno, Letralia, Afinidades electivas, Katharsis, La tribu de Frida, La ira de Orfeo, Cráneo de Pangea,  Revista Poesía, Insilio, entre otras. Es colaborador de la Revista Poesía del Departamento de Literatura de la Universidad de Carabobo. Los poemas aquí seleccionados forman parte del libro Anatomía del grito

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