Diez poemas de Blanca Varela (Perú, 1926 – 2009) ~

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Blanca Varela (Lima, Perú, 1926–2009). Estudió Letras y Educación en la Universidad de San Marcos. En 1949, se radicó en París y conoció a Octavio Paz, figura determinante en su carrera literaria. Publicó su primer libro, «Ese puerto existe» en 1959. Luego, en 1963, publicó «Luz de día» y en 1971 «Valses y otras confesiones». Más tarde, en 1978, realizó la primera recopilación fundamental de su escritura en «Canto villano». Obtuvo el Premio Octavio Paz de Poesía y Ensayo en el año 2001, el Premio Ciudad de Granada en 2006 y los premios García Lorca y  Reina Sofía de Poesía Iberoamericana en 2007.

***

De «Ese puerto existe» (1959)

Puerto Supe

A J.B.

Está mi infancia en esta costa,
bajo el cielo tan alto,
cielo como ninguno, cielo, sombra veloz,
nubes de espanto, oscuro torbellino de alas,
azules casas en el  horizonte.

Junto a la gran morada sin ventanas,
junto a las vacas ciegas,
junto al turbio licor y al pájaro carnívoro. 

¡Oh, mar de todos los días,
mar montaña,
boca lluviosa de la costa fría!

Allí destruyo con brillantes piedras
la casa de mis padres,
allí destruyo la jaula de las aves pequeñas,
destapo las botellas y un humo negro escapa
y tiñe tiernamente el aire y sus jardines.

Están mis horas junto al río seco,
entre el polvo y sus hojas palpitantes,
en los ojos ardientes de esta tierra
adonde lanza el mar su blanco dardo.
Una sola estación, un mismo tiempo
de chorreantes dedos y aliento de pescado.
Toda una larga noche entre la arena.

Amo la costa, ese espejo muerto
en donde el aire gira como loco,
esa ola de fuego que arrasa corredores,
círculos de sombra y cristales perfectos.

Aquí en la costa escalo un negro pozo,
voy de la noche hacia la noche honda,
voy hacia el viento que recorre ciego
pupilas luminosas y vacías,
o habito el interior de un fruto muerto,
esa asfixiante seda, ese pesado espacio
poblado de agua y pálidas corolas.
En esa costa soy el que despierta
entre el follaje de alas pardas,
el que ocupa esa rama vacía,
el que no quiere ver la noche.

Aquí en la costa tengo raíces,
manos imperfectas,
un lecho ardiente en donde lloro a solas.

***

La lección

Como una moneda te apretaré entre mis manos
y todas las puertas cederán
y lo veré todo               
y la sorpresa
no quemará mi lengua
y comprenderé entonces el crecimiento de las plantas
y el cambio de pelaje en las pequeñas crías.
              
Hallaré la señal
y la caída de los astros 
me probará la existencia de otros caminos               
y que cada movimiento engendra dos criaturas,
una abatida y otra triunfante,
y en cada mirada morirá la apariencia               
y desnudo y bello 
te arrojará la fábrica entre nosotros.

***

De «Luz de día» (1963)

Antes del día

A Dore Ashton

¡Cómo brillan al sol los hijos no nacidos!
      Blanco es el mes de enero, negras las olas que visitan la isla.
      El nido está en lo alto, sobre una piedra segura.
      No habrá que enseñarles ni a nacer ni a morir. ¿Por qué habría de enseñarse tales cosas?
      La vida llegará con avidez y ruido. Conocerán el sol. El mundo será esa claridad que nos pierde; los abismos de sal, la fronda de oscuras esperanzas, el vuelo del solitario que se da alcance a sí mismo. 
      Un círculo en el aire para atrapar algo de lo perdido.
      El sueño de ayer, la imagen que se escapa entre dos aguas, que se multiplica y transforma hasta no ser sino el agua misma, el brillo deslumbrante, instantáneo, de los propios deseos. 
      Mirada perdida en sí misma que se devuelve y recorre como un desierto familiar.
      Siempre al centro. Encrucijada o astro, efímera explosión de plumas, corazón sin reposo alentando todos los vientos.
     ¡Cómo brillan al sol los hijos no nacidos!
     ¿Qué clase de sueño traerán? Primera estrella destruida, primer dolor, primer grito.
     Golpe contra todo, contra sí mismo. Hacer la luz aunque cueste la noche, aunque sea la muerte el cielo que se abre y el océano nada más que un abismo creado a ciegas.
     La propia voz respondiéndose con el fracaso de cada ola.

***

De «Valses y otras falsas confesiones» (1972)

Ejercicios

I

Un poema
como una gran batalla
me arroja en esta arena
sin más enemigo que yo

yo
y el gran aire de las palabras

II

miente la nube
la luz miente
los ojos
los engañados de siempre
no se cansan de tanta fábula

III

terco azul
ignorancia de estar en la ajena pupila
como dios en la nada

IV

pienso en alas de fuego en música
pero no
no es eso lo que temo
sino el torvo juicio de la luz

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***

De «Canto villano» (1978)

A la realidad

y te rendimos diosa
el gran homenaje
el mayor asombro
el bostezo

***

Media voz

la lentitud es belleza
copio estas líneas ajenas
respiro
            acepto la luz
bajo el aire ralo de noviembre
bajo la hierba sin color
bajo el cielo cascado y gris
            acepto el duelo
y la fiesta

no he llegado
no llegaré jamás
en el centro de todo está el poema
intacto sol
ineludible noche

sin volver la cabeza
merodeo su luz
                 su sombra
animal de palabras
husmeo su esplendor
su huella
            sus restos
todo para decir
que alguna vez estuve
atenta desarmada       
                                              sola
casi en la muerte
casi en el fuego

***

De «Ejercicios materiales» (1993)

Ideas elevadas

sobre una escalera
tuve a dios bajo el martillo

combinación divina
el blanco el negro y el rojo de la sangre redentora
recién derramada

el crimen nos salva en estos trances
que nos obligan a trepar hasta el último peldaño

el vértigo nos acerca
la oscuridad nos protege
estamos cada vez más próximos

tenemos la lengua dura los devoradores de dios
de ese dios que crece cada noche
con nuestros pelos y uñas
de ese dios aplastable 
perecible
digerible

iluminación o ceguera

clavar una mosca
con un solo golpe de hierro
en la pared más blanca

***

De «El libro de barro» (1993)

La mano de dios es más grande que él mismo.
Su tacto enorme tañe los astros hasta el gemido.
El silencio rasgado en la oscuridad es la presencia de
su carne menguante.

Resplandor difunto siempre allí. Siempre llegando.
Revelación: balbuceo celeste.

Día cerrado es él. Dueño de su mano, más grande que él.

***

Niño come llorando
llora comiendo niño
en animal concierto
el placer y el dolor
hacen al ángel
a dos carrillos músico

***

De «Concierto animal» (1999)

La muerte se escribe sola
una raya negra es una raya blanca
el sol es un agujero en el cielo
la plenitud del ojo
fatigado cabrío
aprende a ver en el doblez

entresaca espulga trilla
estrella casa alga
madre madera mar
se escriben solos
en el hollín de la almohada

trozo de pan en el zaguán
abre la puerta
                baja la escalera
el corazón se deshoja

la pobre niña sigue encerrada
en la torre de granizo
el oro el violeta el azul
                enrejados

no se borran

no se borran

no se borran

*

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