[#13] Siete poemas de Jesús Sanoja Hernández (Tumeremo, 1930 – Caracas, 2007) | Selección de Rebeca Martínez

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Jesús Sanoja Hernández (Tumeremo, 1930 – Caracas, 2007) periodista, escritor, historiador y poeta, miembro fundador del grupo literario Tabla Redonda y de las revistas literarias Cantaclaro, Tabla Redonda y Cambio. La mayor parte de su obra publicada se encuentra en prensa y publicaciones periódicas.

La mágica enfermedad se gestó en la década de los sesenta y vio luz en el concurso literario José Rafael Pocaterra, celebrado en 1968. Esa aparición le valió una edición en las Publicaciones de la Universidad de Los Andes. En 1997 Monte Ávila Editores reedita el único poemario de Sanoja Hernández y le añade otros poemas (1967 – 1993) reunidos de distintas publicaciones.

(Sanoja Hernández, Jesús. La mágica enfermedad y otros poemas. Caracas: Monte Ávila Editores, 1997)

Selección de Rebeca Martínez García.

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Viendo el bosque

El bosque se ilumina en bejucos, salen sus gritos
de transparentes gallos, acumulados cristales
a ras de fuego arman escape al igual que orquídeas
y zumban toros fantásticos en el centro de la llama.

Sea el brillo. y su espanto metido en clavo
sobre la tabla del espíritu. sea el copete colorado,
el incendio en curvas, el violáceo anuncio de sequía,
la sacudida de orejas en cada animal que corre, la esmeralda
en la fiera sin lomos, el papagayo dulce entre las lianas.

Antes de caer
el agua
en este turbulento huerto de los dioses.

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El tirano

El pez vivo como un caballero medieval, algo reluciente
en sus dedos de nave, ese pez que nada en la historia
de aquí a allá, de acá a la vagina caprichosa del amor,
ese pez no importa que muera y quede, podrido, en su desgaste;
un pez así es breve escalofrío de la existencia.

Más príncipe que el sol, ese pez de siempre es ahora,
es escama, es tiempo sedicioso, una marejada floral
sobre pardas rocas, la vanidad bañada en aguas súbita.

El pez en la mudez obscena. el tiempo con sus movimientos
en la cifra. bate el mar y llega a cúpula, a designio.

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Fenómeno celeste

Cambio de planos en las alturas, joyas,
desahogo del espacio en una red.
La peripecia del rayo es triste reino
diez mil años más tarde del fulgor.
Virajes de neblinas, tumba y huele la inmensa azucena
al envolver pupilas sin reposo:
llueve mucho:
llueve hasta quedar ciego el ejercicio luminoso.

Desgránese el párpado
frente al celaje, corren cabras como ante un cazador de miedos,
se comprime el cilindro, ya es un flujo de sustancias
y una cirugía de sueños
y un trago.

Permanezco. En el techo se apaga una gran máquina,
entra por los árboles una manga de astro, toda la operación
es silenciosa, y lo hueco crece para inflar sonidos
y seguir a oscuras dentro del grano.

Lentísima palabra como un lamento.

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Visiones

Niebla el primer mes y antes de la muerte,
aunque ahora vea turquesas a través del vidrio.
Polvareda sobre las azoteas, penuria en los acordes
y cien veces torcida la fórmula del trato.

Dardo en el ardid del tiempo, reja del mundo
a pedazos sobre el siglo como cangrejo de mar,
otra vez caña con picante ruido de mutilación
y fruta cortada, sangrante, en solidez de choque
contra la madera o cilindro de gran estrella.

Al décimo mes aquí y allá la real podredumbre
en rededor del animal, y los senos desgarrados
y el espacio seco cuando ya penetre el humo
por ventanas, con garzas en lujosas amatistas.

La ciudad aniquilada y los distritos divididos después del
pillaje, todo poseído sin sorpresa, casi a petición de una boca
que devora por amor acto. El fuego como albergue solar y
la danza de la llama en el momento en que los sacerdotes
suenan cigarras y espantas yerbas y tabacos. Sin dilación, la
tierra se ha abierto como una mujer y hay toques de ultramar,
laberintos que se cierran, medos en las llaves, ejércitos sin
escudos llorando al pie de un edificio.

Cabriolas de infinito, el seis muestra su cara.
ha vencido y sólo péscase engaño en la voltereta del dado,
sólo fuga, sólo partes de lo que fue íntegro
y ardía como caballo, salaba como un astro, vivía,
soltaba y trepaba, miraba disparos en la noche.

Una vez más la claridad se pierde entre pestañas.

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Pareja

Finjo no escucharla, acostado a su lado
y en actitud de estar cerca y tan sólo eso, en corazón;
verla allí suelta y tan sólo eso, tendida y tan sólo eso,
tan sólo mujer y lujo tolerable.

Simulo placer finamente ligado a su cuerda,
ella vibra donde habría antes sonido mustio
y le sale por la boca la espuma de sueño.

Entre el milagro y las paredes
la mariposa aletea después de pasar mala noche
y asomar su resistencia; da golpecitos,
baja, sube,
lubrica en la suspensión que a mí también me duele,
velludo se hace el aire a mi vista,
asada y en abandono siento parte de mi carne,
echada a perder hasta la pierna
sobresaliente y pegada como un muerto.

A súplica voy cayendo de orgullos y la corona
me queda a un lado.

Diurno y más ciego, nunca comprenderé
este nuevo sol.

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Mal sueño

Agarrotado por momentos en un cajón espacial
y cruzado por mí mismo entre zurcidos heróicos,
vuelo por atlánticos de tintas y yerbas somnolientas.

Mi posición inferior se hiere, húndese en una molestia
y si intenta sacudirse, mordida ya por una ciencia eléctrica,
levanta el goce hasta lo inerte y roza lo superfluo
con ráfaga de fracaso, con perturbada mano de mago,
con todo un irreflexivo arrinconamiento de impulsos.

Huele el lirio electrónico y saco afuera tablas sensitivas
con flautas llorosas. Túmbase cézanne, en cubos.
Álzase pura luz de arriba rompiéndose en Picasso la isla.

Madonna con el rostro empapado por un brillo de cobre, satánica.

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Enigma

Ya muestras tornillos de sufrimiento, ya agitas
ocres con párpado
a pinzas levantado
sobre el canal del planeta, lobo.
Sobre mi herida espumante y sin corona. Ya.

Cruel naranja que te partes, ácida
hasta en el amor que de mí chupa
y me da bagazos en el rincón,
me abandona, me liquida. Naranja sin ternura.

Nada hace tu nariz oliéndome, tu cabeza
tirándome a o seco, ni la embestida;
nada logra pasar en sombras por mi cuello.
Cuchillada de duda pones en mi hora.

Podas sin piedad, mi flor, mi espina,
vas a dejarme liso, vas a meterme en cama,
dándome sólo espasmo como arma,
hincándome agujas en cada pata. Podas, podas,
y quedaré cuerpo, quedaré nada.

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One thought on “[#13] Siete poemas de Jesús Sanoja Hernández (Tumeremo, 1930 – Caracas, 2007) | Selección de Rebeca Martínez

  1. Alguna vez le escuché a Jesús Sanoja Hernández decir que estaba trabajando en un nuevo libro de poesía y hasta me asomó el título: De este lado de Planeta.
    Un gran periodista memorioso y una gran persona.

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