
I
LOS NUDILLOS de uno se incrustan en el mentón del otro. Ruedan por la calzada. El tráfico los esquiva. Se halan los cabellos. Una mano sujeta un cuello. Un puño se hunde en unas costillas. La gente mira y se detiene. La gente mira y sigue de largo. Una dentadura podrida se cierra con presión en un antebrazo sucio. Ruedan por el suelo, ensuciando sus ropas ya sucias. Alguien graba. Hay quien ríe. El sudor corre por ambos rostros. Las respiraciones aumentan su ritmo. Una rodilla impacta la boca de un estómago. Se escucha un gemido. Dos pulgares se hunden en sendas cuencas. Se oye un suspiro general. Un grito. Ruedan por el asfalto. La sangre brota de una encía rota. La sangre mancha de rojo unos puños enérgicos. Uno de los hombres logra montar al otro y con sus dos manos comienza a estrangularlo al tiempo que barraja su cabeza contra el suelo una y otra vez. Gime. Furioso.
II
LA MAÑANA APACIBLE comienza como siempre: brisa fresca, empleados yendo y viniendo, estudiantes uniformados rumbo a sus instituciones, el transporte público desbordado. En una esquina en la que precisamente hay una parada de autobuses, el hombre llega cuando aún no amanece. Pone un banquito de plástico sobre la acera. Lleva ropas sucias y de la trabilla de su pantalón cuelga un paquete de vasitos plásticos que apenas al llegar cuelga de los barrotes de una ventana. Sobre el banquito, coloca su termo de café. Aún no ha terminado de instalarse cuando un obrero lo aborda y le pide un cigarro. El hombre saca de sus abultados bolsillos paquete de cigarrillos, extrae uno y se lo entrega al obrero; éste lo aprieta entre sus labios y moviendo el pulgar de arriba abajo, con el puño cerrado, da a entender al cafesero que no tiene para prender. El hombre rápidamente saca de su bolsillo un yesquero rojo y lo acciona. La brasa arde en la punta del cigarrillo y el obrero inhala profundo. Expulsa el aire hacia arriba y le paga el cigarro al hombre. Café, cigarro, café, grita el hombre, mirando hacia los lados, meciendo ambas manos de un lado a otro y chocándolas una y otra vez, produciendo un sonido seco por el choque de su puño derecho contra su palma izquierda abierta.
III
CAFÉ, CAFÉ, grita otro hombre, delgado, que se para en la misma parada de autobús en la que ya está el otro cafesero vendiendo su mercancía. Éste, al parecer, no vende cigarros, sino solamente café. Se había detenido a hablar con un motorizado a quien le vendió un café y decidió instalarse allí. Carga seis termos en dos prácticos porta termos de madera que cargan tres cada uno. Mira al otro hombre en la esquina, a unos diez metros de distancia de él, y comienza a pregonar su mercancía. Café, café, grita, y lo mira. Se miran. Hay un gesto hostil. El primer cafesero parece un poco confundido, no obstante. Pero decide de pronto ser indiferente y continúa con su característico juego de manos, mirando hacia el lado contrario de la calle, en la dirección desde la que provienen las camionetas de pasajeros. Café, cigarro, café, grita, con su avícola, exacto, idéntico pregón. Vuelve la cabeza, sin embargo, al escuchar el pregón de su colega de nuevo, pero esta vez más cerca. Mira al otro que lo mira retador, arrogante; sí, definitivamente está más cerca. No lo vio moverse, pero se ha rodado unos cincuenta centímetros hacia él, de eso no cabe la menor duda. Esta vez se miran intensamente, y ambos pregonan sus mercancías de la misma forma monótona, pero mirándose a la cara. Al primer cafesero le llega un cliente que le pide un café y un cigarro; lo atiende sin quitar un segundo la vista de su colega, que también lo mira directamente, pregonando su mercancía, una y otra vez.
Finalmente, el primer hombre quita la vista de los ojos de su colega para contar el dinero que su cliente le ha dado al finalizar de fumarse el cigarro y tomarse el café. Mientras botaba el vaso en una bolsita plástica que había amarrado de la ventana de la casona colonial que estaba en esa esquina de la parada del pueblo, escuchó, sorprendido, a su colega pregonar, esta vez más fuerte, como si quisiera opacar con su voz a la competencia: «Café, cigarro, café». Lo mira y nota que esta vez se ha rodado unos dos metros hacia él. Sus dos porta termos están ahora a unos siete metros y medio de distancia. El segundo hombre lo mira arrogante, y él juraría que hay una suerte de sonrisa reprimida en su rostro. Lo mira con odio. Escupe el suelo en su dirección mientras lo mira. Entonces coge aire y grita: «Café, cigarro, café». Su pregón fue realmente fuerte. Su carótida se marcó en su cuello y su rostro se ruborizó durante los segundos que duró su grito. Entonces un joven que le había pasado por el frente, al escucharlo, se devolvió hacia él. Le pidió un cigarro. El hombre sonrió arrogante al segundo cafesero, quien lo miraba impasible. Entonces se revisó los bolsillos y no encontró los cigarros. Miró al segundo cafesero y se sorprendió al ver a éste prenderle la brasa entre los labios a un grupo de tres empleados, mientras le guiñaba el ojo. Café, café, grita, furioso, dando dos pasos laterales, con el cuello doblado, mirando a los ojos a su colega. Café, cigarro, café, grita monótonamente el segundo hombre, también mirando a los ojos a su colega, dando dos pasos laterales hacia él. Ambos se han alejado de sus respectivas mercancías. Ahora sólo se miran el uno al otro. El primer hombre avanza dos pasos más mientras pregona su olvidada mercancía. El segundo ya no grita, sino que se lanza en embestida hacia el primero.
IV
EL SEGUNDO HOMBRE sostiene al primero por el cabello, mientras estrella su nuca contra el asfalto, una y otra vez. El impacto repetido produce un sonido seco. El charco de sangre se empoza en la canal de la calle. El segundo hombre se levanta y se limpia en sus ropas los brazos ensangrentados, pero al volverse hacia la acera mira que otros dos vendedores de café ya ocuparon su lugar y el de su difunto colega.
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Jesús Delgado (Venezuela, 1993). Abogado. Llevo cinco años escribiendo narrativa y he participado en un par de concursos tanto nacionales como internacionales. Microcuentos de mi autoría han figurado dentro de los finalistas a publicarse en concursos tales como el “#C140” de Banesco (Venezuela, ediciones 2013 y 2014), y la antología “Érase una vez un microcuento”, (España, 2014).