
You are right, I have always known about man. From the evidence, I believe his wisdom must walk hand and hand with his idiocy. His emotions must rule his brain. He must be a warlike creature who gives battle to everything around him, even himself.
Dr. Zaius, The Planet Of The Apes (1968)
Se hallaba en Kinshasa en medio de la investigación de su próxima crónica para la AP sobre la extracción ilegal de coltán en el Congo. Mientras cotejaba la prensa de los últimos meses, comenzó a revelarse algo que ameritaba su irrestricta atención y que necesariamente se desviaba de su arqueo inicial. Un patrón. Una progresión que al parecer había pasado desapercibida para la opinión pública. Cada día de las últimas décadas, o por lo menos una vez por semana, había sido reportado un ataque animal. Ataques de exterminio a gran escala que hicieron que mientras más revisara papeles, más se horrorizara. Encontró noticias diversas: en Nigeria, cuarenta y cuatro comunidades fueron “arrasadas” por una sola estampida de elefantes en una noche. En la costa atlántica de Inglaterra turbas enfurecidas de gaviotas atacaban a diario y en Mumbai, una manada de leopardos asesinó alrededor de veinte personas. Tuvieron que cerrar el parque Seaworld, en Florida, porque una decena de niños habían muerto ahogados por delfines enloquecidos. En China se denunciaban cerca de veinte casos semanales de ataques de mascotas domésticas y en Sierra Leona, los pobladores de las tribus circundantes no sabían qué hacer con los chimpancés que violaban en masa a las mujeres ¿Se trataba de un cambio a escala global en el comportamiento de los animales? Apeló a su lado racional y supuso que todo se debía al aumento de la exposición de poblaciones humanas a ciertas especies animales no domesticadas, lo que necesariamente ocasionó que los animales, cada vez más desesperados por sobrevivir, desarrollaran estas conductas extremas. Sus proyecciones fueron fatales: si el crecimiento de estas actitudes hostiles y violentas se mantenía en el tiempo sostenidamente, los animales serían la próxima gran amenaza de la humanidad. No las bombas atómicas. No el cambio climático. Los animales. Consternado por su nefasto descubrimiento, encendió un cigarrillo nerviosamente para despejar su mente, lo colocó entre sus labios temblorosos y aspiró como si se tratara de su última exhalación. Mientras el humo recorría su garganta y se asentaba en sus pulmones, pensó en que no es casualidad que “alma” y “animal” provengan de la misma palabra, ánimus. Miró por la ventana y atisbó a un animal de extrañas características en la planta baja de su oficina. El animal parecía un híbrido con cabeza de jirafa, cuerpo de caballo y patas de cebra. Lo contempló con la extrañeza que causa un ser tan silvestre en un paisaje urbano. Detalló cada uno de sus movimientos y su animalidad. Y justo en ese instante, deseó haber guardado provisiones.
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Alejandra Martínez Cánchica (Caracas, 1990) Tesista de la Escuela de Historia de la Universidad Central de Venezuela. Fan de la ciencia ficción y de la novela negra, con atrevimientos recientes en la escritura. Ha incursionado en el área de la investigación histórica y actualmente trabaja para un grupo editorial independiente. Twitter: @AleCanchica